1ª Lección vírica - La imprescindible solidaridad


Hace tiempo, un buen amigo me sugirió reflexionar sobre las lecciones aprendidas con el coronavirus. Gracias Pepe, te voy a hacer caso. 

Voy a comenzar una de esas series que luego nunca termino y que llamaré Lecciones víricas. De todas formas, me puedo permitir el lujo de hacerlo porque mi editor es comprensivo y nunca me exige más de lo que me paga (hasta cierto punto lógico, porque mi editor soy yo mismo y me pago cero)

Cuando estábamos confinados, esas lecciones nos parecían tan evidentes a todos que casi ni merecía la pena hablar de ellas, pero me da la sensación que, según pasa el tiempo, nos vamos situando exactamente donde estábamos antes, solo que lamentablemente, algunos se van quedando en el camino, otros viven con secuelas y, en general, todos somos más pobres.

Empezaremos esta serie con algo que realmente necesitamos: solidaridad.

Y es que la naturaleza es sabia. Los creyentes ven en ella la obra de Dios y los no creyentes, posiblemente, una especie de entidad distribuida (la madre naturaleza, la madre Tierra…) con unas leyes simples y a la vez complejas pero siempre inapelables.

Pues aún así persistimos en ignorar sus leyes, en creer que nosotros podemos hacerlo mejor. Es la única explicación de que el ser humano persevere en su individualismo y en su egoísmo. 

Si nos fijamos un poco en la historia natural y en la evolución de los seres vivos, veremos que una vez surgidas las primeras células vivas, “se dieron cuenta” de que si se unían y organizaban entre ellas, tenían más posibilidades de sobrevivir (en realidad, no se dieron cuenta de nada, simplemente las células que empezaron a unirse sobrevivieron y las otras la palmaban con más facilidad, vamos lo que se llama selección natural y la consecuente evolución darwiniana).

Esas células fueron, con el paso del tiempo, aumentando la complejidad de su organización, de acuerdo a la misma ley: a estructuras más complejas y mejor organizadas, mayor probabilidad de supervivencia, y al contrario. De esta manera proliferaron las estructuras vivas complejas, siguiendo esa simple ley y andando el tiempo,...  voilá: ahí aparecimos nosotros.

De nuevo, aquí el creyente verá un proceso de creación a través de las leyes naturales diseñadas por un Creador y el no creyente verá solo unas leyes naturales no diseñadas por nadie. En este punto, la palabra clave es teleología, es decir, si las cosas se autoorganizan con un fin último o simplemente se autoorganizan porque sí (mecanicismo). 

Y es que aunque parezca mentira, antes la gente pensaba y hasta se inventaba palabras (como lo de teleología) para definir conceptos abstractos y complejos. Entiéndase, estoy hablando de la gente que tenía la suficiente pasta como para no estar doblando el lomo todo el día solo con el fin de malvivir. Así que estas cosas se les ocurrían a los clérigos, a los nobles y aristócratas o asimilados. El resto, pues eso: el rato que tenían para estar parados, se quedaban dormidos, si el hambre les dejaba.

Ahora, en cambio, la sociedad nos enseña que el rato que tenemos para estar ociosos tenemos que disfrutar: ya se sabe, el fútbol, las redes sociales, los toros, las carreras, los deportes, internet, el porno, los vídeos de caídas, las series, películas, comer, beber, viajar, etc, etc. Cualquier cosa menos pensar, que eso deprime y a veces hasta hace que salgan granos.

Bien, pierdo el hilo, y es que una cosa lleva a la otra... Veamos si puedo volver al origen: Decíamos que la historia natural nos enseña que las estructuras vivas bien organizadas tienen más posibilidades de supervivencia que las desorganizadas.

En el caso de organismos más complejos que la célula, también se ve con claridad. Por ejemplo, los hormigueros, avisperos, colmenas de abejas, etc, claramente tienen una estructura que incluso podríamos denominar “social'', en la que cada individuo de esa “sociedad” tiene un papel prefijado del cual no puede salirse porque afecta a la propia supervivencia del grupo. No puede incumplir las normas sociales del grupo porque su propia biología se lo impide. 

A nivel celular también tenemos ejemplos claros. En los organismos complejos constituidos por células como el ser humano, cuando alguna de esas células decide vivir su vida, dejar de cumplir las normas e independizarse, surge el cáncer, conjunto de células anárquicas y que en su loco deseo de independencia del resto del cuerpo acaba matándole y consecuentemente, matándose ellas mismas, pues obviamente viven en él.

