Cuento de Navidad 2018
Adoro la Navidad. Esa
época en la que todos queremos ser mejores de lo que somos, hacemos balance del
año que se acaba y nos proponemos nuevas metas, mucho más ambiciosas, para el
que viene.
Cuando se acerca la
Navidad, los comerciantes, siempre preocupados por nuestro bienestar, presionan
a los ayuntamientos para que las luces de Navidad alegren nuestros corazones
cuanto antes, a ser posible nada más comenzar el otoño.
Las amas de casa,
hartas de pasarse el tiempo en la cocina, reciben en esta época tanta ayuda,
que ellas pueden descansar tranquilamente mientras el resto de la familia
prepara las comidas y cenas.
Los cuñados y hermanos,
las suegras y las nueras, los suegros y yernos, peleados durante todo el año
por pequeñas cosas sin importancia, como herencias o similares, aprovechan esta
época entrañable para hacer las paces durante la cena de Nochebuena. Todos se
abrazan e incluso se ve asomar alguna lagrimilla que otra.
Nos aferramos a las
tradiciones y montamos el belén y el árbol de Navidad en familia entre risas y
villancicos y quien más y quien menos recibe ese regalo que llevaba años
soñando pero que nunca se compraba por falta de tiempo o de dinero, llenándonos
de ilusión.
Los padres, agobiados
durante todo el año por el trabajo y las obligaciones, dedican mucho más tiempo
a sus hijos pequeños, pasando horas jugando con los nuevos juguetes y todos apagamos
el móvil para estar atentos ahora a cada palabra, cada gesto, de los que
tenemos al lado para intentar complacerles.
La alegría y el buen
rollo se nota hasta en la calle, nos cedemos el paso los unos a los otros y
conduciendo se percibe una gran diferencia: la gente está más calmada y sólo vemos
sonrisas alrededor.
Es época de solidaridad
por excelencia. Seríamos capaces de quedarnos con hambre en las cenas de
Nochebuena y Nochevieja por dar un kilo más al banco de alimentos.
Incluso los políticos
olvidan, durante estos días, sus diferencias, egoísmos y ambiciones y
sustituyen sus palabras. dedicadas exclusivamente a arañar un voto más, por
otras que hablan de concordia, tolerancia, unidad, prosperidad, ilusión, esperanza…
Todo esto sin olvidar
la tradicional lotería, en la que tantas ilusiones ponemos, esperando que nos
toque, pero no para gastar el dinero, sino para compartirlo, como dicen los
anuncios.
Qué agradables momentos
nos trae la Navidad…
Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.
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Bueno, quizá no todo sea
cuento. Para muchos de nosotros, la Navidad aún sigue teniendo un significado
muy especial. Tiene un algo de tierno, de entrañable. Algo de mágico, difícil
de describir con palabras.
Serán las experiencias
que vivimos, los besos que nos dieron, los regalos que nos hicieron. O quizá
sea justamente lo contrario: las experiencias que no vivimos, las palabras que no
dijimos, los besos que no dimos o los
regalos que no hicimos, o tal vez sea
solo que echamos de menos a aquellos con los que pasamos otras Navidades y que
ya no están con nosotros.
O… será, ¿por qué no?,
que a pesar de habernos olvidado del sentido de la Navidad, a pesar de todo, seguimos
albergando la secreta esperanza de que la solidaridad,
en forma de un Niño que nace, o simplemente en forma de idea vírica que se
extiende por las redes sociales, despliegue sus alas blancas, inunde la faz de
la tierra y anide en todos los corazones.
FELIZ NAVIDAD
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