Cuento de Navidad 2.021
El presidente hizo una pausa, recorrió con su mirada al auditorio y fijó su vista en las cámaras, mientras continuaba hablando
Porque nosotros no somos como "otros" que sólo miran el crecimiento de sus fortunas y los metros cuadrados de sus piscinas. Mientras haya un solo ciudadano que tenga necesidad, allí estará el Partido Progresista para mejorar su calidad de vida.
De nuevo hizo una ensayada pausa y dijo con énfasis
Muchas gracias por estar aquí. Su asistencia a esta comida solidaria les honra.
Una cerrada ovación se escuchó por toda la sala. El presidente, tras un gesto de agradecimiento, se retiró por una puerta trasera.
Allí le esperaba su asistente, que se apresuró a decirle
Ha estado espectacular, señor presidente. Nos hemos metido a la audiencia en el bolsillo.
Gracias, Ernesto. ¿Cómo se llama la ONG para la que recaudamos fondos en este evento?
NSC. Nadie Sin Comida, señor
Es genial -dijo el presidente-. Ya estoy viendo los titulares, hasta cuando comen en Nochebuena en el Partido Progresista, piensan en la gente sin comida
Naturalmente, la comida que hemos elegido ha sido austera, no nos acusen de hipócritas.
Bien pensado, Ernesto, estás en todo.
Por cierto, señor presidente, las encuestas nos son muy favorables últimamente, y estoy seguro que este acto nos hará ganar más puntos. De hecho, para eso lo hemos diseñado. Quizá fuera el momento de ir pensando en un adelanto electoral.
Seguramente, recuérdame el tema cuando comience el año
El presidente avanzaba hacia su lujoso coche mientras los escoltas hacían un pasillo para protegerle.
Se montó en el coche y la comitiva inició la marcha hasta el palacio presidencial.
Pasaron los controles de Palacio sin detenerse y el coche se paró justo delante de la puerta del palacio.
Mientras subía los cuatro peldaños de la escalera, oyó unos gritos a su espalda.
Señor presidente, señor presidente, tiene que ayudar a mi madre.
Miró hacia atrás y vio un niño que corría hacia él y un escolta que le Interceptaba. El escolta levantó al niño que pataleaba y seguía gritando lo mismo y se lo llevó.
El presidente continuó la marcha hasta su despacho, visiblemente enojado
Allí le recibió su ayuda de cámara. Antes de que este pudiera decir una palabra, el presidente dijo
Que venga el jefe de seguridad
Sí, señor presidente
El presidente se acomodó en su silla y a los pocos minutos el jefe de seguridad entraba en el despacho
Lo siento mucho, señor presidente
Cifuentes, espero que tengas una buena explicación. Si ni siquiera puedo sentirme seguro en mi casa, ya me dirás...
Señor presidente, la seguridad no ha estado comprometida, se trata de un niño de siete años que quería pedirle un favor para su madre.
¡Un favor para su madre!. Que gracioso!. En este país hay cincuenta millones de habitantes. Si tuviera que hacer favores a cada uno de ellos, ni mil vidas me serían suficientes. ¿Y como ha entrado?
Es un amigo del hijo de uno de nuestros jardineros que vive en Palacio
Haz que le despidan, así aprenderá a tener más cuidado con la gente que mete en su casa, perdón, en mi casa.
Sí, señor presidente
Ahora retírate y asegúrate de que no se vuelve a repetir o serás tú el despedido. Dile a mi asistente que me traiga un Ballantines 12 años que me ayude a olvidar este desagradable incidente.
Sí, señor presidente
Esa misma noche, la noche de Nochebuena, el presidente se reunió con sus familiares y unos amigos íntimos en uno de los salones de palacio, y allí les fue servida una lujosa cena regada generosamente con vinos de añada excepcional, y terminaron con unas copas de caros licores.
El presidente estaba de buen humor pero se le ocurrió pasarse por el despacho para recoger unos informes por si se despertaba. Fue entrar en el despacho y le vino a la mente la imagen de aquel niño pataleando y gritando mientras se le llevaban.
