Medias verdades
Hace unos días me comentó un amigo que había oído en la radio que la Comunidad de Madrid no iba a vacunar durante las vacaciones de Semana Santa, mientras las demás comunidades sí. Aunque no dije nada, automáticamente me sentí indignado ante tanta desidia, indolencia e incompetencia de los responsables de luchar contra este virus en una guerra que debería ser sin cuartel, pero que más bien se parece a una granja de pollos a los que hubieran cortado la cabeza.
Andando las horas, leo en un grupo de wasap que a una persona la habían llamado para ser vacunada en el Zendal el Viernes Santo.
De nuevo, automáticamente volví a sentir una gran indignación porque me dí cuenta de cómo nos manipulan desde los medios, que nos cuentan medias verdades o mentiras directamente. Seguro que si pedimos explicaciones al medio en cuestión, nos dirían que ellos se referían a que la Comunidad de Madrid no iba a vacunar durante las vacaciones en los centros de salud o que “un” sanitario no iba a vacunar porque estaba de vacaciones o qué sé yo.
Sin duda, estas medias verdades, o mentiras directamente obedecen a según qué intereses, y en este caso, medio enfrascados en una campaña electoral, podría deberse a algún partido de la oposición interesados en desprestigiar de cualquier manera al gobierno de la Comunidad. Así pues, mi indignación iba ahora dirigida contra los partidos opositores y me sentía culpable por haber creído que tanta desidia e incompetencia pudiera albergarse en el gobierno de mi Comunidad.
Otra vez automáticamente pensé (porque todos los procesos mentales son automáticos, salvo que se posea un arduo entrenamiento para controlarlos y no es el caso) en el post que escribí no hace mucho respecto a la conspiración de la indignación (que puedes leer tocando aquí), ese conjunto de tretas dedicados a mantenernos permanentemente indignados contra algo o contra alguien sin poder hacer nada para cambiar la situación que nos indigna.
Una indignación en vacío, por tanto, que solo sirve para aumentar nuestra tensión arterial y para que, indignados a todas horas por cosas que se escapan a nuestro control, al final no sepamos distinguir en qué situaciones sí podemos hacer algo para remediar las injusticias.
Malos tiempos estos en los que las mentiras, las medias verdades y la posverdad campan por el ciberespacio y los medios de difusión en general. Porque no sé si os habéis dado cuenta, pero en este juego de medias verdades en la anécdota que relato, existe otra posibilidad y es que la media verdad de que no habría vacunaciones en Semana Santa podría haber salido de los propios partidarios del gobierno para que cuando nos diéramos cuenta de su falsedad, pusiéramos a caer de un burro a la oposición. Al fin y al cabo, el retorcimiento en política está superando todos los límites y los actos de falsa bandera están a la orden del día
Luego se sorprenden de que existan los negacionistas de cualquier cosa, hasta de lo evidente. Nos han engañado tantas veces que no hay motivos para creer a nada ni a nadie.
Hay negacionistas del Covid, que a mi juicio, merecen todo el respeto. Si no han visto a ningún familiar morirse o quedarse con serias secuelas, ¿por qué creer a todos estos falsos que nos hablan por los medios?
Así pues, mientras no se metan en nuestras vidas, los negacionistas son muy libres de pensar lo que quieran con unas ideas tan respetables como las nuestras. No me parece justo que se ridiculicen sus ideas. Es culpa de la sociedad. Simplemente les han contado tantas veces que viene el lobo, que cuando viene de verdad, se quedan tan tranquilos (y claro, el lobo se los come).
Lo mismo pasa con los antivacunas. Ha habido tantas ocasiones a lo largo de la historia en las que los gobernantes han sobrepasado todos los límites imaginables e inimaginables que a nadie extrañaría que junto con la vacuna estén metiendo un chip para controlarnos en el futuro, como algunos dicen. Cosas más raras se han visto. No sé si recordaréis aquellos hechos de los años 50 en los Estados Unidos en los que alguna agencia gubernamental, de las muchas que tienen, se dedicaban a hacer experimentos con ciudadanos de a pie. Echaban la sustancia experimental en los servicios de algún bar y luego seguían a la pobre cobaya para comprobar sus efectos.
Así pues, no es culpa de los antivacunas creer cosas tan disparatadas, porque más disparatadas aún se han hecho y están documentadas.
