Los nuevos analfabetos



¿Quiénes son los nuevos analfabetos? Sí, lo habéis adivinado. La respuesta es la que tememos: Nosotros.
Todos nosotros somos los nuevos analfabetos, y si no lo somos todavía, lo seremos. 

¿Cuál es la definición de analfabeto? La más sencilla hace referencia al que no sabe leer ni escribir. Pero por saber leer, ¿dejas de ser analfabeto?
Yo creo que no. Si no entiendes lo que estás leyendo, probablemente sigas siendo analfabeto. Es lo que, tratando de poner nombre a las cosas, se ha venido denominando analfabetismo funcional, que básicamente es seguir siendo un analfabeto.

A la gente más joven, a esos que de pequeños ya pusimos castigados de cara al televisor y de más mayorcitos regalamos un móvil, una play, una Wii o quien sabe qué, se acostumbraron tanto a las imágenes dinámicas y al entretenimiento a mansalva, que cuando el profesor en clase empezaba a hablarles de las reglas de tres es como si les estuvieran dando sobredosis de somníferos.
El pobre profesor tenía dos alternativas: o enseñarle la regla de tres cantando y vestido de lagarterana o asumir que sus alumnos jamás entenderían lo que les estaba explicando.

Es fácil luego decir que el niño tiene déficit de atención. ¿Pero cómo no va a tenerlo?, si está acostumbrado a tener su cerebro sobreestimulado  y entretenido a tope constantemente. En cuanto les quitas una pantalla de delante y la sustituyes por una pizarra, los pobres se aburren como momias y necesitan nuevos estímulos.

Tampoco han tenido ocasión de desarrollar su imaginación. Ésa que se usa cuando estás leyendo o cuando te aburres. Se lo hemos dado todo hecho, sin margen para imaginarse nada.
Por si todo esto fuera poco, les hemos comprado múltiples juegos para sus consolas, tales como Assasins, Call of Duty o peores, y con ellos hemos desarrollado sus valores morales y su compromiso con la sociedad.

Lo raro es que hayan salido una generación relativamente normal y no una bastante peor. La única explicación posible es que son buena gente.

Y ahora vayamos con nosotros, los mayorcitos, aquellos que crecimos con los tebeos, y con los episodios escasos del Correcaminos. Los que llegamos a conocer la televisión en blanco y negro. Con nosotros se aplicó la máxima de lo bueno, si breve, dos veces bueno. Pero no por una convicción pedagógica, sino por escasez.

Había solo dos canales de televisión y cuando te echaban un episodio de dibujos animados (duraban dos, tres minutos), era como si te tocara la lotería. Estabas terminando de ver el segundo y decías: “por favor, por favor, que pongan otro”, y nada, ya empezaba el telediario o lo que tocara.

Los tebeos les teníamos requeteleídos, casi nos lo sabíamos de memoria, si podías intercambiar alguno, ale, a disfrutar hasta que se acabara. Recuerdo haberme leído hasta las cartas al director que venían en el Superpulgarcito.

Y las tardes de verano con sus siestas, eran aburridísimas. No podías hacer nada de ruido bajo pena de muerte. Si estaría aburrido una tarde de verano, que cogí un libro que había por casa, esos de los que estaban llenos de letras sin ninguna foto ni dibujo y me puse a leer. Se llamaba Los tres mosqueteros.
Oye, me absorbió tanto que en tres tardes me lo leí (me llevó una tarde más que a Zapatero aprender la economía necesaria para dirigir España).
Cuando acabé el libro, había tomado la decisión trascendental de ser mosquetero. Ahí llegó luego una de las primeras frustraciones de mi vida. Los mosqueteros ya no existían.