Maldito niño -murmuró.
Un par de horas más tarde y ya mientras dormía con una cierta desazón, le despertó el ardor de estómago. Se levantó y pensó que debía haber evitado aquella última copa y probablemente también el postre. Pero ya no tenía remedio, salvo un antiácido. Y eso es lo que tomó y volvió a dormirse.
Al poco estaba soñando, pero de una forma extraña porque era un niño. De eso estaba seguro, pero no era él porque no conocía a nadie con los que se encontraba. Debía tener unos cuatro años y se veía volar por los aires. Se sentía seguro porque su padre (aquel debía ser su padre) le tiraba una y otra vez hacia arriba y le recogía. No sentía miedo, sino muy al contrario una gran alegría y excitación. Desde lo alto veía a su madre (no sabía porqué pero estaba seguro de que aquella mujer era su madre) reirse y disfrutar con él.
Al poco ya no estaba en el parque sino en un pequeño salón. Ahora estaba jugando con uno de sus cochecitos cuando el teléfono sonó, vio a su madre coger el teléfono, decir varias veces que sí, decir algo y a continuación tirarse sobre el sofá llorando. En el sueño, le venían a buscar unos vecinos mientras su madre desaparecía de su lado. Cuando volvió a encontrarla, la vio fea y rara. Con los ojos llorosos, le dijo que papá se había ido lejos, muy lejos, al cielo y que no se preocupara por él porque estaba bien y que si cerraba muy, muy fuerte los ojos, podría volver a verle.
Apenas le dio tiempo a sentir una aplastante tristeza cuando estaba otra vez en ese pequeño salón. Pero la tristeza se había disipado y volvía a jugar con su madre que ya no tenía ese aspecto raro sino que volvía a estar guapa como siempre había sido. Es solo que ahora pasaba menos tiempo con él porque iba a cuidar a la señora Amelia. Él la conocía, era muy cariñosa y siempre que la veía le regalaba algo. Le encantaba ir a visitar a la señora Amelia porque desde que papá se fue, no tenían mucho dinero y la señora Amelia siempre le regalaba algún juguete y su mamá casi nunca podía comprarle ninguno.
No tardó mucho en ver a su madre disgustada otra vez. La señora Amelia había muerto y ella se había quedado sin trabajo. Debía arreglar las cosas del paro y así conseguir algo de dinero.
Su madre y él fueron a la oficina del paro varias veces, pero siempre les ponían pegas y tenían que llevar un papel más
¿Su nombre? -preguntó el empleado
Laura Jiménez Saavedra -respondió ella
El empleado tecleo el nombre en el ordenador y dijo:
Nos falta un documento firmado por el empleador diciendo que su contrato de trabajo ha sido rescindido.
El empleador… ¿Quién es el empleador? -oyó preguntar a su madre
La persona que la contrató -respondió el señor de la oficina del paro
Pero si ha muerto.
Tendrá que conseguir que lo firme alguno de sus herederos
Es que viven en el extranjero
Lo siento, señora, no puedo ayudarla
Otro día, en la oficina del paro cuando la madre creía haber conseguido todos los papeles y se la veía un poco más animada, se acercó a la mesa para coger número y el vigilante jurado le dijo
Señora, hoy no atienden a nadie. El sistema se ha estropeado. Dicen que han sido unos piratas informáticos
¿Pero cuando puedo venir? Necesito que me arreglen el paro urgentemente
Lo siento, señora. No sé. Ya llevan tres días así y no saben cuando recuperarán el sistema.
Él notó como el rostro de la madre se transformaba y adquiría un aire de derrota. Salieron de la oficina del paro y dijo.
Vamos a la Iglesia. Allí nos darán algo para comer
Cuando se acercaron a la iglesia, vieron una cola enorme. De nuevo, el rostro de la madre se entristeció. Percibió su angustia. Él mismo pensó si habría comida para tanta gente o antes de que les tocara, se acabaría. Tuvieron suerte y tras esperar unas horas, salieron de allí con leche, fideos, arroz, aceite y otras cosas. Podrían comer unos días.
