Subcontratando II
Hay que hacer determinados sacrificios en la vida si uno quiere prosperar -dijo Vicente-. Debería haber elegido a alguien, uno que no tuviera cargas familiares, el más joven, el que llevara menos tiempo, no sé.
El caso es que no lo hizo, desobedeció a su jefe y cayó en desgracia en la empresa. Él sabía que antes o después tendría que marcharse y eso hizo
¿Y se metió a jardinero?
No, intentó otras muchas cosas… Primero, quiso sacar partido de lo que sabía, geolocalización, mapas y esas cosas. Su conocimiento era codiciado, y trabajó para su antigua empresa pero desde fuera, como subcontratado. Durante un tiempo no fue mal, hacía lo que le gustaba y era contratado temporalmente por empresas pequeñas que trabajaban para la grande. Cuando se acababa un contrato, le decían que para comenzar un nuevo proyecto debía trabajar para una nueva empresa, más pequeña aún, que era contratada por la mediana, que a su vez trabajaba para la grande. Con el paso del tiempo, su sueldo fue disminuyendo al tiempo que la cadena de subcontratas iba creciendo. Sus jefes no tenían ni idea de lo que hacía, solo eran meros intermediarios que buscaban gente para trabajar en determinados proyectos, pero que, inevitablemente, con mucha menos formación y esfuerzo, ganaban más que él.
Qué triste -dijo Vicente
Me alegra que lo reconozcas, porque así es como funcionáis. Lo que le pasó a Luisgon no es una anécdota, es vuestra forma de vida.
No me sermonees y sigue con la historia -dijo Vicente
Una vez que estaba trabajando en dedicación exclusiva para un proyecto grande de la empresa matriz, su jefe en una subcontrata de una subcontrata de una subcontrata, le dijo que debía ayudarle a instalar y configurar unos ordenadores para otra empresa. Ya sabes que la ignorancia es atrevida y para un ignorante, un informático es un informático, es decir, ese que trabaja con ordenadores, así que debe saber montarlos, aunque un analista-programador no haya visto en su vida un ordenador por dentro.
Y Luisgon se negó una vez más, como si lo viera
Arturo se acomodó en su sillón y sonrió otra vez
Aciertas de nuevo. Luisgon seguía sin cargas familiares y aún disfrutaba de una cierta libertad para ser digno, y lo fue. Dijo que había sido contratado para un proyecto de geolocalización y que instalar ordenadores no entraba dentro de sus funciones. Su jefe le dijo, naturalmente, que sus funciones las decidía él que para algo le pagaba y Luisgon le respondió que ahí se quedaba. El jefe tuvo que recular cuando se dio cuenta que se quedaba con el proyecto a medias y sin nadie con conocimientos para terminarlo.
Ya pero la relación se quedó tocada
Eso es, cuando el proyecto acabó, Luisgon no intentó siquiera comenzar uno nuevo. Sabía que sería trabajando más y cobrando menos para una nueva empresa que alargaría la cadena de subcontratas y aumentaría los intermediarios.
No necesitaría el dinero, porque sino hubiera tenido que tragar -dijo Vicente
Seguramente, no. Él permanecía soltero, ya tenía la casa pagada de sobra y es probable que tuviera ahorros de la época en la que fue directivo en la empresa grande. Así que recordó su antigua y más fuerte vocación: enseñar y mezcló las dos cosas que más le gustaban: la informática y la enseñanza. Encontró un trabajo como profesor de informática precisamente en tu ayuntamiento.
¿En mi Ayuntamiento? qué curioso
Sí, en tu Concejalía de Mayores, dedicásteis un dinero para que los mayores pudieran conocer las nuevas tecnologías, es decir, aprendieran a usar los móviles y los ordenadores, mandar un mail, navegar por internet y esas cosas.
Vicente sonrió orgulloso.
Claro. Como alcalde conozco el proyecto.
Pero seguramente desconocerás los detalles de como ha funcionado durante estos años. La historia de Luisgon te lo descubrirá
¿De verdad? Dudo que pueda hacerme descubrir algo
Espero que sí, porque de lo contrario, si es verdad que lo conoces, no diría nada bueno de tí
Venga ya. No será para tanto, habla de una vez -dijo Vicente.
Efectivamente, Luisgon comenzó a dar clase a los mayores. Como era su vocación, se notaba. Enseñaba con entusiasmo, eso unido a su simpatía, le hizo ganar rápidamente el corazón y el cerebro de los alumnos y sus clases se llenaron de abuelos y abuelas que querían aprender. En poco tiempo, se había corrido la voz y las listas de espera para acceder a sus clases fue creciendo. Los abuelos, además de aprender, pasaban un buen rato y salían de las clases entusiasmados y con ganas de vivir, cosa que a esas edades vale un potosí.
¿Y por qué lo dejó? -preguntó Vicente
Dímelo tú -respondió Arturo- ¿No dices que lo sabes todo de tu ayuntamiento?
Bueno pues esto, no lo sé. Sigue ya
Pasaron dos años en los que vuestro Ayuntamiento le fue encadenando contratos temporales, pero como tenéis esa absurda legislación laboral, que en vez de proteger al trabajador le lanza a los leones, teníais que elegir entre hacerle trabajador fijo o echarle a la calle.
¿Y elegimos echarle a la calle? -preguntó con cierta angustia Vicente
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