Sistemas de referencia
Dicen que Einstein era un tipo listo. Yo debo reconocer que no le conocí, pero me fío de lo que dicen de él, porque aunque dejó un montón de escritos (bueno, dicen que lo escribió él), yo no me los he leído, y alguna vez que lo he intentado, no me he enterado de nada, así que debo creerme lo que dicen otros de él. Al final siempre hemos de recurrir a la fe.
Pues bien, en su famosa teoría de la relatividad, que pocos hemos realmente entendido, (está bien, dejemos la fantasía para Disney World)..., que pocos han realmente entendido, hacia un uso intensivo de los sistemas de referencia. ¿Y qué es eso? nos preguntamos angustiados. Pues básicamente con qué comparamos las cosas.
Einstein decía: este objeto que se está moviendo, ¿se aleja o se acerca? ¿se mueve rápido o despacio? Y claro, como era un tipo listo, el tío respondió: pues depende, que es la respuesta habitual a casi todos los interrogantes de la vida.
Depende con qué lo comparemos. Si comparo un conejo con una tortuga, el conejo es rapidísimo, pero si lo comparo con un Fórmula 1 es bastante lento. Y sobre si algo se aleja o se acerca, dependerá de dónde estemos situados, es decir donde pongamos el sistema de referencia.
Einstein, como listo que era, también dijo otras muchas cosas de sentido común y algunas que cuesta creer, como que los objetos que se mueven a velocidades próximas a la luz engordan bastante hasta hacerse pesados para aburrir. Eso dicen que lo han demostrado en el acelerador de partículas del CERN, cerca de la ciudad suiza de Ginebra. Para ello cogieron a un pobre electrón que pasaba por allí y que no le había hecho daño a nadie y a base de gorrazos electromagnéticos le empujaron hasta casi alcanzar la velocidad de la luz. También dicen que el electrón engordó un huevo (aumentó su masa), pero no se sabe si por efecto de la teoría de la relatividad o porque le hincharon las pelotas a base de gorrazos. Todo eso dicen, pero la verdad es que yo tampoco lo he visto, así que... bueno me lo creo, hago un acto de fe y me hago creyente.
Pero centrémonos en los sistemas de referencia poniendo algunos ejemplos, y olvidémonos de esas otras cosas más complicadas.
Cambiando el sistema de referencia, la vida puede ser una bendición o una maldición. ¿No nos lo creemos? Veámoslo: Envejecer y morir es algo por lo que tendremos que pasar todos y que nos atormenta, sin embargo para Santa Teresa de Jesús, era el mayor de los bienes. Recordad que vivía sin vivir en ella y tan alta vida esperaba que moría porque no moría. Nosotros tenemos nuestro sistema de referencia en la tierra, ella lo tenía en el cielo, de ahí la diferencia en la forma de ver las cosas. Vivía engañada, diréis, y yo os diré, ¿como lo sabéis? ¿Y si los engañados somos nosotros?
Recuerdo una canción simplona en los anales de mi juventud pero que encerraba una enseñanza filosófica que el mismo Sócrates habría aplaudido. Decía algo así:
Qué triste viviera yo
si fuera el hombre más gordo,
pero miro patrás y palante
y veo otros más gordos que yo.
Había otras estrofas, pero eran parecidas a esta sólo que sustituyendo la palabra gordo por feo o por tonto…
Esta canción había descubierto los sistemas de referencia. Si nos comparamos con los que están mejor que nosotros, nos transformamos en desgraciados pero si nos comparamos con los que están peor, la posibilidad de que estemos contentos con nuestra suerte aumenta considerablemente.
Pero, generalmente nos comparamos con los que están mucho mejor que nosotros (sistema de referencia equivocado). La sociedad así nos lo ha enseñado. La publicidad, por ejemplo, genera sistemas de referencia perfectos para que nuestra insatisfacción sea lo más alta posible y ese sentimiento nos impulse a actuar. ¿Actuar de qué forma? Comprando los productos que anuncian, naturalmente.
¿No os habéis fijado que para anunciar un simple yogur, una pareja perfecta lo degusta en una cocina perfecta?. Una cocina que no cabría en nuestros pisos aunque derribáramos todos los tabiques y cogiéramos el descansillo de la escalera comunitaria.
Cuando terminamos de ver ese anuncio estamos seguros de que nunca tendremos una mujer o un marido como ese que hemos visto y menos aún una cocina como esa, a través de cuyas ventanas se puede ver todo un jardín botánico.