El sueño seguía avanzando y vio a su madre, su madre en aquel extraño sueño, muy preocupada porque el poco dinero que tenían ahorrado se iba acabando. Sentía una gran angustia porque veía a su madre pensando todo el día en el dinero, contando los euros, mirando cada producto en el súper y echando cuentas cada vez que iban a comprar. Cuando creía que él no la veía, ella lloraba.
Un día él llegó a casa con una bolsa de patatas fritas y sugirió a su madre hacer un aperitivo, como cuando vivía la señora Amelia y tenían dinero. Su madre le preguntó:
¿Cómo has conseguido la bolsa de patatas?
Él bajó la cabeza y el tono y respondió:
Las he robado en el súper.
¿David, eres tonto?
Nadie me ha visto -se defendió
No vuelvas a hacerlo. Somos pobres pero honrados. Si no podemos comer patatas fritas, no las comemos.
Su madre cogió su monedero, le tomó de la mano y juntos bajaron al súper. Luego vio como la madre daba las patatas y un billete de cinco euros a la cajera mientras le decía:
Cuando hemos llegado a casa, hemos visto en el ticket que no nos habíais cobrado las patatas fritas.
Muchas gracias, señora -dijo la cajera.
Sentía el amor por su madre en aquel extraño sueño en el que todo parecía tan real. Y ella le producía una gran ternura. Su madre siempre le sonreía aunque sabía que sus ojos rojos significaban que había pasado la noche llorando.
Así que un día la dijo:
Mamá, yo te ayudaré. Yo haré que te paguen el paro.
La madre le sonrió y le dijo
Claro que sí, hijo.Cuando seas mayor, serás alguien importante, tendrás un buen trabajo y tendrás mucho dinero, por eso ahora tienes que estudiar mucho
Eso también, y mi dinero será tuyo. -respondió él.
Lo próximo que ocurrió en aquel extraño sueño fue que visitaba a un amigo, cuyo padre trabajaba de jardinero en el Palacio Presidencial y en un momento de despiste, salió de la casa del jardinero y se dirigió a la puerta del Palacio cuando un lujoso coche se paraba justo enfrente.
Se vio a sí mismo echando a correr y gritando:
Señor presidente, señor presidente, tiene que ayudar a mi madre.
En ese momento, el presidente se despertó bruscamente del sueño. Lo había comprendido todo. Había soñado que él era el niño del día anterior...
Se levantó con gran energía y se fue a su despacho. Sin reparar que apenas eran las ocho de la mañana del día de Navidad, llamó a su secretario. Este tardó un poco más de lo habitual en responder
¿Señor presidente, qué desea?
Buenos días, Antonio. Feliz Navidad. Por favor, di al jefe de seguridad que venga cuanto antes a mi despacho.
Unos minutos más tarde, Cifuentes, temiendo alguna nueva bronca, estaba llamando a su puerta.
Tras felicitarle la Navidad, el presidente fue directamente al grano:
¿Quién era el niño de ayer?
Es un niño huérfano de padre. Su madre vive en una modesta casa en Puerta del Angel y está sin trabajo y sin paro. Por eso el niño pedía ayuda ayer.
¿Cómo se llama la madre?
Laura Jiménez
El presidente se había ido inquietando a medida que Cifuentes contaba una historia tan parecida a su sueño, pero al oír aquel nombre palideció de manera perceptible.
¿Saavedra?
Exactamente, señor. ¿Cómo lo sabe? -preguntó Cifuentes sorprendido
El presidente no respondió. Se limitó a hacer un gesto como queriendo decir "cosas mías".
Una coincidencia tan exacta no podía ser posible.
Hubo un silencio durante el cual el presidente aprovechó para reflexionar y preguntó:
¿Has despedido al jardinero?
No señor -Cifuentes pareció dudar y se puso a la defensiva- aún no he tenido tiempo, son las nueve de la mañana, y es Navidad, pensaba decírselo mañana.
