Rigidez mental
Cuentan que había una vez dos sabios, uno creyente y el otro ateo que estaban discutiendo sobre la existencia de Dios. Tras horas en las que cada uno expuso sus argumentos a favor de sus tesis y que el otro las rebatía, resulta que el sabio creyente se hizo ateo y que el ateo se hizo creyente.
Me temo que este tipo de situaciones sólo se dé entre gente sabia, gente con la mente lo suficientemente abierta como para cambiar de opinión. En mi experiencia cotidiana la situación es más bien la contraria. Discutimos por discutir, siempre con intención de cambiar la opinión del contrincante pero con esperanzas casi nulas de conseguirlo. Y, en el fondo, con la convicción equivalente en sentido contrario, que se traduce en la frase “tú dí lo que quieras, que yo voy a seguir pensando lo mismo”.
No sé de qué forma se construyen nuestras ideas, pero una vez formadas, cambiarlas es tarea si no imposible, al menos sí titánica.
Yo supongo que cuando no tenemos opinión sobre algo en concreto, alguien que nos inspira confianza o que parece suficientemente informado puede ayudarnos a formar esa opinión, pero una vez formada, cambiarla es bastante más complicado.
Sí estamos hablando de temas triviales, no tiene demasiada importancia, pero hay ideas que van conformando nuestra personalidad y que al final nos hacen ser como somos y pensar como pensamos.
A medida que se va cumpliendo años, vamos teniendo opinión sobre más cosas y las básicas, si Dios existe o no, si hay otra vida, para qué vivimos, donde está el bien y el mal (incluso si el bien y el mal existen)... se van asentando en nuestra personalidad, de tal forma que al final forman parte de ella.
Algo así ocurre con ideas secundarias que se derivan de las anteriores: cómo se debe estructurar la sociedad, cómo se debe vivir, las ideas políticas que nos hacen ver con buenos ojos las ideas de derechas o de izquierdas, etc… todo ello conforma nuestra forma de ser y nuestra forma de vivir.
Así construimos el armazón sobre el que se asientan nuestras creencias.
El problema estriba, a mi juicio, en que lo solemos hacer de forma tan precaria y las ideas se asientan unas sobre otras con tan poca solidez, que si cambiamos alguna se nos viene abajo todo el tenderete, cual castillo de naipes.
Lo más grave del asunto es que, en esta situación de fragilidad mental (y probablemente espiritual), dejamos de intentar buscar nuevas ideas, no sea que alguna de ellas nos desajuste y derribe nuestro castillo. Yo creo que esto, y no los años, es lo que nos hace especialmente viejos.
Desde este punto de vista, la sabiduría consistiría en asentar nuestras ideas sobre pilares sólidos de tal forma que aún cambiando las ideas más básicas, la estructura de nuestra personalidad permanecería intacta. Por eso el sabio ateo puede hacerse creyente y viceversa.
Sí esto es verdad puedo concluir que mi sabiduría es escasa, puesto que difícilmente cambio de opinión cuando la tengo formada e, igualmente, si esto es verdad hay poca sabiduría en la sociedad pues es difícil cambiar la opinión de aquellos que ya la tienen.
Diréis que no, que eso no es verdad, que la opinión social es volátil o voluble con facilidad, porque la fama se va igual que viene o que un partido político de éxito, fracasa en las siguientes elecciones.
Sí, es cierto, pero esos cambios de opinión social descansan sobre personas que, o bien son lo suficientemente sabias como para cambiar de opinión, o son lo suficientemente inconscientes como dejarse llevar por el viento que más sopla.
A juzgar por como los partidos políticos manejan las campañas electorales, piensan que hay muchos más inconscientes que sabios, y a ellos dirigen sus mensajes. Por otra parte, a los de mente rígida, a los que no van a cambiar su voto, a esos, simplemente les ignoran.
En efecto, los líderes políticos saben que esa rigidez mental, que se va acentuando con los años, conforma la base electoral de sus partidos, esos que siempre les votan, caiga quien caiga. Ellos saben que esa gente no puede votar a otro porque parte de la estructura de su personalidad depende de ello y sería como traicionarse a sí misma.
Esas mismas ideas nos sirven para interpretar la realidad y en base a ellas elaboramos juicios con escasa o nula información (llamados por ello prejuicios, pre-juicios), rellenando la información que nos falta con nuestras creencias, porque como forman parte de nosotros mismos, las damos por ciertas.
Los prejuicios son inmensamente dañinos para la sociedad porque condenan sin enjuiciar, destruyendo a inocentes y exonerando a culpables.
Quizás los prejuicios son incluso más dañinos a nivel individual porque hace que las personas de nuestro entorno se comporten tan mal como esperamos de ellas y, lo que es aún peor, limitan nuestras capacidades acorde a nuestras creencias, es decir, a lo que pensamos de nosotros mismos, sea cierto, o no, en una especie de profecía autocumplida.
¿Cuántas veces en una discusión de bar hemos oído?, “pues me has convencido, creo que estaba equivocado”. Pocas, ¿no?
Probablemente aún nos quede un trecho antes de llegar a ser como los sabios del principio...
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Las ideas aquí expuestas no tienen porque estar en lo cierto. Son solo una
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