Dejemos pues que los antivacunas no se vacunen. En el pecado está la penitencia (pues pueden pillar el virus y morir por su causa), y respetemos su decisión sin ridiculizarlos. Es cierto que hay un matiz de insolidaridad en su actitud, puesto que si se consigue la inmunidad de rebaño por las vacunas de los demás, ellos se verán beneficiados sin haberse puesto la dichosa vacuna, y, por contra, si todos decidiéramos no ponernos la vacuna, en la vida superaríamos la pandemia. Sea como sea, salvo que se ponga en riesgo la salud colectiva y se legisle adecuadamente, su postura es tan defendible como cualquier otra y digna de respeto.
Mención aparte merece la polémica sobre si hay que vacunarse con una marca u otra.
En esta época de mentiras ¿como sabemos que esta intoxicación comunicativa no obedece a una manipulación de las farmacéuticas? De todos es sabido que la vacuna de AstraZeneca es considerablemente más barata que las otras, porque entre otras cosas ha renunciado a parte de sus beneficios. Por otra parte, ¿cómo sabemos que no hay manipulación y la vacuna en cuestión tiene realmente problemas?.
No lo sabemos. No nos queda otra que confiar en los expertos y en que no hayan sido convenientemente untados. En cualquier caso, hemos de reconocer que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) y las autoridades sanitarias en general han tenido una política de comunicación lamentable generando confusión en la ciudadanía. Pero si los expertos, tras analizar los casos han decidido que las vacunas en circulación en la Unión Europea son seguras no tenemos otra que creerles (a pesar de lo defendido en apartados anteriores, me temo no haya otro organismo más cualificado), aún a riesgo de que dentro de unos días nos digan que en algunos casos, las personas vacunadas desarrollan un tercer brazo.
En fin, si tras investigar los casos de trombosis en la vacuna de AstraZeneca, la decisión de la EMA es simplemente poner la advertencia en el prospecto de la vacuna, ajo y agua.
Leed el prospecto del ibuprofeno, algo que consumimos con cierta frecuencia y alegría y veréis que su consumo puede asociarse con un aumento moderado del riesgo de sufrir infarto de miocardio o infarto cerebral, y no por eso nadie deja de consumirlo.
Si miráis el prospecto del paracetamol aún más usado, veréis que en muy raras ocasiones provoca shock anafiláctico que si no es tratado inmediatamente puede producir la muerte.
El orfidal (lorazepam), que la gente toma con cierto desenfado, puede provocar en casos muy raros un coma. ¿Y que es un caso muy raro? En los propios prospectos lo explican: 1 de cada 10.000 pacientes.
Con las vacunas estamos hablando de riesgos en uno de cada millón y en cambio, nos preocupa muchísimo y olvidamos que las vacunas pueden salvar la vida de miles de personas y con el paracetamol solo nos estamos quitando un dolor de cabeza.
Las asimetrías de esta sociedad últimamente me dejan loco.
Así pues, la sensación que me transmiten estas situaciones es que nos vamos infantilizando poco a poco (ojo, que me incluyo) y necesitamos tener la certeza absoluta, cuando la certeza absoluta no existe. Olvidamos que vivir es una actividad de riesgo que puede conducir en cualquier momento a la muerte. Solo estar muerto te protege con certeza de la muerte.
Entre las mentiras, las medias verdades y las posverdades (esas que distorsionan deliberadamente la realidad para crear una corriente de opinión) vamos apañados. Si a eso le sumamos la habilidad de nuestros dirigentes en materia comunicativa (y en otras), que Dios nos pille confesados.
PD. No. No puedo acabar así un post. Este es un blog que debe transmitir esperanza y no su contrario. ¿Qué conclusiones debemos sacar de todo esto? Las de siempre: seamos escépticos, no nos creamos todo lo que oímos, informémonos de distintas fuentes y seamos jueces para sacar nuestra propia conclusión. No nos dejemos encandilar por esas palabras grandilocuentes de nuestros políticos que no significan nada. Eso nos protegerá contra la manipulación. Tampoco debemos dejarnos llevar por la desesperanza. Probablemente sea esa otra gran conspiración: la de matarnos la esperanza.
Y ahora que toca votar otra vez, busquemos y votemos (si es que los hay) a los que trabajan bien más que a los que hablan bien, lo sabremos leyendo su currículum. Hablar es un deporte que nos encanta a todos, mientras que trabajar no nos gusta a nadie.
Y respecto a las vacunas, creo que no nos queda otra que vacunarnos con la que nos toque. Eso sí, espero que ya más pronto que tarde, la vacuna doblegue de una vez la curva de contagios y nos permita olvidarnos de una vez de esta pesadilla.
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