Incendios para parar un tren

 Para parar un tren y una carretera, para dejar atónito a un país. Son los incendios de siempre, los del año pasado, los del anterior y del otro. 

No exactamente los de siempre, claro, porque lo que se quemó el año pasado no puede quemarse este, pero en lugares parecidos, lugares de ensueño. Bosques, sino milenarios, al menos centenarios, lugares patrimonio de la humanidad, oficial o extraoficialmente, porque cualquier bosque es un patrimonio de la humanidad, que la protege, le asegura su supervivencia, sujeta la tierra en las lluvias, suaviza el clima, genera oxígeno y absorbe dióxido de carbono. 

Un bosque no solo es patrimonio de la humanidad, es un privilegio para la humanidad y todos los años se queman. Todos los años los quemamos, por nuestra mala cabeza, por desidia, por abandono, a propósito o por intereses crematísticos. Hay mil razones individuales para quemar un bosque pero solo hay una razón colectiva para conservarlos: los necesitamos para asegurar nuestra supervivencia.


Como cada año, los políticos se aprestan a ir raudos a la zona quemada. Más raudo cuanto más aparatoso es el incendio. Mueven aviones, helicópteros, vehículos de alta gama con sus correspondientes escoltas para trasladarse allí en un alarde de despilfarro ecológico y económico tan solo para sacarse la foto, dar el discurso y mostrar cuán preocupados están. Una preocupación que desaparece en cuanto abandonan el lugar y vuelven a sus intrigas, a sus encuestas de intención de votos, a la defensa de sus intereses particulares para perpetuar e incrementar su poder.

Estarán pendientes de la nueva desgracia, del volcán que erupciona, del nuevo incendio para volver a montar el dispositivo mediático y prometer públicamente ayudas que nunca llegarán. 


Hacen lo que les dicen sus asesores: mostrarse empáticos con el dolor ajeno pues eso les ayudará a conservar o cosechar votos. Pero esa empatía solo es necesaria mientras dura el discurso frente a las cámaras. Esto es así en nuestro mundo de apariencias.

De vuelta a sus despachos, si te he visto, no me acuerdo. Analizarán la evolución de la previsión de votos, buscarán pactos que les afiancen en el poder y disfrutarán de las prebendas que un cargo público les otorga: buen sueldo, primeros puestos en todos los eventos, gastos pagados, desplazamientos en medios exclusivos y alojamientos más exclusivos aún.


No necesitamos esta clase de políticos, aunque desgraciadamente sea la más común no solo aquí en España. Necesitamos gente con vocación de servicio. No figurines que hablen bien en público, sino gente que se rompa los cuernos privadamente en los despachos para conseguir soluciones, alianzas y apoyos, no para perpetuarse en el poder (o alcanzarlo si no se tiene), sino para lograr avances colectivos que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos.


En unas semanas, antes o después, bajarán las temperaturas, incluso lloverá y dejará de oírse hablar de incendios. Todo el mundo olvidará que los hubo (los primeros, los políticos), todo el mundo excepto aquellos que los padecieron. Aquellos que perdieron algún familiar o amigo, sus casas, su forma de vida. 

Para ellos, ese incendio, que cambió su vida, formará parte de su historia, de su recuerdo para siempre. 


Si los políticos estuvieran interesados en el bien general, en lugar de estar interesados en el bien de una minoría (de la que ellos y sus allegados forman parte), estarían pensando como conseguir que en los años venideros hubiera menos incendios (en este, poco se puede hacer ya). 


Se pueden tomar muchas iniciativas. Aquí algunos ejemplos para discutir.


  • Evaluar si la burocracia montada alrededor de los incendios (permisos para limpiar las tierras, política forestal, definición de especies protegidas, entre otros…) ha servido para disminuir el número de incendios o si por el contrario ha conseguido que  los montes estén cada año más sucios y, por tanto, sean más fácilmente pasto de las llamas. 

