Vocación: Palabra olvidada



En esta sociedad hipermaterialista, en el que el dinero es la medida de todas las cosas, hay una palabra que si no ha pasado ya al diccionario de las palabras olvidadas está a punto de hacerlo.
Me refiero a la palabra “vocación”.

Para tener una cierta felicidad en la vida es conveniente que el trabajo que uno hace esté relacionado con lo que le gusta. Sin embargo, cada vez son menos los afortunados que trabajan en aquello que les gusta y el único criterio que podemos usar es si nos dan o no empleo en algo.

Sin embargo, hay ciertas profesiones en las que, a mi juicio, es imprescindible la vocación.
La primera de ellas es la de profesor. Para serlo, te tiene que gustar enseñar. Antiguamente se usaba más la palabra maestro que implicaba por parte del alumno, el reconocimiento de la superioridad del profesor en determinada materia y que se acercaba a él con cierta humildad para pedirle que le transfiriera parte de su conocimiento. Pero hoy día, la verdad es que no significa gran cosa. Ni humildad ni gaitas.

Otra es la de médico. La necesidad de vocación es obvia. Aparte del posible contacto con vísceras y productos biológicos, está la estrecha relación humana que requiere y el riesgo de perder un paciente por el que se ha peleado con dureza (cierto que la contrapartida, la posibilidad de salvar una vida humana, debe ser gloriosa)
A pesar de ello, cuando alguien piensa en éxito en la vida, lo primero que se le viene a la cabeza son futbolistas, cantantes, empresarios o a lo sumo algún conocido que tiene una casa impresionante y un coche de alta gama. Vamos, lo de siempre: dinero.
Jamás pensará en un profesor de instituto que tras 30 años dando clase, lidiando con la falta de respeto de los alumnos y la incomprensión de los padres, aún se prepara las clases con entusiasmo y las imparte con más entusiasmo todavía.
O jamás pensará en un médico anónimo de urgencias que esta noche ha salvado la vida a un herido en un accidente de tráfico y a una persona con infarto.
Lo malo no es que la sociedad no las considere personas de éxito, lo malo es que es posible que ellas mismas se consideren mediocres (a pesar del auténtico valor que aportan a la sociedad) debido al continuo ataque que sufrimos en la línea de flotación de los valores de mayor calidad y la habitual repetición de los valores más superficiales.

Hay otras muchas profesiones en las que es necesario una fuerte vocación, pero esto ya está quedando denso así que me limitaré a mencionar solo una más en la que, de nuevo a mi juicio, es imprescindible la vocación: la de político.
Un político debería ser alguien con vocación de servicio a los ciudadanos, alguien que disfruta con el progreso de sus convecinos y está dispuesto a llevarse críticas, algunas veces injustas, porque, al fin y al cabo, gobernar es elegir generalmente la opción menos mala entre las múltiples disponibles y alguien siempre sale perjudicado.
Por tanto, ser político es una cosa muy seria (o debería serlo) porque están jugando con la vida de las personas, y cuando asume su responsabilidad (independientemente de su ideología) es alguien que debe autodisciplinarse para no dormir mal por las noches, consciente de que sus decisiones de acción u omisión, afectan al bienestar y al futuro de la sociedad en la que vive (cada uno en su ámbito, obviamente).
Cuando pienso en la profesión de político, siempre viene a mi mente la decisión que tuvo que tomar el presidente Truman en Estados Unidos sobre el lanzamiento de las bombas nucleares sobre Japón. Por mucho que fuera una guerra, estábamos hablando de la vida de cientos de miles de civiles y tendría que plantearse si era la opción menos mala y la que causara menos sufrimiento, primero en su país y en el resto de los aliados, y segundo en el mundo en su conjunto.
Honestamente, creo que incluso en el análisis más superficial, se llega a la conclusión de que todas las posibles alternativas estaban llenas de sufrimiento y cualquier persona responsable agradecería no encontrarse en la coyuntura de tomar tamaña decisión.

Sin embargo, en España es justo lo contrario, alguien se hace político cuando, con los contactos adecuados, quiere vivir bien sin esforzarse demasiado y sin responsabilidades (hablo en términos generales, porque imagino que habrá gente que se lo curra).
Múltiples ejemplos hemos visto. Es habitual ver el congreso de los diputados vacío en muchas de sus sesiones (esta legislatura menos porque es necesario cada voto) y también hemos visto que la corrupción salpica frecuentemente las instituciones. Es obvio que entre los corruptos la vocación de servicio brilla por su ausencia, o al menos la vocación de servicio a los ciudadanos. Puede existir una vocación de servicio hacia su propio patrimonio.

Como electores tendríamos la obligación de elegir a los políticos que, aparte de las capacidades necesarias, tuvieran una auténtica vocación de servicio. Eso parece claro. Pero, ¿cómo distinguirlos?
Podríamos comenzar fomentando el reconocimiento social a la honestidad y al esfuerzo en todas esas profesiones en las que la vocación es necesaria y ser críticos con las corruptelas, aun las más livianas (que no solo afectan a los políticos)..
De esa forma estaríamos transmitiendo a los futuros políticos que esperamos mucho de ellos.
El día que logremos que todos nuestros políticos (independientemente de su ideología) sean vocacionales estaremos más cerca del Siguiente Nivel


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