Sanidad pública o privada



Esta semana me voy a meter en un bonito jardín al plantear esta disyuntiva tan polémica que el coronavirus ha traido a las primeras posiciones de la actualidad.
Vamos a intentar reflexionar sobre estas alternativas y espero que los que consigan llegar  al final del post, puedan concluir que el análisis se ha hecho desde la moderación, que como siempre intentamos, sea seña de identidad de este blog (no sé si lo consigo, claro).

Para empezar no creo que la disyuntiva esté planteada correctamente. No veo por qué hay que elegir entre sanidad pública y privada como si una y otra fueran excluyentes, o como si una representara la derecha y otra a la izquierda o como si una fuera de calidad y la otra una basura.

Cuando veo en los balcones pancartas que abogan por la sanidad pública yo creo que lo que están defendiendo no es la titularidad del servicio, sino la gratuidad y la calidad del mismo. Vamos creo yo, lo mismo me equivoco.
Al menos, lo que yo quiero para mí, mi familia, mis amigos y la gente que aprecio en general, es una sanidad de calidad y gratuita. Eso como paciente o familiar de paciente. Como contribuyente, lo que deseo es que el servicio sanitario cueste lo mínimo para pagar los menos impuestos posibles, y como fan de lo justo, lo que deseo es que los sanitarios reciban un sueldo digno, adecuado a su formación, unas jornadas razonables y una estabilidad en su empleo. Es decir, que se sientan valorados y motivados.
Reconozco que esto de que el personal sanitario se sienta valorado, además de porque se lo merecen, tiene una componente egoísta. Y es que cuanto mejor se encuentren ellos, mejor podrán curarnos a nosotros.

Si se cumplen los requisitos anteriores, poco me importa si el titular del servicio es público o privado o mixto o anarquista o es una fundación procedente de la generosidad de uno o muchos ricos.

Sin embargo aquí en España, como siempre, deseamos simplificar el problema, y a ser posible con una única palabra, en el caso de la sanidad, con la palabra pública. Creo que debemos esforzarnos más al realizar nuestras pancartas e incluir algunas palabras más: “sanidad de calidad y gratuita para todos”, por ejemplo, que perdonadme, no es sinónimo de pública, tampoco es sinónimo de privada, no es sinónimo de nada. Me temo que no haya una palabra única para definirla y tendremos que seguir usando varias: “Sanidad de calidad gratuita para todos”.

Estamos de acuerdo que, teóricamente, para dar un servicio público, una empresa pública parece más adecuada puesto que al no tener que obtener beneficios como la privada, el servicio podría ser prestado con mayor calidad y a menor coste (insisto, teóricamente). Esto debería ser así porque los beneficios, que de otra manera habrían de ser repartidos entre los propietarios de la empresa, repercuten en las Administraciones y en sus trabajadores con sueldos mejores.

Lamentablemente la situación no es tan sencilla y puede darse el caso de que una empresa pública preste un servicio de peor calidad con unos costes más altos e incluso aperreando a sus empleados, a cambio de nada. Solo porque los gestores, puestos a dedo por amiguismo (corrupción del político en cuestión), y que no tienen que dar cuenta de sus resultados, ni necesitan la formación adecuada ni la dedicación ni la competencia.

O, dicho de otra forma, a igualdad de calidad de los gestores, igualdad de recursos e igualdad de objetivos, la empresa pública gana por goleada a la privada en la prestación de servicios públicos.

El problema comienza cuando en las empresas públicas nadie exige resultados a sus gestores. Esa labor deberían realizarla los políticos, pero todos sabemos lo difícil que es pedirle cuentas a tu cuñao.

En cambio, en la empresa privada, aunque pongan a un cuñao incompetente en un puesto, siempre será en uno que no estorbe al que sabe y toma las decisiones, porque está en juego el dinero del propietario.

Otra situación en la que, a mi juicio, es lícita la gestión privada en la sanidad pública, se produce cuando no hay recursos públicos, financieros o humanos, suficientes para desplegar, pongamos, un nuevo hospital en una zona. En ese caso, una empresa privada asume los costes y riesgos del despliegue y aporta el conocimiento, dinero y capital humano necesarios para el nuevo hospital. Por ello, justo es que obtenga beneficios. El problema aquí es que aparece de nuevo la corrupción del político de turno y adjudica el proyecto no a la empresa más beneficiosa para la comunidad, sino a la más beneficiosa para él o su entorno.

Resumiendo, más que la titularidad de la empresa que presta el servicio público, el problema, a mi juicio, radica en la corrupción política que elige a los gestores no por formación y experiencia, sino por amiguismo en la empresa pública o, si se opta por la empresa privada, se elige ésta pensando en intereses particulares y no en los colectivos.

En definitiva, la disquisición sanidad pública o privada es bastante más compleja de lo que parece y los partidos no deberían tomarla como bandera electoral simplificándola hasta el extremo y, como la educación, tendría que convertirse en un tema de estado excluido del debate electoral. Mientras eso ocurre, sugiero para nosotros unas reivindicaciones un poco más elaboradas, algo así como “Fuera la corrupción del sistema público de salud y por una sanidad de calidad gratuita para todos, bien gestionada”.

Ya sé que hay que gastar mucha más tela y tinta en las pancartas, pero lo contrario, una reivindicación excesivamente simplista, nos puede automáticamente alinear con un bando.
Y es que alinearnos con un bando es lo que siempre se nos ofrece y es lo que realmente el Poder (con mayúscula) quiere, porque probablemente ese Poder sea el que manda en todos los bandos y así nos mantienen entretenidos.

Hacernos de un bando nos hace automáticamente enemigos del otro, y honestamente, no creo que podamos permitirnos el lujo de estar repartidos en bandos cuando todos nos necesitamos. Y más aún después del coronavirus, porque de esta o salimos todos, o todos nos hundimos.

Desde este blog siempre hemos defendido que nos equivocamos al encuadrar a las personas en izquierdas y derechas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, inmigrantes y autóctonos, cristianos y musulmanes, etc, etc, cuando la única clasificación posible es gente buena y gente mala, claro que esto último es mucho más difícil de distinguir.

Algo así ocurre con la sanidad.

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