Si no te gusta la Historia, escribe la tuya


Nos encanta juzgar. Es uno de nuestros deportes favoritos, de los más extendidos, aceptados e incluso de los más valorados. 

Pensándolo bien, no sé para que nos gastamos ese enorme dineral en justicia, si cualquiera de nosotros puede hacer de juez sin pensárselo. Pagar a la policía judicial para que realice sus informes, a los peritos, a los funcionarios del Ministerio, a los jueces… es un despilfarro innecesario.

Hay casos complejos en los que un grupo colegiado de jueces han escuchado a 50 testigos, visto nosecuantas pruebas, incluidos vídeos y audios, repasado 40.000 hojas de documentación, se dicta veredicto y sentencia tras meses de largo proceso, y a nosotros nos parece una solemne gilipollez, porque cualquiera, leyendo una columna en un periódico o viendo un reportaje de dos minutos en la tele podría haber dictado sentencia prácticamente en el momento, una que por supuesto no coincide con la de los jueces. 
Y es que el hecho de que los jueces sean profesionales que conocen las leyes, que están hasta el gorro de lidiar con las miserias humanas, que detecten casi al instante de qué pie cojea cada uno y que hayan estudiado el caso durante meses, está absolutamente sobrevalorado. 
Naturalmente, los jueces ni son infalibles ni incorruptibles, pero, reconozcámoslo, alguna información más que nosotros tienen sobre la mayor parte de los casos. 

Si con los casos mediáticos y con una información bastante mediocre, somos capaces de dictar sentencia en el instante, nos podemos imaginar dictando sentencia sobre hechos históricos que ocurrieron hace siglos. En esos acontecimientos históricos, aparte de tener una información tan deficiente como la de los casos mediáticos, desconocemos totalmente el contexto en el que se produjeron, es más, posiblemente seamos incapaces tan siquiera de imaginarlo. 

Y es que juzgar nos coloca la capa de ser superior. “Yo no hubiera hecho eso y habría actuado de otra forma, en cambio tú, tú eres execrable” (bueno, quizá se use otra palabra porque esa tiene demasiadas letras). Y ser superior a los demás es lo que máaaas nos encaaanta.

Así por ejemplo, con tres topicazos que sabemos de Colón, podemos concluir que era un bestia y habría que quitar todas sus estatuas y coger ese su dedo maleducado con el que tiene la costumbre de señalar y metérselo por el c…

Y es que en ese revisionismo histórico, hemos decidido eliminar todos los pasajes de nuestra historia que no sean “políticamente correctos”, políticamente correctos desde nuestros criterios actuales, obviamente. Así que eliminemos lo ocurrido antes de la revolución francesa, porque eran todos bastante bestias. 
Pensándolo bien, la revolución francesa también fue muy bestia. No digamos la rusa, ni las guerras mundiales. Eliminemos, pues, toda la historia antes de 1.950 y así nos habremos asegurado que despreciamos con nuestra ignorancia a aquellos bestias causantes de tantas muertes y sufrimientos.

Pensándolo aún mejor, leyendo el periódico de ayer o el de hoy podemos llegar a la conclusión de que sigue habiendo bastante cazurro suelto (juicio de valor donde los haya ¿demuestro o no lo de que nos encanta juzgar?), así que directamente calcémonos toda la historia del hombre que es la suma de sus ambiciones, miserias, esfuerzos, heroicidades y sufrimientos. Todos los sumandos son bastante trabajosos para comprenderlos desde la comodidad de nuestro salón, con la tripa llena y el aire acondicionado puesto.

Una vez desaparecida la historia podremos inventarnos una: Todos procedemos de los mundos de Yupi, nuestros antepasados vivían entre nubes de algodón y comían gominolas de colores. Cuando hacía calor tomaban un refresco a base de sirope de caramelo y si alguien se portaba mal, le castigaban sin su barrita de chocolate con cereales. 
Ya hace tiempo que dejamos de preguntarnos quienes somos y adónde vamos, así pues, ignoremos también de dónde venimos. Porque a esta última pregunta intenta responder la Historia.

Es posible que con los parámetros actuales, los actores de la historia del siglo XVI (por ejemplo) nos parezcan un poco bestias, pero ¿eran menos humanos que nosotros? Rotundamente, no. 
Eran tan humanos o más que nosotros solo que estaban rodeados por unas circunstancias tan adversas que apenas somos capaces de imaginar. Basta pensar que, por ejemplo, Felipe II, el rey más poderoso del mundo en el siglo XVI, soberano del mayor Imperio jamás existido, en cuyos dominios no se ponía nunca el sol, probablemente viviera con más incomodidades que la mayor parte de nosotros. Cómo no viviría el último de sus vasallos?

Colón, por ejemplo, solo participaba en una especie de carrera para descubrir nuevas tierras y nuevas rutas. Es sólo que fue mejor marino y más valiente que el resto y se encontró sin saberlo con un continente nuevo y lo conquistó para la corona de Castilla que fue quien pagó el viaje. Si no hubiera sido él, hubiera sido otro para otra corona. Es absurdo derribar sus estatuas.
Como absurdo es exigir disculpas a los españoles por la conquista de América. Si jugamos a ese juego, los ingleses también tendrían que pedir perdón a los aborígenes americanos y los pobres españoles tendríamos que exigir disculpas a los romanos (a quien debemos mucho del avance de nuestra civilización) que sometieron a nuestros antepasados los cuales, a su vez, estaban tan entretenidos guerreando entre ellos.
También tendríamos que exigir disculpas a los árabes por su invasión en el siglo VIII y que puso la península Ibérica patas arriba (y a quienes, por cierto, debemos mucho de lo que somos) e incluso exigir disculpas a los suecos porque los vikingos en sus incursiones llegaban hasta Galicia y se cepillaban (en muchos sentidos) a los lugareños. 
Pero es absurdo porque por nuestras venas, corre su sangre. Es absurdo porque todo lo que somos y como somos se lo debemos a ellos. Es absurdo porque eran otros tiempos, tiempos duros en los que había que matar para no morir. 
En vez de juzgarles, tendríamos que valorar lo que tenemos y estar agradecidos porque ya no necesitamos vivir así.

La historia la escriben los vencedores, es cierto, y no siempre cuentan las cosas como realmente ocurrieron, pero para eso estamos nosotros, para indagar y conocer distintos puntos de vista. Seguramente lo que cuentan los vencedores no es del todo cierto, pero tampoco los vencidos. Es posible que nosotros tengamos que elegir un punto equidistante (o no, ahí entra nuestro juicio documentado) entre ambas historias. 
No se puede decir que los buenos sean los vencedores, pero tampoco se puede decir que lo sean los vencidos. La bondad, como siempre, es una cualidad que no está unida a vencer o a ser vencido.

Ya que nos gusta tanto juzgar, lo mínimo es juzgar con cierto conocimiento de causa. Difícil es en los casos mediáticos porque no toda la información está disponible por ser secreto de sumario, pero eso no ocurre en muchos hechos históricos en los que hay información de distintas fuentes para aburrir. Así que si alguien quiere erigirse en juez de la Historia, lo mínimo que debe hacer es conocerla.
Y curiosamente, cuando la conozca, es posible que ya no se atreva a juzgarla.

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