¿A Cambio de qué?
Supongamos que estamos en la defensa de uno de los múltiples
trabajos que nuestros pacientes estudiantes universitarios deben presentar a lo
largo de su carrera como consecuencia de la implantación del plan Bolonia
Profesor: Si no he entendido mal, la idea de negocio que propones
es montar un servidor que almacena las fotos de los usuarios para que estén
disponibles a todos los demás
Alumno: Sí, básicamente es eso
Profesor: ¿De dónde obtendrás los beneficios?
Alumno: Cuando tenga un número suficiente de usuarios, cobraré por
la publicidad dentro de la plataforma.
Profesor: ¿Y cómo piensas tener un número suficiente de usuarios?
puedo entender el atractivo de que la gente entre en el servidor que propones
para ver fotos de los demás. Todos tenemos algo de vieja del visillo. Pero ¿cómo
vas a conseguir que alguien suba sus fotos, las de sus familias, las de sus
hijos? ¿Les vas a pagar? Tendrás que incluirlo en los costes de tu proyecto
Alumno: No señor, no pensaba pagarles nada.
Profesor: ¿Quieres decir que lo subirán gratis?, ¿a cambio de qué?
Alumno: De nada
Profesor: Ja ja ja. Menuda idea de negocio, y el nombre que le has
puesto Caralibro, Caralibro
Alumno: Sí, es que es como si estuvieras hojeando un libro de caras
Profesor: Caralibro, qué nombre, y el logotipo una “c” metida en un
rectángulo verde. Anda que te has roto mucho la cabeza.
No os pido en estos trabajos que presentéis
ideas multimillonarias, pero al menos que cubran costes. Lo siento. No puedo
aprobarte, tienes que darle una vuelta a esto y volverlo a presentar.
Esto es lo que hubiera dicho un profesor (o cualquiera de
nosotros con un poco de sentido común) hace veinte años. Sin embargo un joven
estudiante de Harvard desplegó ese modelo de negocio y hoy es una de las
personas más ricas del mundo. ¿Quién podría pensar que alguien subiría a la red
sus fotos, las de sus familias, las de sus amigos, incluso las de sus hijos
pequeños para que las viera todo el mundo? Era difícilmente predecible. Además,
gratis, a cambio de nada.
Bueno, a cambio de nada, no. A cambio de una popularidad
efímera en el mejor de los casos o a cambio de destrozarte la vida en el peor.
Es cierto que las redes sociales proporcionan en casos
excepcionales una popularidad que puede generar beneficios económicos y que el
cerebro percibe como agradable, pero esos pocos casos suelen pagar un precio
muy alto, pendientes de los likes o del número de visitas… Como el último vídeo
o foto que se ha colgado, tenga menos visitas que el anterior ya es traumático.
No sería el primer caso de un personaje popular que acaba perdiendo la cabeza o
la vida, obsesionado por el número de visitas de su canal de Youtube
También son conocidos los múltiples casos en que las redes
sociales han destrozado las vidas de jóvenes y no tan jóvenes. Es frecuente
entre los grupos masculinos de wasap el reenvío de fotos y vídeos de chicas
provocativas y ligeritas de ropa.
Cuando se ven esos vídeos, es imposible distinguir entre las
chicas que han hecho ese performance a propósito para que sea distribuido en la
red, de las chicas que lo hicieron exclusivamente para sus novios y luego los
muy mamones lo reenviaron cuando rompieron con ellas (algunos incluso antes). A
algunas de estas últimas chicas, ese hecho les ha destrozado la vida, cuando no
ha acabado directamente con ella.
Resulta duro pensar que alguna de esas chicas cuyos vídeos
circulan todavía por las redes estén muertas precisamente por eso. Sin embargo,
es real. Es un hecho y hemos de aceptarlo.
¿No es completamente desproporcionado?
El beneficio que podemos obtener distribuyendo imágenes
personales es liviano y, sin embargo, son enormes los riesgos que se corren.
Entonces ¿por qué tienen tanto éxito?
Yo creo que la gigantesca componente social del cerebro
humano tiene la culpa de que se maximice tanto el beneficio de la ligera
popularidad. Por otra parte, a mi juicio, la presión de grupo tiene la culpa de
que se minimicen tanto los riesgos que existen. Total, todo el mundo lo hace,
¿por qué va a ser malo?
Incluso es justo lo contrario, si no lo haces, eres un bicho
raro, un asocial, un inadaptado, un marginal, o simplemente un ignorante que a estas alturas no sabe usar las redes sociales.
La presión de grupo puede ser muy peligrosa y hay que estar
muy atento, intentando tener el cerebro bien amueblado para que no nos domine.
Recordemos que la presión de grupo hizo ver como completamente normal que se
recluyera a los judíos por el hecho de serlo durante la Alemania nazi. Hizo que
gente como tú y como yo, con hijos como los tuyos o los míos fuera exterminada,
sin ninguna causa objetiva. Y aquella sociedad, lo aceptó, lo entendió como
natural, e incluso inevitable.
Aunque los riesgos que he mencionado nos parezcan lejanos,
lo que es evidente y cierto es que proporcionando tanta información gratuita a
empresas privadas, les estamos dando un poder sobre nuestras vidas
impresionante. ¿Realmente merece la pena el beneficio que obtenemos?
Facebook, el libro de las caras, nos dice que pongamos una
foto nuestra en el perfil (por cierto, foto que es pública en toda la internet
y, que yo sepa, no se puede ocultar), que le digamos nuestra fecha de
cumpleaños, nuestros gustos, nuestras aficiones, hasta nuestra religión. ¿A
cambio de qué?
A cambio de nada.
¿Dónde queda nuestra rebeldía hispana? Esa que ha llevado a
que tengamos que oír durante el confinamiento “a mí me van a decir cuándo y
cómo puedo salir”. Esa rebeldía hispana es la que nos haría falta para negar a
las grandes empresas de software la información que nos piden. Si es un libro
de caras, yo pongo cubos o letras (si habéis leído bien, no lo otro) o
cualquier cosa que no sean caras, o no pongo nada.” A mí me van a decir lo que
tengo que poner”.
Frente a la presión de grupo que nos dice cómo debemos
vestir, qué debemos ver o cómo debemos pensar, es cuando necesitamos nuestra
rebeldía hispana y no para resistirnos a cooperar con la colectividad para un
objetivo común, como la erradicación de la epidemia.
En nuestra casa tenemos cortinas para que los vecinos de
enfrente no husmeen lo que hacemos. No tiene sentido que en las redes sociales
permitamos a cualquier individuo situado en cualquier parte del mundo, que
husmee en nuestras vidas.
No olvidemos que cualquier cosa, cualquiera, que escribamos en Internet o en una red social, cualquier
foto que subamos, quedará ahí para
siempre. Siempre quedará alguna copia en algún lugar por mucho que nos
digan que hay derecho al olvido.
Por otra parte, si no pensamos antes de enviar algo privado a
las redes (una foto o cualquier otra confidencia) sobre quién, cómo y porqué
puede llegar a verlo, estaremos eliminando las cortinas de nuestra casa y
transformando los tabiques que nos aíslan de los demás, en mamparas de cristal
que permiten observarnos hasta cuando estemos en el baño.
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Monografías de Siguiente Nivel
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