Delicado equilibrio
Vivimos sobre una
gran bola de fuego que se desplaza, dando vueltas como una peonza, a una
velocidad vertiginosa en el vacío más absoluto.
Reflexionando sobre este
hecho, nos damos cuenta de nuestra pequeñez, pues si la tierra tuviera el
tamaño de una manzana, la parte sólida, la que nos separa del infierno, no
tendría el grosor de su cáscara y la atmósfera, lo que nos separa del gélido espacio
vacío sería aún más fina.
Hay un raro
equilibrio en la tierra que permanece inexplicado y que permite la vida tal y
como la conocemos. Por ejemplo, la proporción de oxígeno en el aire es del 21%.
Un 4% más de oxígeno y la hierba mojada ardería. Sin embargo, de alguna extraña
manera, por algún mecanismo que no conocemos bien, la Tierra se las apaña para
mantener la proporción de oxígeno en el aire alrededor de ese porcentaje. De
ahí que James
Lovelock hablara de la Tierra como una especie de ser vivo, Gaia.
Otro ejemplo, la
corriente del Golfo transporta el agua cálida del golfo de México hacia Europa,
permitiendo que el clima de Europa sea más benigno de lo que le correspondería
en función de su latitud (recordemos que Madrid tiene una latitud similar a la
de Nueva York).
No se comprenden del
todo los mecanismos que regulan el comportamiento de estas corrientes, pero es
obvio que la contaminación de los mares, la irrupción de agua dulce procedente
del deshielo de los polos y el aumento de la temperatura del agua derivado del
calentamiento global no van a contribuir a su estabilidad.
No sabemos en qué
momento se rebasaría un punto crítico a partir del cual, la corriente cambia su
equilibrio y modifica la dirección, simplemente se debilita o directamente
desaparece. Y lo que resulta más curioso, ni siquiera sabemos si hay un punto
crítico.
Un cambio en esa
corriente tendría un impacto directo en el clima. Algunos dicen que sería una
especie de glaciación en Europa, algo así como lo descrito en la película El día de mañana, pero sus efectos reales se desconocen
con exactitud.
En cualquier caso,
los sistemas que mantienen este raro equilibro, tienen pinta de ser frágiles,
delicados y, sobre todo, no sabemos de qué dependen.
Haciendo un símil,
es como si viviéramos en la base de un cono invertido, raramente en equilibrio
sobre su vértice, y nosotros, pobres hormigas que se desplazan sobre su base,
en vez de contribuir modestamente a su inestable equilibrio cuidando nuestros
movimientos, nos moviéramos sin precaución, pegando saltos todos en manada, y
apoyados en nuestra tecnología, pusiéramos en juego nuestra suerte.
Justo es que
valoremos nuestra pequeñez y que con humildad contribuyamos al extraño
equilibrio que hace posible la vida humana sobre la tierra.
Precisamente la
tecnología ha conseguido lo contrario, multiplicando nuestro impacto sobre el
planeta, haciéndonos creer que podemos arreglar los problemas según vayan
surgiendo y que siempre podemos esperar.
Parece evidente que
algunos poderosos piensan así, como si su dinero o su poder pudiera asegurarles
una suerte mejor que al resto de los mortales.
Simplemente hay
problemas que no somos capaces de resolver una vez que se hayan producido. Todo
lo más, podemos prevenirlos. ¿O es que acaso toda nuestra tecnología es capaz
de apagar un incendio forestal evitando que se arrasen miles de hectáreas de
bosque y algunas veces los pueblos?
Y enfrentados a la
naturaleza, ¿puede nuestra tecnología taponar un volcán, desplazar un huracán o
hacer que llueva en una zona azotada por una prolongada sequía?
Tenemos que habitar
este mundo con humildad, siendo conscientes de nuestra pequeñez, de nuestra
brevedad y de la fragilidad de los mecanismos que hacen posible la vida humana
sobre la Tierra. Se nos ha encargado la administración de este mundo mientras
estamos en él.
No somos
propietarios, solo administradores que hemos de dejar en la mejor de las
disposiciones el entorno para los que hayan de habitarlo con posterioridad.
Lo contrario es
vanidad de vanidades y… sólo vanidad.
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Monografías de Siguiente Nivel
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