Epitafio


 Hace unos años estaba de vacaciones en el norte de España. Desde el hotel, en la lejanía, se veían dos pequeñas torres que yo asocié a una iglesia. Preguntando en el propio hotel, nos comentaron que no eran de una iglesia sino de un panteón que había en el cementerio de un pueblecito cercano. 

Movidos por la curiosidad, una tarde nos acercamos y la verdad, aunque siempre es impresionante un panteón vistoso por lo que sabes que significa, lo que me impresionó de verdad fue un epitafio de otra tumba, ésta un poco más anónima.

Decía así

Como te ves, me ví. Como me ves, te verás.


Aquello fue un baño de realidad en aquel paréntesis vacacional en el que se supone todo está pensado para disfrutar, descansar del estrés y olvidar los sinsabores de la vida diaria.

Todos sabemos que la verdad  es que en las vacaciones no siempre disfrutamos ni descansamos del estrés ni llegamos a olvidar los sinsabores de la vida diaria pero, al menos, al cambiar de actividad, engañamos al cerebro durante unos días y posponemos (que no olvidamos) nuestras preocupaciones. 

Pero aquello fue excesivo, recordarte de sopetón todo eso que ya sabes pero de lo que siempre estás huyendo (y lo que es más grave: te lo estaba recordando un muerto), era algo que no estaba programado. 

Aunque me quedé rumiando durante unos minutos esa idea, afortunadamente, la propia dinámica vacacional hizo que al poco estuviéramos cenando en un sitio agradable unos alimentos estupendos como bien saben preparar en el norte de España y la idea había desaparecido completamente de mi cabeza.

¿Completamente? No, por supuesto. Si no, no estaría escribiendo este post.


Después he visto la frasecita en otros sitios y he llegado a la conclusión de que esa idea está siempre ronroneando en nuestra cabeza, lo sepamos o no, la hayamos visto en un epitafio o no. Esa idea forma parte de nuestra existencia.

Cuando somos jóvenes todo parece lejano, como formando parte de un cuento, no precisamente de hadas. Oímos que alguien muere, pero siempre son personas no muy cercanas a nuestro entorno, algún amigo de nuestros padres o de nuestros abuelos, que quizás vimos en alguna ocasión, algún familiar lejano, etc.

Pero, a medida que el tiempo va transcurriendo, la enfermedad y la muerte se va acercando y toca a gente más conocida. Es como si estuviéramos en una batalla y oyéramos las balas silbar cada vez más cerca.


Ante la inevitable idea que ronda, queramos o no, en nuestras cabezas hay dos posturas cada una con sus pros y sus contras:


  1. Taparla con entretenimiento, ya sea productivo o no, pero siempre entretenimiento. Intentar que la mente no pueda reposar un momento para que no vuelva a esa idea permanente. Es como intentar mantener una pelota de pin pon en el aire soplando, en cuanto te relajas y dejas de soplar un poquito, tienes la pelota en el suelo. 

En definitiva, pareciera que la idea de la muerte es realmente pesada y cayera como un plomo sobre nuestra cabeza en cuanto dejamos de mantener la mente constantemente entretenida. 

La idea de disfrutar forma parte de esa estrategia de entretenimiento y se trata el miedo existencial a la muerte con placeres sensuales que momentáneamente parecen pegar a la pelota de pin pon una fuerte patada hacia arriba. De ahí que el sexo, comer y beber bien, tengan tanto éxito. 

Desgraciadamente, no importa lo alto que la pelotita suba, siempre acaba bajando.


  1. Asumir que somos mortales, meditar sobre la idea de la muerte y prepararse (si es que uno se puede preparar para una cosa así) para cuando llegue el momento 


En términos generales la opción a) es la que rige en este tiempo que nos ha tocado vivir (obviamente, aún así hay gente que opta por la b), unas veces de forma voluntaria y otras impulsado por la inminencia de la muerte en una enfermedad grave).

En cambio, durante la edad media, hasta bien entrado el renacimiento e incluso al comienzo de la edad moderna, la opción b) era la que dominaba en la sociedad (naturalmente, había algunos que optaban por la a) aunque estos solían ser pocos y ricos)


¿Qué es lo que ha hecho bascular la orientación social de la opción b) a la opción a)? Podríamos pensar que ha sido el cristianismo. 

El cristianismo, que invita a pensar en la opción b), impregnaba la sociedad occidental y solo su lento declive permitió orientar la vida de lo espiritual a lo material. 

Sin embargo, no creo que sea así. La opción a) es una opción que cuesta bastante dinero. No se lo puede permitir cualquier sociedad. Solo una en la que la abundancia sea la tónica. Desde luego, la Europa de la edad media no podía permitirse tener a todo el pueblo constantemente entretenido. Si acaso, podía tenerle ocupado en tareas muy duras con poco rendimiento.

Pero estar ocupado no es lo mismo que estar entretenido y no actúa igual sobre las ideas de nuestra cabeza.