Es cierto que toda esta burocracia, además de un elevado coste, ha traído un buen número de funcionarios que desde sus despachos se dedican a tramitar permisos, multas y cobrar tasas. Pero, además de eso, además de suponer un coste para el contribuyente, ¿ha servido para disminuir el número de incendios o solo para aumentar el poder de los políticos de las comunidades autónomas? 

Pero también es cierto que si un agricultor o simplemente propietario de un terreno se encuentra con mil trabas para limpiarlo (petición de permisos que caducan en poco tiempo, pago de tasas, etc) puede optar por no hacerlo si no necesita el terreno para vivir. Al fin y al cabo puede pensar “si es tan complicado limpiar el terreno, ya se limpiará cuando un fuego venga por estos lares”


  • Fomentar la autoorganización de agricultores, ganaderos y lugareños en general de tal forma que se hagan responsables del cuidado de sus montes. Ellos son los primeros interesados en que un incendio no arrase su comarca. Si en vez de un burócrata en un despacho de la capital, que no ha visto en su vida un monte, se ocupan los lugareños, es más probable que las medidas adoptadas sean efectivas. De hecho no sería ni necesario que estos coordinadores locales fueran funcionarios, sino simplemente elegidos por la organización vecinal. 

Si se les dota de recursos y asesoría técnica, esta organización vecinal podría ser más efectiva que una estructura burocrática estable de la Comunidad Autonóma  y sin duda, más barata.


  • Estudiar los países en los que la lucha contra los incendios tiene los mejores resultados para implementar una metodología similar. Esta actividad que los ingleses y americanos (que son buenos poniendo nombres chulos a las cosas), denominan benchmarking y que nosotros llamamos copiar al listo de la clase, podría identificar las cosas a cambiar para que otro año no tengamos que hablar de incendios a todas horas.

 

  • En cualquier caso, debería ser ineludible la designación de un comité de expertos (a ser posible distintos a los teleñecos de la pandemia) que incluyera todos los aspectos afectados, desde el ecológico al económico, con ingenieros forestales y expertos en alta tecnología, que discutieran todas las medidas (incluidas las anteriores) y que fuera de aplicación en todo el territorio nacional. Es absurdo discutir esto comunidad autónoma por comunidad autónoma. El fuego no se va a detener al llegar a la frontera.


Me temo que, de todas formas, como el año anterior y el anterior, y el anterior… pasados los incendios que nos han escandalizado a todos, los medios dejarán de hablar de ellos y nadie discutirá lo más mínimo sobre qué habría que hacer para evitarlos en el futuro, especialmente los políticos que, al no ver en ellos un semillero de votos, los ignorarán.


Y es que no necesitamos a políticos como muchos de los que tenemos, no necesitamos políticos profesionales porque no saben hacer otra cosa y si pierden su escaño, pierden su modo de vida. Y por ello son capaces de vender a su madre. 

Si los políticos tuvieran su profesión y su puesto de trabajo, cuando perdieran las elecciones, simplemente recuperarían su antiguo trabajo.

Un buen político no tiene miedo de perder las elecciones o el poder, porque conoce otras formas de ganarse la vida. No necesita vender a su madre con tal de no perderlas o de conservar el poder. No necesita cambiar de principios porque opina: “Estos son mis principios, si te gustan, vótame. Si no, no me votes”.


Sin embargo, muchos de nuestros políticos han hecho de la brillante frase de Groucho Marx, el lema de su vida:  “Estos son mis principios, si no te gustan, tengo otros”, de ahí que permanezcan pegados a los análisis de tendencias sociales para ir cambiando su discurso y su programa político acorde a ellos. De ahí que sus asesores sean expertos en comunicación, imagen y márketing, porque el producto que venden somos nosotros. Para ellos, no valemos más que un dentífrico, un refresco o un detergente. 


No te dejes engañar. Tenlo en cuenta cuando votes.


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