Homenaje con autocrítica



Hace tiempo le dediqué un post de homenaje a los profesores que he tenido. Creo que, dada la situación, habría que extender el homenaje a toda esa generación que nació en torno a la guerra civil o los años posteriores y que ahora son los más afectados en esta crisis sanitaria. El virus se los está llevando de manera inmisericorde y aquellos que resistieron carros y carretas, gente dura, sacrificada y abnegada están cayendo de forma silenciosa, sobre todo en las residencias para mayores.. 
Ahora solo son cifras en una fría estadística y ni siquiera les ha correspondido una despedida digna de sus seres más queridos. Desde este blog, nos sumamos al dolor de los que han perdido a alguien a causa de este virus, que nos ha venido por sorpresa cuando creíamos, pobres ingenuos, que dominábamos el mundo. 
Nuestro más sentido pésame. Descansen en Paz.

He leído en las redes sociales emotivos homenajes. Yo también quería hacer el mío a esas personas que, de niños, recibían, con suerte, una naranja o una onza (no tableta) de chocolate como regalo de Reyes. Esas personas que no tuvieron nada, pero que luego se lo quitaban todo a sí mismos, para que a nosotros, sus hijos, nada nos faltase. 
Emigraron de los pueblos a las ciudades en busca de un futuro mejor, en un viaje que, para que ahora pudiéramos imaginárnoslo, es como si te cambiaras de planeta. Tan distintos y distantes eran y estaban los pueblos de las ciudades. Y lo consiguieron, construyeron un futuro mejor e hicieron de las grandes ciudades como Madrid y Barcelona lo que hoy día son.
Querían que nosotros tuviéramos todo lo que ellos no pudieron tener, y que fuéramos lo que no pudieron ser. Se desvivieron para que estudiáramos y fuéramos hombres y mujeres de provecho. 
Para ellos, este es su más que merecido homenaje.

Pero me gustaría que, a diferencia de otros homenajes, este llevara un poco de autocrítica de nosotros mismos hacia esta (con perdón) mierda de sociedad que entre todos hemos construido.
¿Qué papel ocupa esa generación en esta sociedad? ¿qué papel ocupaban esos ancianos que nos han dejado?
Convendría reflexionar sobre esa pregunta, porque creo que en realidad esta sociedad ha anulado a los mayores, los ha arrinconado y los ha transformado en seres pasivos incapaces de aportar nada. ¿Como va a aportar algo alguien que dice creer en Dios pero no sabe lo que es un router? No conoce la última app, no compra por Internet. 

¿Donde quedaron esas sociedades bárbaras que tenían un consejo de ancianos a los que preguntaban cuando había que tomar decisiones difíciles? Les preguntaban porque durante su larga vida habían adquirido una experiencia valiosa y porque la edad había atemperado las pasiones. Sabían que sus consejos estaban llenos de sabiduría.
¿Es nuestra sociedad más sabia que aquellas de entonces? Tengo mis dudas. Si acaso es más tecnológica. Pero ojo, no nos engañemos con la tecnología, porque avanzados tecnológicamente lo son algunos, el resto somos torpes usuarios de esa tecnología, que la mayor parte de las veces nos supera. O lo que es lo mismo, la tecnología es más lista que nosotros.

Mis padres llamaban de usted a los mayores, incluidos sus propios padres, en señal de respeto. ¿Qué les hemos enseñado a nuestros hijos al respecto?
Si me lo permitís, y también con el permiso de su autor, que desconozco, voy a relatar una breve historia que me contaron de niño y que se me quedó grabada:
Se trataba de una familia en la que unos padres vivían con sus hijos pequeños y un abuelo ya muy anciano.
A la hora de la comida, se sentaban todos juntos, pero el abuelo ya estaba torpe y le temblaban las manos, muchas veces se le caía la sopa, la comida y con el temblequeo hacía ruido con la cuchara. Por si fuera poco, lo llenaba todo de migas y ponía el mantel perdido. 
Los padres, hartos de la situación, decidieron que el abuelo comiera en una mesa aparte, con un mantel de plástico y con una cuchara de madera para que no les molestara con el tintineo.
Y así pasaron algunos días. Pero una mañana el padre observó que el niño estaba con un trozo de madera intentando tallar algo. 
El padre intrigado le preguntó al niño ¿te han mandado tallar algo en el cole para trabajos manuales?
Y el niño le respondió: “No, papá. Estoy haciendo una cuchara de madera para cuando te hagas viejo”
Según cuenta la historia, los padres aprendieron la lección y volvieron a poner al abuelo en la mesa con todos.

Sí. La historia me marcó, pero reconozco que la oí en otra época, en una en que las historias tenían significado. En los tiempos actuales, en los que hemos educado a nuestros hijos en la vorágine multimedia, un adolescente no hubiera podido aguantar más allá de la tercera línea, porque les hemos acostumbrado a imágenes coloristas en movimientos superrápidos y sonidos estentóreos. Para ellos un párrafo de texto escrito sin imágenes es como para nosotros un diccionario: solo un conjunto de palabras puestas una detrás de otra.
Pero no es culpa suya, es nuestra.

En lugar de historias como esas, nuestros hijos ¿qué han escuchado?. Por ejemplo, han visto durante treinta años los Simpsons. Ahí han aprendido el estereotipo del abuelo.
El abuelo Simpson es una persona que sobra en la familia, que solo es un pesao deseoso de contar sus historias, torpe, inútil, sordo, se duerme hasta de pie... No se le puede encargar nada porque todo lo estropea. Nada entiende porque está desfasado.
Eso es lo que de manera imperceptible, sin pretenderlo, les hemos enseñado. Además su experiencia les ha corroborado ese estereotipo. No se les puede preguntar como pasar de nivel en no sé qué juego o cómo resolver un problema que tienen en las redes sociales o como ponerle un filtro a una foto para que les quede bien. ¿Para qué les voy a llamar?¿Para qué ir a verles? Lo mismo hasta me echan alguna charla de los suyas.
Hemos desvalorado tanto su experiencia que hasta ellos mismos se lo han creído y muchos se sienten poco más que inútiles fardos que solo esperan la muerte.

¿Y nosotros?, ¿nos creemos acaso que no nos convertiremos en un abuelo Simpson? Sólo Homer no lo hará, porque lleva treinta años teniendo treinta y ocho. Para el resto, basta vivir el tiempo suficiente.

Bien está llevar flores a los muertos, pero mejor está dedicarles tiempo y darles valor cuando están vivos.
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