¿Libros o cervezas?
Hemos hablado algunas veces sobre los problemas
de la democracia, llegando a la conclusión de que, si bien es la menos mala
de las formas de gobierno, parafraseando a Churchill, es bastante imperfecta.
Lo estamos viendo en nuestra situación actual en la que algunas comunidades, e incluso la nación, están teniendo dificultades para formar gobierno. ¿Por qué esto es así? Por la propia estructura del juego democrático. Se hacen elecciones para decidir quién debe gobernar un territorio pero los candidatos no han pasado ningún filtro previo.
Se debería exigir que aparte de unos conocimientos mínimos
para acceder a un puesto político se pasara un test de vocación de servicio
público. ¿No es llamativo que para acceder a cualquier puesto de una empresa o administración pública te hagan cientos de preguntas que evalúan tu
capacidad técnica, tus habilidades y el estado de tu
personalidad a través de tests psicotécnicos?
Pues para ser presidente de un país, o de una comunidad o un
alcalde no necesitas nada. Puedes tener una personalidad psicopática,
completamente desprovista de la más mínima empatía, que si has conseguido que
tu partido te coloque en el puesto adecuado, o has fundado el tuyo y tienes la
labia necesaria para engatusar al personal, serás elegido para ocupar cargos de
enorme responsabilidad.
¿No deberíamos, como electores, exigir una formación mínima
para nuestros representantes? ¿No deberíamos exigir que hubieran pasado un
conjunto de tests psicotécnicos que garantizaran su vocación de servicio
público y que nos aseguraran que no son unos psicópatas encubiertos?
En el pasado quizás esta exigencia fuera discriminatoria
hacia aquellos que no tuvieron la fortuna de tener acceso a una formación
decente, pero hoy día con más de cuarenta años de democracia a nuestras
espaldas y una tradición educativa larga, en la que casi todos los que han
querido estudiar lo han hecho, posiblemente no tenga sentido que los políticos
tengan el privilegio de ser los únicos que para trabajar, no tengan que pasar ningún tipo de examen de cualificación.
Ya tienen otros privilegios por los que he oído protestar a menudo (rentas vitalicias, paro, jubilación, puertas giratorias), pero nunca, nunca he oído protestar por el ENORME privilegio de trabajar en un puesto sin pasar un examen (el de las urnas sólo, no vale)
Ya tienen otros privilegios por los que he oído protestar a menudo (rentas vitalicias, paro, jubilación, puertas giratorias), pero nunca, nunca he oído protestar por el ENORME privilegio de trabajar en un puesto sin pasar un examen (el de las urnas sólo, no vale)
Pero aunque los representantes tuvieran la cualificación
adecuada para el puesto, aún tendríamos algunos problemas que demuestran que la
democracia es imperfecta, sí.
Los elegidos son personas con necesidades individuales.
Deben asegurar el pan de sus hijos y en este caso, exige que su partido tenga la
mayor continuidad y el mayor número de votos. Si no consiguen eso, se les viene
abajo el chiringuito y tienen que buscarse las habichuelas en otro lado.
A mi juicio, es este último motivo el que explica la situación actual de parálisis política en España que impide la formación de pactos constructivos entre los partidos.
Los representantes elegidos están intentando interpretar la
voluntad de sus votantes para asegurarse los votos (o mejor, incrementarlos) en las futuras elecciones. No
se adivina (o, al menos, yo no lo percibo) una voluntad de centrar los pactos
en una búsqueda del bienestar común. Más bien se centran exclusivamente en una
búsqueda del mayor número de votos futuros.
En un mundo ideal, que no en este, con personas todas
interesadas en el bienestar de los ciudadanos, se facilitaría la investidura
del representante más votado y los demás arrimarían el ascua, no a su sardina,
si no a las sardinas de todos y luego, para gobernar, cada uno según su
ideología, apoyaría unas u otras iniciativas. Pero paralizar un país porque
cada cual quiere lo suyo, me parece de niños chicos.
Sin embargo, tiene cierta lógica, si yo tuviera que elegir
entre el bienestar general y mi propio bienestar, es probable que eligiera este
último, que a mi juicio, es lo que los políticos hacen cuando defienden
lo que defienden, es decir, su continuidad y la de su partido, o lo que es lo
mismo, la búsqueda del voto futuro.
Es por eso por lo que hablo de democracia imperfecta.
Es por eso por lo que hablo de democracia imperfecta.
¿Cuál sería la solución? La ignoro. Esa sugerencia de
examinar a los políticos sobre su vocación de servidores públicos ayudaría, si
se pudiera hacer con garantías (y sin que se filtraran las soluciones de los
tests ABBCCAADDA). Pero al final, la solución real pasa, mucho me temo, por
nosotros, los votantes.
Si los votantes penalizamos a los políticos demagogos que
prometen cosas que suenan realmente bien pero que son imposibles de cumplir,
nadie usaría la demagogia. Si los votantes penalizáramos la corrupción o a los que usan la ley del embudo, ya habríamos expulsados a los corruptos y a los espabilaos de la política.
Pero en España, no sé porqué, la percepción de la cosa
pública es un tanto rara. Todo lo común no vale nada, no merece cuidarse y se
puede romper y robar porque no pertenece a nadie.
Sin embargo, es justo lo contrario, lo público nos pertenece a todos y somos
todos los que tenemos que defenderlo. Cuando un político roba firmando un
contrato a sabiendas de que es más caro y peor porque le van a dar una
comisioncilla, es un delito más grave que si estuviera atracando un banco,
puesto que nos roba a todos, incluida esa ancianita adorable cuya pensión no le
llega a final de mes.
Pero debemos generalizar el concepto de corrupción y sacarlo del terreno de la política porque si alguien percibe una ayuda que no le corresponde y que ha conseguido mintiendo o falseando datos, o alguien destroza un bien público, también nos está robando a todos, incluido ese pobre parado que se ha quedado sin prestación y que no sabe cómo dar de comer a sus hijos.
Al igual que ya hemos sostenido otras veces, la responsabilidad
del votante es alta. Por eso me inquieta la noticia publicada ayer sobre que
hemos recuperado el consumo de cerveza en los bares, de antes de la crisis.
No se caracteriza el alcohol precisamente por despertar las capacidades
intelectuales necesarias para distinguir al político que nos quiere llevar al
huerto del que no.
Supongo que es ésa una de las razones por las que esta
sociedad es tan complaciente y permisiva con el consumo de alcohol.
Ojala la noticia de ayer hubiera sido que el número de
libros vendidos recupera los niveles anteriores a la crisis. Pero me temo que eso
esté aún lejos de ser cierto.
Evolución del consumo de cerveza y de venta de libros
en España tomando como referencia el año 2.007
Fuente de los datos:
Gráfico: elaboración propia
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