No lo hagas. He cambiado de idea.
El rostro de Cifuentes mostró alivio
Y ahora -continuó el presidente- necesito que me acompañes a hacer una visita a la madre del niño de ayer. Supongo que sabes donde vive, porque le llevaríais a su casa, ¿no?
Sí, señor presidente, eso hicimos.
Usa un coche discreto. Iremos tú y yo solos.
Señor presidente, eso no es posible. Yo solo no puedo garantizar su seguridad.
Si vamos de incógnito, tú te sobras.
Señor, no lo aconsejo -insistió el jefe de seguridad.
Haz lo que te digo. Espérame con tu coche en la puerta del ala este dentro de media hora.
El jefe de seguridad se retiró y el presidente volvió a llamar a su secretario para pedirle que le pusiera con el ministro de trabajo. Al poco estaba hablando con él.
Eusebio, te he llamado porque quiero que resuelvas urgentemente la situación de una persona. Es la madre de un niño que se coló ayer aquí. Se quedó sin trabajo hace meses y aún no ha cobrado el paro. Se está quedando sin dinero y está desesperada.
No me digas que me has despertado el día de Navidad para decirme que arregle la situación de un parado. Tenemos tres millones, no sé si lo sabes.
Bueno, me gustaría que arreglaras la situación de los tres millones, pero hoy quiero que te centres en uno.
El ministro pareció meditar unos instantes, al fin y al cabo, era el presidente quien le estaba pidiendo un favor. Supuso que sería alguien importante para él
Está bien. Dame los datos, hablaré con el subsecretario.
Se llama Laura, pero supongo que Cifuentes tiene todos los detalles. Le diré que te los dé -el presidente hizo una breve pausa y prosiguió-... De todas formas, Eusebio, tenemos que ser más ágiles y creativos resolviendo los problemas de los ciudadanos. No podemos decirle a alguien que no podemos arreglarle lo del paro, y quedarnos tan panchos.
¿Y qué quieres que hagamos? -preguntó el ministro
No sé, ¿porqué no me lo dices tú? Tienes cincuenta asesores trabajando para ti. ¿Me quieres decir qué están haciendo? Podrían tener alguna idea creativa como poner asistentes sociales en las oficinas de empleo para atender los casos más urgentes.
Y eso de que no se les pueda gestionar su prestación de desempleo porque no funcionen los sistemas es impresentable. Hay personas que necesitan el dinero para comer, ¿sabes?
Si te refieres al hackeo ese que ha tenido parado los sistemas durante tres semanas, ya sabes que han sido unos profesionales y seguramente financiados por una potencia extranjera
Eusebio, no me hagas reír. ¿Te imaginas que unas personas entran en el palacio presidencial y secuestran a mi mujer y que luego viene Cifuentes y me dice “Lo siento mucho señor presidente, es que ha sido un comando muy profesional”? ¿A que no? No, porque yo le respondería “y ¿tú, qué eres, gilipollas? ¿un aficionado?” ¿Qué hace Cifuentes para que aquí no entre nadie? Pone vallas altas, tiene la última tecnología, policías adecuadamente preparados. Eso es lo que tenéis que hacer vosotros para que nadie entre en vuestros sistemas.
No es tan fácil
Sí lo es cuando te lo tomas en serio. Escúchame atentamente: si me entero que un ciudadano deja de cobrar su prestación por un problema técnico, sea cual sea, te aseguro que me cepillo al jefe de informática y toda la cadena de mando acabando en el ministro. En tí.
El ministro no pudo contener su indignación y aprovechándose de la confianza que creía tener con su jefe le dijo:
¿Por qué huevos te preocupa ahora tanto la gente?. Nunca los has tenido en cuenta
No es cierto. Siempre me ha importado la gente. Es sólo que antes me preocupaba que me votaran y me importaba una mierda como se sintieran y ahora me preocupa como se sienten y me importa una mierda a quien voten.
