Estamos perdiendo la cabeza (1 de 2)

 


En estas últimas semanas se está poniendo de moda hablar de la salud mental. Es evidente que la pandemia ha acentuado los problemas mentales subyacentes de esta sociedad en la que sus miembros encuentran dificultades para buscar alicientes que les permitan seguir viviendo con una cierta alegría.


Ya abordamos el tema en un post anterior y concluimos que en la sociedad actual se suelen poner parches a los problemas en lugar de buscar sus raíces. Yo puedo equivocarme al hacer el análisis, naturalmente, pero al menos intento buscar esas raíces que, abordadas convenientemente, resolverían el problema en lugar de mitigar los síntomas.


Pues bien, lo que es un hecho es que el avance de la ciencia en las últimas décadas por no decir en los últimos siglos, ha conllevado un retroceso en la religión. Ya sé que hablar de religión en estos tiempos suena bastante trasnochado e incluso retrógrado, pero antes de cerrar el navegador, dadme una oportunidad e intentaré justificar todos mis razonamientos.


Yo no acabo de ver el motivo por el que los avances científicos hacen retroceder a la religión. Si bien es cierto que se han encontrado respuestas a preguntas que antes se encomendaban a la voluntad de Dios o a la religión en general, siguen siendo muchos los interrogantes a los que la ciencia es incapaz de dar respuesta. De hecho las preguntas no contestadas siguen estando ahí y son casi las mismas, solo que más ocultas, como escondidas a la curiosidad del hombre corriente.


Antes, por ejemplo, el arco iris era una muestra de la grandeza de Dios, ahora se sabe que la luz que nosotros somos capaces de ver, se refracta en las pequeñas gotas de agua suspendidas en la atmósfera y separa la luz blanca en sus componentes provocando ese llamativo y bello efecto. 

Pero…  ¿resuelve eso el problema? Aparentemente, sí. Ya somos capaces de entender porqué se forma el arco iris e incluso somos capaces de generar nuestro propio arco iris con un prisma, lo cual no nos convierte en dioses. 

Por tanto, Dios no es necesario para dibujar el arco iris en el cielo. Sin embargo, sigue siendo necesario para explicar las propiedades de la luz ¿Por qué la luz se mueve en forma de ondas?, ¿por qué las leyes de la refracción son las que son y hacen que veamos el arco iris? ¿Por qué existe la ley de la gravedad?, ¿por qué la materia inerte se autoorganiza en estructuras cada vez más complejas hasta llegar a organismos vivos? Organismos que son capaces de replicarse, recopilar información de su entorno y construir a su vez estructuras de niveles superiores hasta llegar a animales inteligentes. ¿Qué es la inteligencia?, ¿qué es y por qué existe el tiempo, la materia y el espacio?

Me temo que la ciencia no tiene (y dudo que tenga en el futuro) respuestas a esas preguntas 

Así pues, la ciencia ha respondido a las primeras cuestiones, las más evidentes en esa cadena de preguntas sin fin, de complejidad creciente, pero en realidad estamos donde estábamos al principio, incapaces de responder a las preguntas tópicas y típicas de ¿quien soy? ¿de donde vengo? ¿hacia donde voy? ¿por qué existo?

Las preguntas de siempre, cuya respuesta se encomendaba a la filosofía y a las religiones.


En la sociedad actual se han adormecido esas preguntas tópicas convenciendo a sus miembros de que no merece la pena pensar en ellas. Debemos pensar mejor en como pagar las letras de la hipoteca o en comprarnos no sé qué móvil o ver no sé qué serie. 

En definitiva: miles de distracciones con las que la sociedad actual adormece nuestro ansia humana de saber. Ese ansia que nos hace auténticamente humanos y que nos diferencia del resto de los seres vivos. 


Hace un puñao de años, Sócrates dijo ya algo así como que la vida que se vive irreflexivamente no merece la pena ser vivida. Imaginaos lo que pensaría de nuestra sociedad en la que nos limitamos a pasar los días de la mejor manera posible, usando el coco solo para separar las orejas.

 

Pero sigamos con nuestro razonamiento. Es obvio que las ciencias han avanzado una barbaridad como dice el tópico, pero ese avance se ha producido en la sociedad, no en los individuos. Es decir el conocimiento científico se queda recluido en determinados miembros de la sociedad y además disgregado. Quiero decir que si somos casi ocho mil millones de personas en el mundo, no llegará a diez millones el número de científicos dedicados a la investigación y además cada uno de ellos especializado en campos tan exclusivos (nanotecnología, visión artificial, radioastronomía, inmunología, virología, entomología, antropología,...) que nadie tiene una visión global de la realidad. Se acabaron hace mucho los Leonardo Da Vinci que lo mismo sabían de matemáticas que de ingeniería, de música, de medicina, de filosofía.... Ese saber algo de todo, propio del hombre renacentista.


Así pues, sí. Las ciencias han avanzado empujando a la filosofía y a la religión hacia atrás. Pero han dejado al hombre de la calle sin nada: Nada de filosofía ni religión (es decir, nada de respuestas) y en el fondo, nada de ciencia, porque esa queda reservada para unos pocos que, realmente, actúan para el hombre de la calle como auténticos sacerdotes:

ellos hablan y nosotros los creemos. Como siempre, se apoyan en pruebas, pero mezclan hechos y pruebas con opiniones sin aclarar cuando hablan de hechos y cuando opinan.

Al final, nos cuentan solo sus conclusiones teniendo nosotros que hacer acto de fe. Y es que nosotros seríamos incapaces de seguir sus razonamientos. 

Es decir, confiamos, o tenemos fe, como queramos decirlo, en que en esos razonamientos no haya habido errores.


Y este es para mí el auténtico problema mental de la sociedad actual. Nos han dejado sin herramientas para enfrentarnos a la vida. Una vida que nos sacude de forma inevitable, antes o después, con sus reveses.

Recursos tan simples como rezar (y probablemente tan eficaz como apaciguador del espíritu) han desaparecido de la caja de herramientas con la que enfrentarse a la vida. Resulta que desde que el hombre es hombre, hará más de doscientos mil años, todas las razas, pueblos y culturas han intentado comunicarse con lo trascendente y nosotros llevamos poco más de cuarenta años intentando no hacerlo. ¿Será coincidencia o habrá alguna relación entre este hecho y el que la tasa de suicidios entre adolescentes y adultos jóvenes nunca haya sido tan alta, o que nunca haya habido tantos trastornos mentales sin base fisiológica como ahora?



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