Gentuza


Ayer, tras contactar con el empleado que me suele atender en mi banco, me avisó de que sería la última vez que nos veríamos, pues acababa de recibir una notificación y en dos días abandonaría la sucursal y sería trasladado a otra, en una localidad distinta aunque cercana (dentro de lo malo, tuvo suerte).

Antes de salir saludé a otro de los empleados, a quien conozco de siempre, y comenzamos a hablar sobre estos traslados sorpresivos que parece ser vienen siendo habitual en la entidad.
Me contó que incluso cuando quieren deshacerse de gente, les invitan a trasladarse a otra oficina situada a 500 Km y solo tienen como alternativa al traslado, la calle.

En este sector de la banca y otros, en ocasiones, cuando alguien ha sido agraciado en el sorteo de un ERE o simplemente en esos sorteos en los que la legislación laboral permite despedir a un número determinado de trabajadores al trimestre, sin lanzar un ERE (sorteo en el que vas adquiriendo papeletas según cumples años), la decisión es comunicada al afectado un par de horas antes de que tenga que abandonar la empresa, período durante el cual es vigilado de cerca por su jefe o un empleado de seguridad, o ambos.

Tanto en este sector de la banca, como en otros que conozco bien, el modo de proceder es similar: Empleados que han servido lealmente a una empresa durante treinta años o más, son tratados como delincuentes y forzados a salir de ese lugar de trabajo, en el que muchas veces se han dejado la vida, sin poder despedirse dignamente de sus antiguos compañeros con los que ha compartido tantos años. 
En esas situaciones, los gestores usan las técnicas lamentables que una vez les enseñaron los consultores expertos en despidos: Despedir un viernes o antes de un puente o antes de Navidad. ¿Os imagináis celebrando la Navidad con esa cruz de haber sido despedido el día 22, el día del sorteo?. Todo ello con el fin de desconectar de la forma más eficaz al empleado de lo que ha sido su vida durante tanto tiempo.

Lejos quedaron aquellos años en los que cuando una persona se jubilaba, se le hacía un pequeño homenaje de despedida y en las buenas empresas se le regalaba un reloj de oro. Era una forma mínima de reconocer el esfuerzo y la dedicación de esa persona a los logros de la compañía.

Así pues, el homenaje ha sido sustituido por la patada en el culo, mientras eres escoltado por tu jefe, llevando media vida dentro de una caja, hasta el control de seguridad de salida donde eres invitado a darles tu tarjeta de identificación.

Y yo me pregunto: ¿Es realmente necesario ser tan asquerosamente insensible con los empleados? ¿Es que los gestores que ordenan los despidos no tienen familia, no son capaces de ponerse en el lugar de los despedidos?
Hay veces que la dinámica de los negocios hace insostenible un puesto de trabajo pero hay muchas formas de ser cuidadosos con aquellos que ya no pueden seguir en el camino. Un poquito de dignidad para con los despedidos sería recomendable.

Desgraciadamente, en esta sociedad, el dinero se ha convertido en la medida de todo. Es la causa de todo y todo queda justificado en su nombre.
Los gestores dirán que para garantizar la viabilidad de la empresa (básicamente sus desproporcionados salarios) es necesario recurrir a esos “grandes sacrificios” (se refieren a los que tendrán que hacer otros, naturalmente).

Sin embargo, no creo que el dinero lo justifique todo. No creo que una persona normal que tenga acciones de una empresa cualquiera, le gustara saber que para pagarle un euro más de dividendos han tenido que maltratar de semejante manera a los empleados.
Una persona honrada que invierte en una empresa no desea que sus dividendos se paguen con el sufrimiento de nadie.  Una persona honrada desea ganar dinero honradamente, de una forma en la que todos ganen.

A ver si de una vez se enteran: las empresas no sirven solo para ganar dinero. Eso también se consigue con el narcotráfico y en abundancia mayor. Una empresa debe ser útil a sus accionistas (y especialmente a los pequeños accionistas, naturalmente, no es una ONG) pero también a sus clientes, a sus empleados, y a la sociedad (cuidando el entorno, pagando impuestos, etc).  Si alguno de estos sectores pierde, la empresa no nos vale, no tiene sentido. Más que empresa, es un fiasco.

Así pues, solo hay un calificativo para los gestores que usan a los empleados (o a los clientes o a los accionistas o a la sociedad en general) como si solo fueran números en el balance financiero de la empresa u objetos que se utilizan cual tenedor de plástico desechable: Son gentuza, que apalancados en sus grandes e injustificados sueldos, se creen superiores a los demás.

Sus actos serán legales, pero que no esperen que la sociedad los califique también de morales.

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