Con esa actitud no iremos a ningún lado -dijo el ministro
De momento, además del presidente, también soy el secretario general del partido y yo decido las actitudes. Pero si tanto te preocupa tu cargo, es posible que la gente perciba nuestras buenas intenciones y nos sigan votando
¿Te has vuelto loco? En cuanto bajemos la guardia y dejemos el juego de acusaciones y cortinas de humo y nos dediquemos a resolver los problemas de los ciudadanos, perderemos las elecciones.
No sé si perderemos las elecciones, pero que resuelvas los problemas de los ciudadanos es lo que quiero ahora, porque si no lo haces, perderás el cargo antes de las próximas elecciones. Y ocúpate de esa mujer de la que te he hablado. De Laura... se llama Laura. Que la paguen el paro atrasado ya y búscale un trabajo. Cifuentes te dará sus datos. Es la madre del niño que se coló ayer en palacio. Y ahora, debo de ocuparme de otros asuntos. Gracias.
Diez minutos más tarde, el presidente se montaba en el asiento trasero del coche en el que Cifuentes le esperaba con la puerta abierta. La cerró tras subir el presidente e inmediatamente se desplazó hasta el asiento del conductor y arrancó.
En el trayecto, el presidente vio un cajero y le dijo a Cifuentes:
Para ahí, en el cajero. Quiero sacar dinero.
Señor, eso es un carril bus. Llamaremos rápidamente la atención de los municipales y le recuerdo que estamos de incógnito.
Que pares, cojones. Soy el presidente. Te identificas y ya está.
El jefe de seguridad lo hizo pero súbitamente, el presidente recordó la humildad, dignidad y el gran respeto por las normas que tenía Laura y dijo a Cifuentes:
Perdona que te haya gritado, Cifuentes, tienes razón. Busca un sitio más discreto donde podamos aparcar. Por cierto ¿cómo te llamas de nombre?
Manuel, señor presidente
¿Puedo llamarte Manolo?
Claro, señor presidente.
El presidente bajó del coche, se acercó al cajero y sacó el máximo permitido para su tarjeta: mil quinientos euros.
De camino, y ya en el humilde barrio de Laura, al parar en un semáforo, le sorprendió ver a un hombre tomando una copa. Miró el reloj. Eran las once de la mañana. El camarero le estaba sirviendo mientras el parroquiano le hacía un gesto para que siguiera echando. El presidente no pudo evitar hacer un comentario
¿Cómo se puede tomar ese copazo a estas horas de la mañana y pretender tener una cierta lucidez el resto del día?
Es precisamente eso lo que buscan, señor presidente, matar su lucidez para ayudarse a pasar el día -respondió Cifuentes-. Mientras tenga dinero para pagar la copa, el camarero lo atenderá. El día que no lo haga le echarán a patadas del bar y se convertirá en un sintecho.
El presidente no dijo nada y continuó observando el humilde barrio por el que transitaban, calles estrechas, repletas de coches aparcados, ancianos caminando con la cabeza baja y una bolsa con pan en la mano, grupos de hombres sentados alrededor de un banco…
¿Qué hacen esos hombres en lugar de estar trabajando?
Hoy es Navidad, señor presidente.
Ah, claro, qué torpe. Lo había olvidado. Como he pasado tan mala noche...
Pero es igual -continuó el jefe de seguridad-, aunque no lo fuera, también estarían ahí porque no tienen trabajo. Sus mujeres consiguen algo de dinero limpiando casas o cuidando ancianos y con eso van malviviendo.
Pasaron unos minutos y Cifuentes dijo mientras señalaba con el dedo
Ese es el portal. Ahora tendremos que dar unas vueltas buscando aparcamiento. Al venir de incógnito, no podemos dejar el coche en cualquier sitio.
No te preocupes Manolo, lo entiendo.
Emplearon casi un cuarto de hora para encontrar aparcamiento y fue a una cierta distancia del portal que poco antes había señalado Cifuentes. Tras caminar unos minutos llegaron al portal y Cifuentes pulsó uno de los botones del portero automático. Una voz de mujer se oyó a través del altavoz
¿Quien es?.
