La curva de la felicidad


Uno de los objetivos de este blog es reflexionar sobre la búsqueda de la calidad y huir, de alguna forma, de la cantidad, y ya hemos dedicado algunos posts al tema
Hay varias razones para ello. La cantidad significa mucho consumo, mucha fabricación, mucha contaminación, mucho ajetreo, mucho estrés. La calidad significa menos de todo, pero mejor hecho, con menos contaminación, con menos prisa y con menos estrés
La calidad también significa más tiempo para buenas relaciones y para pensar, mientras que la cantidad significa dejar pasar los días uno tras otro, entretenidos con nuestros miles de objetos, problemas y relaciones hasta que, de repente, no quedan más días.

He representado en la línea verde del gráfico como es probablemente la curva de la felicidad (que, en este caso, no tiene que ver con la barriga cervecera), y en la línea roja, como nos han hecho creer que es la curva de la felicidad. 

Se nos repite insistentemente a través de la publicidad que la posesión de objetos nos hará más felices, que el consumo de un determinado producto nos dará la felicidad. Son tantas las posibilidades, hay tanto por probar, que para ello necesitamos dinero, mucho dinero. Tanto, que estamos convencidos que si tuviéramos mucho, seríamos inmensamente felices, pero ni el dinero da la felicidad... ni la felicidad es posible sin dinero (al menos en esta sociedad). 
Eso es lo que intenta representar el gráfico: Para tener una cierta felicidad es necesario tener cubiertas unas necesidades básicas y un mínimo de necesidades no básicas, que podríamos denominar intelectuales (y sociales, ver pirámide de Maslow). A partir de ahí, tener más dinero, no aumenta la felicidad sino que la disminuye. Seguramente hemos visto, a lo largo de nuestra vida, ejemplos sobrados de esta afirmación.

Lo mismo ocurre con las relaciones, aspecto en el que nos centramos hoy. La sociedad actual es una sociedad de miles de millones de relaciones, la mayor parte de ellas de baja o bajísima calidad. De nuevo, nos encontramos con la disyuntiva entre calidad y cantidad. 

Recuerdo hace años, mucho antes que las redes sociales fueran una realidad, que uno de mis profesores dijo algo así como que él no quería tener más amigos, que estaba seguro que en el mundo había personas muy interesantes pero él ya no las quería conocer. 
Todos nos quedamos un poco perplejos ante semejante afirmación, pero se explicó: Ya tengo un puñado de buenos amigos, gente con la que me siento bien, con la que puedo contar. Si conozco más gente interesante, será a costa del tiempo que dedico a la familia o a mis amigos actuales.
Nos estaba marcando el camino. Él había elegido calidad en las relaciones en vez de cantidad de relaciones. 
Si hubiera conocido la situación actual con decenas de redes sociales en las cuales uno puede establecer relaciones con cientos o miles de personas se hubiera escandalizado con seguridad. ¿Qué es eso de discutir de política con alguien que no conoces, a quien no vas a hacer cambiar de opinión y a quien ni le vas ni le vienes?
Si no se usan bien, las redes sociales solo sirven para escandalizar, tener problemas, o en el mejor de los casos, para perder el tiempo. Ya hemos dedicado algún post a este tema y no es necesario abundar en él. Si se usan bien, naturalmente, pueden ser muy positivas y conozco alguna persona que incluso ha encontrado la pareja de su vida en ellas.

Si comparamos la situación actual, en cuanto a relaciones, con la de hace cuarenta o cincuenta años, aquí en España, veremos que ha cambiado radicalmente y me temo que no haya sido para mejor. Aquí, naturalmente, hay un juicio de valor y habrá quien sostenga lo contrario, aunque yo creo que eso es difícil de sostener.

El valor de la familia ha cambiado sustancialmente en estos cincuenta años. El valor de la familia y su tamaño. Si antaño la familia la formaban los padres, los abuelos, los hermanos e incluso algún primo de vez en cuando, todos conviviendo en la misma casa. Ahora la familia la forma el padre punto, o el hijo punto, o una madre y un hijo punto… Son familias cortas, tan cortas que en muchos casos, realmente no son familias, son individuos.