Estar entretenido elimina el resto de ideas de nuestra cabeza, es decir, sustituye unas ideas por otras mientras dura el entretenimiento, de ahí su enorme atractivo. Estar ocupado, no. Si acaso, en algunas ocasiones cuando la ocupación nos gusta y llega a entretenernos aleja ligeramente nuestras preocupaciones.


En la edad media la opción a) la podían adoptar los nobles y los ricos, mientras la b) era la opción general. ¿Cómo iban a disfrutar los pobres de la edad media si no podían comer ni beber y las normas sociales no les dejaban follar si no era con su pareja?

Claro, que gracias a esas normas sociales había cierto orden. Si todo el mundo hubiera follado con todo el mundo ¿Quien iba a criar a los hijos si nadie sabía quienes eran los padres?


Actualmente la opción a) (olvidar que somos mortales) es la opción social por defecto. Nos lo podemos permitir gracias a tantos pequeños y grandes problemas y distracciones que la vida moderna nos ofrece. 

Gracias al pequeño invento que nos han metido en el bolsillo (llamado móvil o smartphone o instrumento de distracción masiva), no hay un solo momento en el que esté permitido el aburrimiento. En cuanto hay dos minutos en los que nuestro día no está lleno de cosas, sacamos el móvil del bolsillo y nos ponemos a mirarlo como si esperáramos una gran noticia que nunca llega (por el contrario nos inunda con pequeñas-grandes malas noticias) o buscamos en él una distracción en forma de fotos y vídeos de gente conocida (o no), historias o juegos que nos evadan.

Si tenemos algún rato de mayor duración, para eso está la tele con sus atracones de series o películas. 

El resto del tiempo está permanentemente ocupado con un trabajo generalmente poco estimulante, las tareas domésticas y la resolución de los mil problemas que la vida diaria suele crear artificialmente.


Como es natural, la sociedad de consumo requiere esa opción a) puesto que nos necesita con la sensación de inmortalidad. De otra forma no estaríamos siempre pensando en cambiar de coche o aspirar a una casa más grande o mil cosas más.

Ni siquiera la idea de vejez está permitida. ¿Como hacerse un tatuaje bonito si pensaras que en unos años quedará patético sobre una piel arrugada?


Por ello, la sociedad de consumo recluye a los enfermos en hospitales, a los ancianos en residencias y los cementerios, que antaño se situaban en las partes altas de los pueblos, a la vista de todos para que las riadas no sacarán los féretros, ahora se ocultan tras montículos artificiales y grandes arboledas. El sepelio que antes era un acto de toda la comunidad ahora se ha profesionalizado y reducido a los familiares más cercanos. Todo ello también consecuencia de la evolución de las relaciones sociales: muchos amigos en Facebook pero pocos o ningún amigo de verdad.


Así pues, la enfermedad, la vejez y la muerte se han ocultado de la sociedad para que vivamos una niñez perpetua llena de juguetes caros. De hecho, la sociedad de consumo ha conseguido que la única diferencia entre un adulto y un niño sea el precio de sus juguetes.


Es curioso que siendo la consciencia de la propia muerte una de las cosas que nos distingue de los animales, se quiera tapar con entretenimiento. Esta tendencia de animalizar al ser humano se da en otras muchas facetas. Yo se lo atribuyo, de nuevo, a la sociedad de consumo, porque se necesitan consumidores poco racionales (no humanos) y que actúen movidos por sus emociones e instintos (animales). 

La sociedad de consumo requiere miles de millones de pollos sin cabeza que, sin parar ni un momento, vayan de aquí para allá sin llegar nunca a ningún sitio.


Todos conocemos los efectos secundarios de olvidar que somos mortales, es decir la opción a):

  • Una inmadurez permanente que deriva, entre otras cosas, en la incapacidad de adquirir compromisos y/o mantenerlos.

  • Renuncia a nuestra humanidad realzando nuestra animalidad

  • Efectos sobre nuestra salud física al hacer del comer y beber uno de los grandes leitmotiv para nuestra vida

  • Conflictos personales graves y relaciones sociales y familiares complejas al usar el sexo de forma desordenada

  • Una insatisfacción permanente que no sabemos de dónde viene y que degenera en una angustia vital insufrible que sólo puede taparse con medicamentos de graves efectos secundarios sobre nuestra salud en general y nuestra psique en particular.


La opción b) (recordar que somos mortales) tiene una importante ventaja:

Sin impedir disfrutar, pone cada cosa en su sitio y da la importancia justa a las cosas de la vida al relativizarlas respecto a nuestra propia muerte y la muerte de los demás. Es posible que eso incluso nos permita disfrutar más al valorar adecuadamente las cosas sencillas y nos haga más humanos y menos animales.


La opción b) también tiene sus efectos secundarios, claro, pero eso lo dejo como deberes para el lector. 

Quizás deberíamos pensar un poco sobre los pros y los contras de cada opción y al final elegir la nuestra, pero esta vez, en lugar de impuesta por la sociedad, escogida por nosotros.


Sólo una pequeña reflexión adicional: ¿cuál era el índice de suicidios y enfermedades mentales en la sociedad occidental cuando la opción b) predominaba y cuál es el actual en las sociedades pretendidamente "avanzadas"?

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