¿Laura Jiménez? -preguntó a su vez Cifuentes
Sí, soy yo. ¿quién es?
La policía, abra por favor.
El sonido de la apertura de la puerta se oyó y Cifuentes empujó la puerta dejando pasar al presidente. Antes de colgar, se oyó por el telefonillo
David, viene la policía otra vez. Ayer la liaste buena.
A continuación oyeron el ruido del colgar del telefonillo y ambos subieron por la estrecha escalera hasta el segundo piso. Cifuentes llamó al timbre de una de las puertas.
El presidente, vestido con un discreto chándal y un forro polar de marca cara, se quitó las gafas de sol y la gorra para facilitar que le reconocieran rápidamente. Esperaba ver la sorpresa dibujada en el rostro de quien abriera la puerta.
La puerta se abrió y una cara asustada de mujer se vio tras ella, pegado a la mujer estaba un niño también asustado. El presidente, acostumbrado a leer las emociones en los rostros de la gente, no pudo percibir el de la mujer porque él mismo cayó en una sorpresa aún mayor. La mujer era la que había visto en su sueño. Entonces dijo un poco aturdido:
Buenos días señora… -y miró a Cifuentes
Jiménez -terminó la frase Cifuentes
Soy Raul Pereda, el Presidente del Gobierno y este es el señor Cifuentes, mi jefe de seguridad
Buenos días señora Jiménez -dijo Cifuentes, mientras le enseñaba una placa de la Policía.
El presidente continuó
¿Nos permite pasar? Serán solo unos minutos.
Claro, por favor, pasen -respondió Laura mientras dirigía a su hijo una mirada recriminatoria.
El presidente vio un pequeño salón, limpio y ordenado, pero austero. En él se veían colgados adornos de Navidad que ya estaban pasados de moda hace diez años, y en un rincón del salón, curiosamente iluminado por un rayo de sol que acababa de entrar por la ventana, un pequeño Belén.
Señora Jiménez -comenzó a hablar el presidente-. Su hijo se coló ayer en el Palacio presidencial y llamó mi atención
Laura miró con severidad a su hijo mientras contestaba
Le pido perdón, señor Presidente. David es un buen chico, lo que pasa es que estamos pasando una mala racha y está un poco confundido.
No, señora. No me malinterprete, lo que su hijo hizo ayer fue una muestra de valentía, arrojo y determinación. Créame que le admiro y le respeto. Eso ha servido para que conozcamos su situación, que por lo que hemos averiguado es bastante… -el presidente buscó la palabra adecuada- complicada. Por eso, hemos venido a verla. Queremos ayudarla cuanto sea posible.
El presidente hizo una pausa y continuó:
He hablado con el ministro de trabajo y me he asegurado de que en breve reciba una transferencia con los meses atrasados del desempleo. Así mismo, le ofreceremos un puesto de trabajo para que, si lo desea, esté trabajando en año nuevo. En unos minutos se pondrán en contacto con usted para arreglar todos los detalles.
La cara de la mujer había tornado de miedo a sorpresa y ahora a alegría.
Y mientras todo esto ocurre, permítame ofrecerle algo.
El presidente buscó su cartera y de ella extrajo los mil quinientos euros que había sacado del cajero unos minutos antes y se los ofreció a la mujer.
Tómelos, usted los necesita. Le servirán para pasar unas buenas Navidades. -como vio que la mujer dudaba, el presidente insistió- No se preocupe, no va a haber ningún problema. No los he sacado de ningún fondo reservado -sonrió-. Son míos, los acabo de sacar de mi cuenta personal.
La mujer cogió el dinero y estalló en sollozos, a la vez que decía
Gracias, gracias señor presidente, gracias
El niño, que había permanecido en un discreto segundo plano, se fue hacia el presidente y le abrazó. Aunque su abrazo se quedó a la altura de las piernas. El instinto de Cifuentes fue separar al niño, pero una rápida mirada del presidente le retuvo. Éste se agachó y abrazó a su vez al niño.