Los sociólogos acuñaron el concepto de familia extendida, incluyendo a los primos y tíos. Antes eso no era familia extendida, era simplemente familia. Al añadir un calificativo a la familia han querido decir que ya no es familia, y ciertamente la relación que se tiene ahora con los primos (y no digamos primos segundos) no es parecida (salvo contados casos) a la de entonces.

Esta familia extendida, en la que incluso podríamos incluir algunos buenos vecinos y amigos, han desaparecido de nuestra vida. La relación de vecindad ha desaparecido con la llegada del ascensor (y el estilo de vida, entre otras cosas), y es bastante probable que no conozcamos a la mayor parte de nuestros vecinos, a pesar de llevar veinte años viviendo en el mismo portal. 

Tengo la teoría de que esta sociedad hiperconectada a través de los móviles y redes sociales, ha producido el mayor índice de soledad de la historia. Y eso que aún es relativamente joven la generación que vivió las relaciones personales cara a cara, ¿os imagináis cuando, andando el tiempo, los niños que ya se han criado con los móviles se hagan mayores?
Creo, corolario de la teoría anterior, que la proliferación de depresiones y otras enfermedades mentales es consecuencia de este hecho. Uno necesita ir al psicólogo porque no tiene un buen amigo o primo segundo de confianza a quien contarle sus penas y desahogarse.
Y es que cuando vienen mal dadas (y a lo largo de la vida, antes o después, vienen mal dadas) necesitas gente en la que apoyarte, pero no solo psicológicamente, sino incluso físicamente. Se generan situaciones en las que necesitas que alguien te acompañe al médico, que te haga la compra, que se ocupe de tu padre o que te recoja los niños del cole.
Eso lo hacía antes la familia extendida, extendida con los primos y tíos, con los vecinos o con los buenos amigos. 
Ahora, eso sí, cuentas alguna desgracia en las redes sociales y tienes cientos de comentarios solidarios, pero nadie que vaya a llorar contigo durante el tiempo que haga falta, porque eso solo lo pueden hacer los verdaderos amigos o la familia.

La familia extendida era una red de apoyo mutuo que ha ido disminuyendo de tamaño hasta desaparecer en algunos casos. Me da la impresión que ha sido propiciada por la propia dinámica de mercado. Es más fácil manipular a individuos aislados que a un grupo que se apoya mutuamente. Lo saben hasta los ignorantes abusones de barrio de toda la vida (que ahora llaman bullyes y hacen bullying). Para acosar a alguien es imprescindible aislarle de su entorno. 
Gracias a este aislamiento y manipulación es posible hasta hacernos comulgar con ruedas de molino (y eso que es difícil meterse una rueda de molino en la boca), pero lo hacen y nos venden  productos y estilos de vida que en otro tiempo hubiéramos dicho “amos anda”, y ahora aceptamos con naturalidad.

Creo que, como en muchas otras cosas, para buscar la felicidad, en las relaciones también, tenemos que encontrar ese punto X que señalo en el gráfico, ese punto intermedio en el que conseguimos todo el apoyo que necesitamos. 

En el punto medio está la virtud, dicen, y probablemente así sea en casi todo, probablemente también lo esté en la curva de la felicidad.

----

Monografías de Siguiente Nivel

Compendio de Autoayuda

Trucos ecológicos

Suplantator el Extraterreste

La solución definitiva

----

Estos son los objetivos y estos otros los sueños de Siguiente Nivel. Si se parecen a alguno de los tuyos, ayuda a su difusión, compartiendo, comentando o marcando “me gusta” en las publicaciones o en la página.

----

Las ideas aquí expuestas no tienen porque estar en lo cierto. Son solo una visión de la realidad.

Es poco probable que alguien se encuentre en posesión de la verdad, por eso Siguiente Nivel es una invitación a que cada uno desarrolle su propia verdad a través del estudio y la reflexión.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuento de Navidad 2.024

Furgonetas llenas, tiendas vacías

Al final tendremos que irnos a vivir a una cueva