Estamos perdiendo la cabeza (2 de 2)
La ausencia de una filosofía de vida a la que la religión siempre ha aportado argumentos últimos, transforma la vida en algo vacío de contenido y sin sentido.
Para ejemplarizarlo veamos cuál ha sido la gasolina de la Europa (y naturalmente, la España) cristiana, que no lo olvidemos, a pesar de las guerras, las luchas y la barbarie, nos ha traído hasta donde estamos, comparémoslos con los valores actuales y reflexionemos si esos nuevos valores nos hubieran llevado desde la barbarie más absoluta hasta los niveles socio-tecnológicos de hoy día.
Antes, ¿qué decía la filosofía judeo cristiana?: La vida es un valle de lágrimas. Esta vida presente es un destierro, una especie de castigo en el que estamos temporalmente hasta que podamos alcanzar la vida futura, la auténtica. Pero siempre hay una misión en la vida: buscad el Reino de Dios y su justicia y el resto se os dará por añadidura y siempre hay una norma inmutable: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Ahora, en cambio, la filosofía hedonista-consumista nos dice: Lo que veis es lo que hay. La vida es disfrute continuo. No hay otro objetivo que disfrutar y cuanto más, mejor. No hay más vida que esta, así que aprovéchala porque no tendrás otra oportunidad. Recuerda que tú eres lo más importante, a los demás que les den.
No hay misión en la vida como no sea la de conseguir dinero, fama y reconocimiento que conduzcan a un mayor disfrute (objetivo único).
No hay normas inmutables. Lo más parecido son las leyes, pero cambian con los gobiernos. Basta conseguir los votos adecuados y se puede legalizar hasta el asesinato. Por tanto, las normas son móviles y difusas.
Si “lo que veis es lo que hay” es una de la máximas de la filosofía existencialista, ¿por qué no he llamado así a la filosofía actual? Porque la filosofía existencialista es bastante más sofisticada. Incluye una moral recta (aunque sea sin objeto) para obrar correctamente, y la búsqueda de la excelencia y huida de la mediocridad (recordemos el super-hombre de Nietzsche, que fue mal usado por los nazis para inventarse la superioridad de la raza aria). Es evidente que en nuestra sociedad no se identifica claramente una moralidad distintiva (salvo lo políticamente correcto) y la brillantez es denostada para encumbrar a los mediocres a los puestos de máxima responsabilidad. Se fomenta la mediocridad incluso en los planes de estudio desde la más tierna infancia y se hunde a los brillantes para que no destaquen.
Sin entrar a juzgar ambas aproximaciones, intentemos analizar las consecuencias de cada una de ellas: En la cristiana, por muy mal que te vaya en esta vida, siempre tienes esperanza que, como sabemos, es la gasolina de la vida. Cuando pierdes la esperanza, lo has perdido todo. Siempre tienes una misión, algo por lo que luchar: hacer de este un mundo mejor, con tus limitaciones, en el entorno al que llegues. Además, siempre tienes unas normas claras que seguir que te permiten distinguir lo bueno de lo malo.
En la aproximación consumista-hedonista, es fácil que te pegues de bruces con la cruda realidad, porque esta vida, de forma objetiva, se parece más a un valle de lágrimas que al parque de atracciones que nos promete el paraíso consumista. Así que, cuando en la adolescencia-juventud no eres aceptado por tu grupo, te quedas sin nada, porque ni siquiera tienes una familia a la que recurrir, ya que la sociedad consumista se ha encargado de desintegrarla, sino físicamente, al menos funcionalmente hablando.
Ciertamente, a través del consumo dirigido, las barreras intergeneracionales se han hecho abismos y las necesidades de un adolescente-joven no se parecen nada a las de un adulto y están a años luz de las de un mayor. La consecuencia es ese aislamiento intergeneracional que tanta factura pasa a la sociedad.
En definitiva, el adolescente-joven, en cuanto vienen mal dadas, está solo. Si tiene suerte (y dinero) podrá recurrir a un psicólogo y si no… ¿quien sabe?.
El adulto si tiene trabajo (y dinero) se ocupa las veinticinco horas del día intentando resolver los mil y uno problemas de la vida cotidiana. Apenas le quedará tiempo para tomarse de vez en cuando un buen vino o hacer algún viajecito, que a duras penas compensará el estrés cotidiano. Y si no tiene trabajo… ya te puedes imaginar la vida que lleva.
Y no digamos ya el anciano. Aislado, marginado de la sociedad, en la mayor parte de las veces ignorado excepto por las marcas que fabrican y venden los pocos productos que consumen, casi todos ellos relacionados con la salud.
Después de toda una vida trabajando, ahora, no cuentan para nada. No aportan valor, es posible que ni siquiera para sus hijos y nietos dada la brecha intergeneracional de la que hablábamos antes.
Por otra parte, la ausencia de normas morales claras conduce a situaciones injustas ante las que poco se puede hacer puesto que no infringen las leyes. Es el caso típico del operador de telefonía (o lo que sea) que llevado del objetivo consumista de la sociedad (el dinero) es capaz de estafar pequeñas cantidades a miles de ancianos (y no tan ancianos) activando y cobrando servicios que no han pedido. Si alguien reclama, se le devuelve el dinero sin rechistar, pero la empresa en cuestión se embolsa el dinero de los restantes (la mayoría) que no reclaman. No hay cargo de conciencia, no hay dilema moral, no hay sensación de estar robando puesto que todas las normas y leyes se han cumplido.
Entonces… ¿dónde está el paraíso prometido por la sociedad consumista? Es obvio que no se puede reconocer la vida como un valle de lágrimas, porque eso sería tanto como aceptar que has fracasado y que eres un amargado. Esta es la sociedad del éxito, del dinero, de la juventud y de la belleza. Reconocer que ya no eres tan joven, que no tienes tanto dinero como quisieras, reconocer que no llegaste tan alto como te propusiste, reconocer, en definitiva, las limitaciones de tu vida es reconocer tu fracaso y eso está proscrito en la sociedad del éxito.
De ahí las iniciativas actuales. Si notas que en tu vida pasa algo, busca ayuda. La ayuda al final van a ser pastillas. Desgraciadamente, serán pastillas. Pero aún así, la vaciedad, después de las pastillas, permanece. Las pastillas solo ayudan a pasar el día, a pasar la vida.
Es evidente que el avance de la ciencia ha provocado el retroceso de la religión y las filosofías de vida asociadas. Pero este retroceso ha dejado un hueco que no ha sido rellenado con nuevas filosofías, sino con videojuegos, comidas, bebidas, series de televisión, viajes (todo en plan industrial y masivo) y otros miles de objetos y experiencias. ¿Pueden llenar todas estas cosas el pozo del ansia humana? Me temo que no.
Ahora, lo intentarán con pastillas.
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