Compendio de autoayuda (14) - Nivel Espiritual (II)
Retome su espiritualidad
Si ha dejado de lado su espiritualidad, fuente inagotable de
energía vital, retómela.
La religión tiene en nuestra sociedad connotaciones negativas y,
en efecto, motivos hay: se ha utilizado y se utiliza como mecanismo de control
de los pueblos.
Pero como decíamos de la energía nuclear y de la televisión, al
igual que son mecanismos potentes de control humano, también puede ser
inmensamente positivos cuando son puestos al servicio del hombre.
De hecho, el mecanismo religioso es imprescindible en el ser
humano, tanto es así, que cada persona encuentra su propia religión (ídolos, se
llamaban antaño) en el fútbol, en el consumo, en el culto al cuerpo, en el
dinero, política, los hobbies ,etc.
No hace tanto, los poderes usaban la religión como un mecanismo de
control social. Por este motivo era cuidada y apoyada. Ahora ya no es necesaria
pues los poderes han descubierto en el consumo (de productos e ideas) un
mecanismo muchísimo más eficaz y seguro de control social.
En el pasado, usando la religión se convencía al pueblo de que
había que soportar estoicamente las miserias de esta vida (inmensas en aquel
entonces) para alcanzar el paraíso en la otra vida. Mientras, el poder vivía
opíparamente en esta vida, por si acaso la otra fallaba.
Usando el consumo, no hay que convencer de nada. Las personas
temen perder los objetos otorgados por la sociedad de consumo si adoptan una
postura crítica, o mínimamente revolucionaria o rebelde.
Además, recurriendo al supermercado de ideas, cada cual puede
construir su estilo de vida, es decir, una religión artificial que ni siquiera
está dotada del conjunto de valores éticos organizados de las religiones
milenarias.
En definitiva, antes que no había nada que perder, se convencía al
pueblo de que podían perder su alma. Ahora todos tenemos mucho que perder:
nuestra casa, coche, joyas,... en definitiva el estatus y estilo de vida que
hemos conseguido.
Es más, la religión organizada puede ser
contraproducente para los poderes: Sin ella, la gente consume sin pensar, sin
objetivos vitales profundos y por tanto, tendentes al desánimo y la
depresión y de esta manera, destrozados, anulados como personas y fácilmente
manipulables.
Eso sí, el sistema habilita mecanismos
paliativos como la psiquiatría, los psicofármacos y la psicología (es decir,
más consumo, más dependencias...) que no suele resolver el problema totalmente
pero que lo mantiene bajo control.
La religión, además, puede generar personas militantes y por tanto
contrarias al signo de los tiempos: dejarse llevar por la corriente del
sistema. Ciertamente también genera fanáticos, pero éstos rara vez caen en el
desánimo porque tienen una idea clara, aunque sea equivocada, que los guía.
Como siempre en el término medio esta la virtud.
Por otra parte, el hecho religioso comienza a estar socialmente
mal visto. Es percibido como un anacronismo soportado exclusivamente por mentes
trasnochadas y primitivas que viven ancladas en el pasado.
Y es que la ciencia y la tecnología parecen haber permitido la
superación de las limitaciones del hombre. Antes, el desconocimiento de los
mecanismos que provocaban las tormentas remitía inmediatamente a la existencia
de un ser superior cuya voluntad se nos
escapaba. Ahora el conocimiento de esos mecanismos parece invocar una
interpretación puramente mecanicista del mundo, cuando en realidad, solo hace
retroceder un peldaño en la explicación del mundo y esconde un poco más la
pregunta. Es decir, si antes la pregunta no contestada era porque los objetos
caen (y la respuesta religiosa, porque Dios quiere), ahora la pregunta no
contestada es porque la constante de gravitación universal es la que es y no
otra distinta (la respuesta religiosa podría seguir siendo la misma).
Es un hecho aceptado en las sociedades actuales que las personas
“cultas“ terminan sus preguntas en la
interpretación mecanicista de la realidad (las tormentas se forman porque hay
diferencias de presión atmosférica) y más allá de ahí, lo metafísico, lo
sobrenatural es considerado casi superstición y por tanto propio de zafios,
mezquinos e incultos.
La ciencia y la tecnología
nos ha hecho independientes (aparentemente) de Dios, cuando en realidad
sólo nos ha alejado de El. Todo aquello que nos recuerda nuestras limitaciones
(la enfermedad, la muerte) ha sido alejado de las ciudades y recluido en los
hospitales y bellos y apartados cementerios.
El hecho religioso, es, de esta manera, ignorado. Está ahí, pero
no se utiliza. Vivimos nuestra pequeña vida dejando pasar los días y
permitiendo que los árboles de cada día (ir al trabajo, pagar el coche, hacer
la comida, ver la tele, etc.) nos impidan ver el bosque de la vida en el que
estamos inmersos.
Las preguntas filosóficas tradicionales qué soy, por qué soy,
quien soy, a donde voy, de donde vengo, han desaparecido de nuestro temario
vital.
Así pues, olvidar la faceta
espiritual del ser humano, definido por algunos filósofos como un animal
religioso, es dejar de lado una de sus facetas más importantes, de hecho, la
que más diferenciadamente nos separa de los animales.
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