Todos estos hechos, de sobra conocidos, son sin embargo menospreciados por muchos, yo diría que incluso por el conjunto de la sociedad, que tiende a marchas forzadas hacia el individualismo (actitud parecida al de las células cancerígenas). Ese individualismo nos hace vivir la vida buscando el máximo disfrute (tendencias claramente hedonistas de la sociedad actual) que como corolario, conduce a la huida del esfuerzo, especialmente el intelectual (uno puede matarse en el gimnasio para tener un cuerpazo, pero no en las bibliotecas porque un cerebro amueblado no viste nada y un buen cuerpo, en cambio, se ve a lo lejos).

Lo contrario del individualismo es la solidaridad, es pensar en el otro. Hay también en la solidaridad algo de egoísmo, porque si al otro le va bien, las posibilidades de que a mi me vaya bien aumentan y viceversa. A este respecto, vienen a mi mente algunos ejemplos. Uno de ellos descrito en la novela de Tom Wolfe “La hoguera de las vanidades” en que un individuo super-rico se equivoca cuando va a recoger a su amante al aeropuerto y se mete en callejuelas del Bronx y, cagado de miedo, mata a un adolescente negro. Y otro que viví yo mismo en un viaje de trabajo a Lima hace bastante tiempo, donde me alojaron en un hotel del rico barrio de Miraflores. Allí me llamó la atención que en cada esquina de aquel barrio hubiera un vigilante privado con un chaleco antibalas y un fusil en las manos. Espero que la cosa haya mejorado desde entonces.

En ambos dos ejemplos, si las diferencias sociales no fueran tan grandes, no serían necesarias ni tantas precauciones, ni tanto miedo. De nuevo, la solidaridad aparece como remedio para igualar un poco los extremos.

Pero es que la solidaridad se descubre no solo en términos económicos. La solidaridad se descubre también en términos ecológicos. Cualquiera de nosotros tiene una actitud solidaria en el momento que recicla, que no ensucia, que cuida la naturaleza, porque su actitud es beneficiosa para los de alrededor y para las generaciones venideras. Esa preocupación será buena para todos, incluido el sujeto que la tiene. 

También la solidaridad es necesaria para controlar el virus, porque aunque el individuo insolidario que no tiene cuidado de no contagiarse ni contagiar a otros, pueda no sufrir la enfermedad (nunca se sabe, porque es como jugar a la ruleta rusa, y algunos jóvenes han muerto o han sufrido serias secuelas con el coronavirus), puede contagiarla a sus padres, abuelos… y la suma de todas esas actitudes insolidarias, egoístas o, simplemente, no conscientes, solo conduce al sufrimiento. Sufrimiento en forma de seres queridos perdidos, de vidas machacadas, de pobreza, de paro, de personas dejadas en las cunetas porque los recursos que se dedican a luchar contra la pandemia no se pueden dedicar a la dependencia o a sanar otras enfermedades o a luchar contra el hambre y las necesidades en nuestro aparentemente rico país, donde sí, hay gente que lo pasa mal.

Ser solidario es, por tanto, usar correctamente la mascarilla, respetar la distancia social con los que no conviven con nosotros (incluidos nuestros más queridos amigos y familiares) y lavarse las manos frecuentemente. Pero ser solidario es mucho más, es no tirar papeles al suelo, es cerrar el grifo cuando uno se lava los dientes, es respetar las señales de tráfico, es no colarse, es pagar los impuestos, … Ser solidario no es una ideología de izquierdas ni de derechas, es una forma de pensar, de vivir. Es una forma de ser.

Los insolidarios suelen ver pringaos donde en realidad solo hay personas solidarias. Son los insolidarios los que están propiciando el declive de nuestra cultura (y cuantos más sean, más rápido lo conseguirán), llegando incluso a aniquilarla.

Debemos tomar partido. Recordando la analogía de las células del cuerpo humano (porque en realidad somos células de nuestra sociedad), ¿qué queremos ser? ¿cáncer o pulmón? ¿cáncer o riñón? ¿cáncer o cerebro?

¿Qué queremos ser? ¿cáncer o corazón?

Lección vírica siguiente

----

Monografías de Siguiente Nivel

Compendio de Autoayuda

Trucos ecológicos

Suplantator el Extraterreste

La solución definitiva

----

Estos son los objetivos y estos otros los sueños de Siguiente Nivel. Si se parecen a alguno de los tuyos, ayuda a su difusión, compartiendo, comentando o marcando “me gusta” en las publicaciones o en la página.

----

Las ideas aquí expuestas no tienen porque estar en lo cierto. Son solo una visión de la realidad. Es poco probable que alguien se encuentre en posesión de la verdad, por eso Siguiente Nivel es una invitación a que cada uno desarrolle su propia verdad a través del estudio y la reflexión.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuento de Navidad 2.023

La verdad sobre el cambio climático

Noche mágica de Reyes