¿Cuanto vale una nube?


¿A qué huelen las cosas que no huelen? ¿A qué sabe el agua? ¿Por qué los círculos no tienen esquinas? ¿Cuánto vale una nube? ¿Cómo se llama la vecina del quinto?

Son estas algunas de las preguntas que han atormentado a la humanidad desde el origen de los tiempos. Sin embargo, en el post de hoy nos centraremos sólo en el valor de las nubes.
No me refiero a las nubes de chuches sino a las concentraciones de vapor de agua que están suspendidas en el aire.

Así pues, ¿Cuánto vale una nube?
Pues depende: si es una nubecilla que veo una mañana de primavera mientras voy al trabajo, seguramente ni reparo en ella, no vale nada. Pero si hace seis horas que estoy caminando en el desierto bajo un sol abrasador a 50º (cosa que afortunadamente no suelo hacer a menudo), una nube que cubra temporalmente el sol, vale un potosí.

Si generalizamos y reflexionamos sobre el valor de las cosas, podemos llegar a la conclusión de que las cosas tienen un valor monetario y un valor que podríamos llamar auténtico. El valor monetario es fácil de calcular: depende de lo que alguien esté dispuesto a pagar. Así, si alguien pinta un cuadro y otro se lo compra por 100.000 Euros, ése es su valor hasta que una tercera persona lo compre por 200.000.

Calcular el valor auténtico de una cosa es bastante más complicado, tanto es así, que yo diría que es poco menos que misión imposible. Para hacer una pequeña aproximación, podríamos imaginarnos qué pasaría si careciéramos del bien cuyo valor queremos calcular.

Imaginemos que de repente hubiera una escasez de alimentos. Naturalmente, el precio de todos ellos subiría enormemente y como por arte de magia, el precio del resto de las cosas bajaría en consonancia.
¿Cuánto vale ahora un móvil de última generación si para comprar una barra de pan se necesita el sueldo de un mes?
Seguramente, nada.
O, ¿cuánto vale la entrada a la final de la Champions si lo que necesitas es que haya un buen neurocirujano que sea capaz de extraerle con precisión un tumor a un ser querido?

El otro día oí que un buen DJ podía cobrar 300.000 Euros en una noche. No sé si oí mal o es que se equivocaron, aunque puede ser, porque es la oferta y la demanda la que fija el precio. La popularidad o la moda son así.

En general, la fama o la popularidad me recuerdan a un Robin Hood inverso, porque es capaz de robar a los pobres para dárselo a los ricos. Aunque robar aquí puede resultar un poco fuerte. Digamos que la popularidad o la moda son mecanismos complejos capaces de convencer a personas con recursos limitados para que cedan parte de su limitada riqueza y se la den a alguien que no sabe qué hacer con tanto dinero.
Sólo así se explica que familias humildes gasten una proporción importante de su presupuesto en eventos futbolísticos, conciertos, moda, etc u objetos de merchandising asociados (camisetas, gorras, …).
Evidentemente, no es una crítica hacia esas actitudes, porque cada uno es libre de gastar el dinero ganado honradamente de la forma en que más le plazca. Puede ser criticable si se detrae parte del presupuesto familiar para estos temas a costa de necesidades de terceras personas (alimentación, educación de los hijos, etc.), hecho que seguramente ocurrir, ocurre.

Creo que debemos pelear fuertemente para amueblarnos la cabeza y, nadando contra corriente, intentar acercar el valor monetario de las cosas a su valor auténtico. Esto lo suelen hacer con bastante naturalidad los que han vivido tiempos pasados más precarios, pero para la mayoría de nosotros que ya nos hemos criado en un entorno sin escasez, es mucho más complicado.
Y esto es bueno que sea así porque de esta manera se incentivarían, dentro de la sociedad, las habilidades auténticamente necesarias sobre las más superfluas (aunque, reconozcámoslo, también tienen su función).


En caso contrario nos pueden dar Champions cuando lo que necesitamos es un buen neurocirujano que forme parte de un buen sistema de salud.

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