El niño dijo
Sabía que me ayudaría.
Cuando el presidente se levantó sintió como una lágrima comenzaba a circular por una de sus mejillas. Una lágrima que borró rápidamente con la mano. Miró a Cifuentes y vio que este se había puesto rápidamente sus gafas de sol. Dedujo que a él le había pasado lo mismo y no quería mostrar sus emociones.
La mujer, de repente, cogió al Niño Jesús de su Belén y dijo
Gracias, mi Niño Jesús. Has escuchado mis oraciones -y dio un beso a la pequeña imagen.
El presidente pensó,
Qué Niño Jesús ni que Niño Jesús, gracias a mi y a tu hijo que ayer se puso a pegar voces
pero no creyó adecuado decir nada, no solo por la situación, sino porque si las creencias de la mujer le parecían irracionales, lo que le había pasado a él esa noche tampoco es que fuera muy normal, no sabía si describirlo como mágico o… milagroso. Luego pensó que la fe de la mujer, al menos, le habría ayudado a mantener la esperanza. Sí, mejor no hacer ningún comentario.
Tras una rápida despedida y más palabras de agradecimiento, bajaron las escaleras y, al salir del portal, Cifuentes fue a abrirle la puerta, pero el presidente se adelantó y giró el pomo. Le sorprendió la ligereza de esa cutre puerta de aluminio. Él, que estaba acostumbrado a pesadas puertas de maderas nobles que se abrían solas a su paso.
El presidente, que ya se había colocado las gafas de sol y la gorra para evitar que le reconocieran, le dijo a Cifuentes:
Han sido los mil quinientos euros mejor gastados de toda mi vida. Nunca gastar dinero me había hecho sentir así.
Ha sido un gran gesto de generosidad por su parte, señor presidente
Llámame Raul, por favor y tutéame
Como quiera señor presidente. Perdón como quieras, Raúl
Mientras caminaban para encontrar el coche, al presidente le dio tiempo de pensar que hasta hoy, no había entendido nada sobre aquello en lo qué consistía su trabajo. Pero ahora lo tenía claro. Dedicaría todo su esfuerzo a ayudar a los ciudadanos, para que nadie castigado por la desgracia como Laura tuviera que pasar, además, por el calvario de sufrir penurias económicas. Haría que los problemas técnicos y la burocracia nunca estuvieran por encima de las personas.
Ese pensamiento le hizo sonreír. El ministro de trabajo tenía razón, en cuanto no dedicara todas sus energías a intrigar, comprar apoyos, poner zancadillas y conspirar, iba a durar como presidente tanto como un billete de 50 euros en una casa de apuestas.
Pero no le importaba. En el puesto en el que pudiera mantenerse tendría el mismo objetivo. Dinero no le faltaría, ya tenía suficiente y a partir de ahora, que sabía que se obtiene más satisfacción ayudando a los que lo necesitan que pasando una velada en el lujoso yate de un gran empresario, tendría necesidades mucho más baratas. Repartir comidas en un comedor social sería suficiente.
Cifuentes pulsó el mando a distancia de su coche y fue a abrir la puerta trasera derecha del coche para que se acomodara el presidente, pero éste ignoró su gesto y abrió la puerta delantera y se sentó en el asiento del copiloto. Cifuentes entró en el coche y tras cerrar la puerta y girar el contacto oyó al presidente decir
Hay que joderse Manolo, veinticinco años en política y que un niño haya tenido que enseñarme en qué consiste mi trabajo.
Cifuentes miró al presidente y se limitó a sonreírle.
El presidente se sorprendió. Era la primera vez que veía sonreír a Cifuentes.
---------
FELIZ NAVIDAD
A la memoria de los que nos han dejado. Gracias por andar con nosotros parte del camino. Nunca os olvidaremos y menos aún, en Navidad
Toca aquí para leer otros cuentos de Navidad (2.022)
Otros cuentos de Navidad (2.020)
Comentarios
Publicar un comentario