Está bien -pensamos-, no podré tener nada de todo eso, pero al menos puedo comer la misma marca de yogur que ellos. Ya me parezco en algo...
Cuando has terminado de ver unos pocos anuncios, ya has llegado a la conclusión de que llevas una existencia miserable, aunque intentarás hacerla un poco más llevadera comprando yogures, dentífricos, galletas, detergente, una termo mix, etc, etc.
Igualmente, las redes sociales nos generan un sistema de referencia también inalcanzable. Nadie se hace una foto recién levantado con las ojeras puestas, ni hace fotos una de esas noches que cena una bolsa de cortezas y una lata de cerveza. No. Nadie lo hace. Por el contrario se hacen fotos con las mejores galas en el mejor entorno e incluso con un poquito de photoshop. Y, posiblemente también subimos las fotos ese día, que haciendo un exceso, se cena en un restaurante caro y se hace un reportaje fotográfico a todos los platos, de tal forma que cuando vemos los perfiles de los interfectos, decimos: hay que joderse, hasta el pringao de Fulanito lleva una vida menos miserable que la mía.
Todos sabemos que los sistemas de referencia que crean, tanto la publicidad como las redes sociales, son ficticios, pero nos lo creemos a pies juntillas y nos hacen inmensamente infelices, en cambio, en esta sociedad hipermaterialista (para todo) e hiperracionalista (sólo para lo que le da la gana) muchos se reirán del marco de referencia de Santa Teresa, a pesar de producirle una profunda y duradera felicidad y a pesar de que se puede creer o no que ese sistema es ficticio, pero sin tener la completa seguridad. Sin embargo, todos abrazamos sin discusión (incluso lo interiorizamos) el sistema de referencia que la publicidad, las redes sociales y los medios crean, a pesar de que genera una enorme insatisfacción y sabemos con certeza que es ficticio.
Puedo seguir con muchos más ejemplos. Recuerdo uno que me gustó bastante, aunque no sé con exactitud dónde lo leí. Creo que fue en un libro de Stephen Covey. Se trataba de un señor que iba con sus hijos en el metro de Nueva York (por ejemplo). Los niños estaban dando bastante guerra en el vagón, parcialmente vacío por ser fin de semana. Uno de los pocos viajeros que estaba al lado del padre, se acercó a él y le dijo que estaría bien que sujetara un poco a sus hijos porque estaban molestando a todos los viajeros mientras correteaban de un lado a otro. El padre que parecía absorto, fijó la mirada en su interlocutor y le dijo “Discúlpeme, no me he dado cuenta. Venimos de enterrar a mi mujer, y los niños están un poco desorientados al perder a su madre”
Evidentemente, el interlocutor cambió automáticamente el sistema de referencia (que en el libro llama paradigma) y en vez de comparar esos niños con unos perfectamente educados y centrados, los comparó con niños que habían sufrido un gran trauma y entendió y disculpó completamente su comportamiento, incluso dejaron de molestarle.
Algo así me pasó a mí hablando con un compañero de trabajo. En una de esas conversaciones al azar, comenté que me tocaban las narices cuando voy en el carril izquierdo conduciendo al máximo de la velocidad permitida en una autopista y viene alguien por detrás dando las largas. Mi compañero me dijo, “bueno, no sabes cuales son sus circunstancias: lo mismo va con prisa porque le han comunicado que su hijo ha tenido un accidente”. Desde entonces, cambié mi sistema de referencia y no me cuesta apartarme ante un tío que tiene mucha prisa, porque pienso que la tendrá por algo importante (aunque probablemente sea mentira)... pero el caso es que ya no me molesta.
No quiero acabar este post sin mencionar el típico cambio de sistema de referencia que les suele ocurrir a los que han padecido una enfermedad grave y la han superado (también vale con un familiar muy cercano). Cuando esto ocurre, las personas comienzan a valorar las cosas realmente importantes y dejan de fijarse en cosas intrascendentes. Superar la enfermedad les parece tan de tocarte el gordo de la lotería todos los días, que su alegría es duradera y por ello los cambios que esas personas sufren suele ser para bien y les transforma, generalmente, en personas más felices, pues aprecian las pequeñas cosas buenas e ignoran las tontás a las que normalmente damos mucha importancia.
Y yo me pregunto ¿no sería posible cambiar nuestro sistema de referencia de tal forma que nos hiciera valorar lo que tenemos, la gente que tenemos cerca, etc, etc y sentirnos realmente felices sin que una desgracia tenga que ocurrir?
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