Compendio de autoayuda (13) - Nivel Espiritual (I)



Nivel Espiritual

Podría pensarse que es éste un nivel dedicado a los creyentes, porque la palabra espiritual encierra un conjunto de connotaciones no científicas y por tanto, con la sospecha de ser ajenas a la racionalidad.
A mi juicio, no es así, el nivel espiritual aparte de las ideas que puede suscitar en un creyente, incluye un conjunto de reflexiones y recomendaciones que son tanto válidas para el creyente como para el que no.

Desde este punto de vista, el nivel espiritual incluiría un conjunto de factores cuyo efecto es palpable aunque no sepamos el porqué. Aquellos que no son fácilmente explicables por la ciencia, pero que existen. No todo lo que no tiene explicación científica deja por ello de ser real. Simplemente aún no hemos alcanzado el conocimiento suficiente para entenderlo.
Por ejemplo, Darwin ya tuvo problemas para encajar el altruismo en su teoría de la evolución (no sé si llego a hacerlo con éxito), y tampoco sé si Dawkins en su “El Gen Egoista” pudo encajarlo, porque las conductas altruistas no favorecen la preservación de los genes. Ciertamente, el altruismo, muchas veces conduce a la autodestrucción en pro de un bien superior.

En cualquier caso, para los no creyentes, este nivel espiritual haría referencia a las capas más altas del cerebro humano, aquellas que generan conductas y motivaciones difícilmente explicables desde el punto de vista meramente evolutivo y/o utilitarista.

Hay gente tan pobre que solo tiene dinero

Efectivamente, en las sociedades desarrolladas occidentales es cada vez más frecuente encontrar personas que teniendo perfectamente cubiertas sus necesidades básicas, se sienten solas y vacías, sin ser capaces de encontrar el más mínimo sentido a su existencia.
Esto es aun más sangrante para las personas mayores, que después de haber dedicado toda su vida al trabajo y a los demás, no encuentran en la sociedad actual, ningún tipo de reconocimiento que no sea una mínima pensión. Esto es así porque las personas mayores no suelen encuadrar entre los valores actuales socialmente reconocidos: dinero/poder, fama, juventud y belleza.

El dinero se ha convertido en la motivación principal, por no decir única, de la sociedad occidental. Todo se sacrifica en aras del dinero y es el dinero la medida de todas las cosas.
Las grandes empresas solo miran si sube la acción en el mercado de valores y hacen todo lo posible para que así lo haga. Si hay que hacer vertidos nocivos en ríos para ello, se hacen, si hay que machacar al empleado o engañar al cliente, se hace. Si hay que asumir riesgos que pongan en peligro la propia supervivencia de la empresa, se asumen. Total, el ejecutivo tiene su paracaídas dorado.
No hay valores más allá del dinero. De hecho, cuando las grandes empresas hacen algo aparentemente altruista o generoso es más probable que lo haga por razones de imagen (aumento de las ventas) que por puro convencimiento.
La enorme distancia entre el sueldo que cobran los altos ejecutivos frente al salario del empleado medio y que se ha disparado en las últimas décadas, es probablemente la culpable de esta aproximación puramente monetaria de la realidad en las empresas.
El alto ejecutivo, que puede cobrar 200 veces o más el salario medio de sus empleados, vive en un mundo distinto e inexistente para el resto de los mortales. Es obvio que sus preocupaciones son completamente distintas y seguramente, ajenas a las de las personas fuera de su círculo.

Otros valores, antaño reconocidos, como la experiencia han perdido su significado ante una sociedad tan cambiante (el abuelo no sabe navegar por Internet ni es capaz de pasar de nivel en este videojuego, ¿qué puede enseñarme?) y puede ser considerada como un lastre o como resistencia al cambio.
De hecho, la inadaptación a las nuevas tecnologías, a pesar de su sencillez, requieren un cambio de mentalidad que es habitualmente interpretado como resistencia al cambio en muchas organizaciones empresariales, por lo que se prefiere tirar por la borda la enorme experiencia previa de antiguos empleados, antes que provocar ese cambio de mentalidad y beneficiarse de la experiencia antigua aplicada al nuevo entorno.

El retorno a las raíces

Desde que el hombre es hombre y, en todas las civilizaciones y culturas, la idea de Dios y la de alma, ha sido una constante permanente. De hecho, este ha sido uno de los argumentos utilizados habitualmente por los defensores de la existencia de Dios: el consenso existente en todas las culturas sobre su existencia, es decir su universalidad, o lo que es lo mismo, que la idea de Dios está de alguna forma preprogramada en el cerebro humano.
La idea de Dios y la religiosidad ha sido un potente motor de la humanidad. Sin esta gran motivación, nunca hubiera sido posible la realización de las pirámides egipcias, o la multitud de enormes catedrales que hay repartidas por toda Europa. Estas grandes obras se hicieron con una limitación de recursos humanos, materiales y económicos y con una tecnología muy primitiva.

Imagine ahora esa misma motivación y súmela a los actuales recursos y tecnología. El resultado podría ser realmente impresionante.

Se sea o no creyente, conviene reflexionar sobre la enorme motivación que ha supuesto la religiosidad a lo largo de la historia del hombre y, naturalmente,  la enorme motivación que puede ejercer sobre una persona individual.



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