El precio de los melocotones
Vivir en una ciudad
tiene sus inconvenientes. La naturaleza siempre está lejos y la añoramos, pero
hay que reconocer que también tiene sus ventajas. Casi todo lo que puedas
necesitar está más o menos cerca.
Yo tengo cerca fruterías
varias y también supermercados.
Si vas al super, además
de hacer la compra diaria puedes llevarte la fruta, que normalmente tiene un
aspecto soberbio, y es bastante cara. En cambio, en fruterías más modestas, se
suele encontrar fruta de peor aspecto y considerablemente más barata.
En un ejemplo real de
ayer, el kilo de melocotones en una frutería era de 0,89 eur, y en un
supermercado, de 1,89 eur.
Los de 0,89 son
melocotones más pequeños con defectos estéticos, motivo por el cual tienen ese
precio. Los de 1,89 son melocotones perfectos, grandes, bonitos, apetecibles a
la vista, sin embargo, y ahí se encuentra la enjundia, muchas veces son
insípidos y de textura desagradable cuando se comen, como si no estuvieran
suficientemente maduros.
Los baratos, en cambio,
tienen el sabor a melocotón auténtico, si no el de antaño, ese que recordamos
de niños, bastante aceptable y por si fuera poco… cuestan menos.
Los melocotones nos
recuerdan el comportamiento general de la sociedad que se conduce de acuerdo a
las apariencias: gente de aspecto deslumbrante a la que se le da un gran valor
(precio melocotón alto) pero vacía por dentro (insípido), y al contrario, gente
menos atractiva a la que se desprecia, pero llenas de sabor.
Es este un principio
básico que se aplica de forma general en todos los ámbitos de la vida:
Tenemos gente inculta
que encandila en televisión sacando los trapos sucios de los famosos y cobrando
sueldos millonarios mientras que jóvenes investigadores, llenos de conocimientos,
luchan en los laboratorios contra el cáncer por menos de mil euros al mes. Si
caemos enfermos nosotros o uno de nuestros más queridos familiares, ¿quien es
más probable que pueda ayudarnos, los famosos o estos jóvenes investigadores?,
entonces, ¿puede algo tener menos sentido?
Las apariencias siempre
han sido fundamentales, pero ahora con las redes sociales, el problema ha
llegado a límites insospechados. El que no pone fotos de sí mismo en un lugar
envidiable, ya sea restaurante caro o sitio exótico, no es nadie.
Tanto es así que se da
el caso de que algunos de los que no tienen el dinero o las ganas suficientes
para visitar esos lugares, hacen montajes fotográficos para aparentarlo. Es
necesario para conseguir más “Me gusta”, sin los cuales uno es más bien poca
cosa.
Sin embargo, la lucha
entre apariencias y autenticidad, es antigua.
Mi madre, llena de esa
sabiduría popular que tantas veces ignoramos, me recordaba un dicho español al
respecto: “De lo feo y de lo hermoso, deme Dios lo provechoso”.
En La Bella y la Bestia
que Disney tanto popularizó, se nos recuerda que “la belleza está en el
interior” y en El Principito de Antoine de Saint-Exupéry se nos dice
claramente que “lo esencial es invisible para los ojos”, pero nosotros,
erre que erre, seguimos buscando la felicidad en las apariencias, en lo que se
ve. Y eso a pesar de que se nos viene advirtiendo desde siempre que no, que no
está ahí.
Por eso este post quiere
ser un homenaje a todas aquellas personas que nunca van a tener un homenaje: a
los feos, a los gordos, a los muy delgados, a los viejos, a los pobres, … en
definitiva, a todos los que son ignorados por la sociedad y que probablemente
sean los que más valor aporten pero a quienes menos se les reconozca.
En el fondo es, por
tanto, un homenaje a todos nosotros, porque ¿Quién no se ha sentido alguna vez
feo, o gordo, o delgado, o solo, o viejo o pobre o …?
Pero si lo pensamos
detenidamente, ¿puede haber algo más absurdo que el precio de los melocotones?
-------
Estos son los objetivos de Siguiente Nivel. Si se parecen a alguno de los tuyos, ayuda a su difusión, compartiendo, comentando o marcando “me gusta” en las publicaciones o en la página.
Comentarios
Publicar un comentario