Gracias a todas estas circunstancias, aprendimos a leer y a leer bastante, lo suficiente para entender el recibo de la luz, el teléfono, entender los prospectos de los medicamentos y algunos hasta a entender una hipoteca o a calcular los intereses que te tiene que dar el banco en un depósito al 1% (bueno, ahora es más fácil, porque para calcular los intereses que te dará el banco por tu dinero, pones a continuación un cero y, sin hacer cuentas, aciertas)

Pero aunque nuestras circunstancias fueran más favorables para el desarrollo intelectual que las actuales (habrá quien defienda lo contrario, pero como este es mi blog, aquí pongo mis ideas, no las de otros), nos hemos visto sumergidos de lleno en la nueva cultura multimedia (¿se dice multimedia o multimierda?, nunca me aclaro), esa misma en la que las nuevas generaciones han crecido y ya tienen interiorizada.
Ahora la cultura labrada con el esfuerzo del estudio, la lectura y la reflexión ha sido sustituida por el wasap, facebook y demás redes sociales.

Los bulos forman parte de la verdad y estamos comenzando a pensar que las latas de Mahou crecen en unos árboles caducifolios llamados cerveceros. Total, ya quedan pocos urbanitas que distingan entre una higuera y un olivo o entre un pino y un abeto. Y los urbanitas constituyen la mayor parte de la población.
Pero ojo, que en esto de los bulos, tanta culpa tiene el que los inventa como los que nos lo creemos.

Así que, en general todos, estamos perdiendo la poca cultura y educación que nunca tuvimos y la estamos sustituyendo por una cultura que podríamos llamar wasapera, que algunos avanzados complementan con las búsquedas en el google y los más de lo más, con algún documental que otro.
Será por esto que mientras que el consumo de cerveza recuperó los niveles de antes de la crisis de 2008, la venta de libros, la pobre, nunca salió de aquella. Escribí, por cierto, un post al respecto.

Y eso que llevamos solo unos pocos años de wasap, me imagino que si esto sigue avanzando, wasap será el emisor oficial de los títulos académicos. Cirujano, ingeniero, abogado...
Imaginemos una de esas conversaciones por videoconferencia en un grupo de cuñaos cuando ya tienes el título de cirujano wasapero
Cuñao inteligencia media: “Pues yo cortaría el tubito ese más oscuro y arrancaría el bultito ese de al lado. No tiene pinta de ser de ahí. Seguro que es un tumor”
Cuñao listo: “¡Espera! no cortes todavía, que hago una búsqueda en google por imágenes no sea que eso sea normal”
O el grupo de expertos en telecomunicaciones
Cuñao listo: “Yo creo que si cambiamos la polarización de la señal y le metemos un desfase de pi medios, duplicamos el alcance de la wifi”
Cuñao aún más listo: “No digas tonterías, si cambiamos la fase, el router se vuelve gilipollas”
O ayudando al ingeniero recién licenciado en wasap:
Cuñao listo: “Hay que poner más cobre en esa turbina o de ahí va a salir poca electricidad”
Cuñao medio: “Sí, estoy de acuerdo, y además yo añadiría unas cuantas paletadas de cemento más en la base del embalse no sea que se agriete y luego se salga el agua y acabe inundando el pueblo dal lao”

No creo estar diciendo ninguna tontería. No sé si habréis estado en una junta de comunidad de vecinos. En alguna de ellas he llegado a la conclusión que la carrera de abogado es una gilipollez, total, cualquiera puede hacer una búsqueda en google y ponerse a leer allí la ley  que según ellos aplica (cuando leen la ley no queda claro si es de 1.812 o de Guatemala, o si se refiere a antiguos mineros en vez de a empleados de fincas urbanas)

Ese es uno de los efectos secundarios de la cultura de redes sociales e internet: cualquiera se piensa que sabe de cualquier cosa. Y más aún los españoles que desde tiempos inmemoriales hemos pensado eso.
Con los móviles, encima le añades que escribes tres palabras, das ok y te salen un montón de cosas referidas al tema. Así que ahora no es que creamos que sabemos de todo, ahora es que estamos seguros.

Quizás haya exagerado un poco con el título de este post. Es posible, pero a veces pienso que la nueva dinámica social, que aparta los libros de nuestras vidas, nos está haciendo ser un poco más brutos y está haciendo disminuir nuestra capacidad para leer y entender los recibos de la luz, del teléfono o una hipoteca. 
Y sin duda, a poco que pensemos en ello, eso beneficia a los que escriben esos documentos.
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