Turismo responsable

He pasado unos días en el norte de España huyendo de las cada vez más intensas y duraderas olas de calor que el inexistente (según algunos) cambio climático propicia en el centro de nuestra península.
He tenido un éxito rotundo porque allí las temperaturas han sido entre 12 y 14 grados inferiores y me ha estado lloviendo casi todos los días. El paraguas ha sido compañero permanente en mis excursiones. Un alivio, la verdad.
Aun así, todos los lugares estaban a rebosar de gente (excepto las playas, hecho que he aprovechado para pasear tranquilamente por ellas).
Apenas se podía andar por los pueblos y ciudades y no digamos intentar cruzarlos en coche.

Aproveché para ver lugares escondidos, a los que hay que llegar con un poco más de esfuerzo y como la climatología no acompañaba estaban razonablemente solitarios, por lo que disfruté enormemente de ellos.
Ví paisajes de esos que te ensanchan el alma y que son tan típicos del norte de España incluso en verano. Lo que también vi fueron cajetillas de tabaco, colillas y alguna que otra lata de refresco en esos paisajes idílicos.
Además, mientras paseaba por las abarrotadas calles de los pueblos del norte, pensaba en como se sentirían los habitantes de esos pueblos que no tienen intereses en el turismo. Si tienen que emplear 20 minutos en coche en pasar por una calle que habitualmente tardan un minuto, o si para llegar a su casa tienen que sortear grupos, carritos de niños, etc que inundan las calles. Si vives del turismo, lo ves con alegría, pero si no ¿Cómo lo ves?

El turismo masivo es un gran consumidor de recursos y deteriora el entorno con rapidez, sobre todo si los turistas nos movemos sin miramientos. Sin embargo, como siempre no es un tema sencillo que se pueda abordar desde un único punto de vista y tiene múltiples implicaciones. Muchos de los habitantes de esos pequeños pueblos y ciudades viven básicamente del turismo. Intentar atacar el turismo (y menos violentamente) no puede ser la solución porque se genera otro problema distinto e igualmente grave. No olvidemos la alta dependencia que nuestra economía tiene del turismo.
Tampoco conviene olvidar que gracias al turismo se han recuperado enclaves (iglesias, castillos, museos...) que de otra manera se hubieran perdido irremediablemente de nuestro patrimonio cultural porque no se hubiera encontrado ni el dinero ni la motivación para reformarlos ni mantenerlos. 

Lo razonable sería debatir el problema entre todos los que tienen intereses en el asunto, los hosteleros, los restauradores, los vecinos, los ecologistas, etc. Es responsabilidad de los políticos de todos los ámbitos (municipales, autonómicos y estatales) abrir ese debate y que todos los colectivos estén convenientemente representados para que nadie tenga la tentación de recurrir a la violencia para que su voz sea oída.
Entre todos ellos podrán llegar a soluciones que, aunque no sean ideales para ninguno de los colectivos afectados, al menos signifiquen una mejora para todos ellos.

Necesitamos ya ese debate porque, como algún turoperador extranjero ha dicho, España está muy llena y comienzan a aparecer manifestaciones claramente contrarias a los excesos del turismo. El turismo es bueno, pero debe ser un turismo respetuoso y de calidad.


Como siempre el problema queda en manos de los políticos. A ver si aparte de sacarse los trapos sucios los unos a los otros, alguna vez hacen su trabajo… (para variar)

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