Matando lo sobrenatural (más todavía)
Hemos defendido que matar lo sobrenatural es un error en base a argumentos antropológicos (primera publicación) y en base a la historia de las civilizaciones (segunda publicación).
Podríamos seguir hablando sobre el tema hasta escribir un ensayo pero quiero limitarlo a tres publicaciones. En esta quiero entrar en más detalle sobre las consecuencias de matar lo sobrenatural en nuestra sociedad posmoderna (el prefijo pos, creo que le añade un tinte negativo y por eso lo utilizo: me da la sensación de que lo moderno se está volviendo rancio y decadente)
Si no hay nada sobrenatural ya que lo hemos matado, ¿de dónde pueden provenir las normas que han de regir nuestro comportamiento? De ningún sitio salvo de nosotros, es decir, de las leyes que escribamos. De ahí que sean necesarias tantas, ya que si el comportamiento de un solo individuo es complejo, el de un grupo de individuos, ni te cuento.
Como todo tiene que estar hiper-regulado para evitar los abusos y promover el comportamiento correcto, no solo las leyes sino las normas administrativas han de ser muchas y complejas. Además esas normas deben ser controladas por alguien y exigen un procedimiento que asegure su cumplimiento. Por este motivo son necesarios tantos funcionarios públicos.
La burocracia, que es la consecuencia de lo descrito en las últimas líneas, se hace mastodóntica en las culturas decadentes. ¿Por qué? Como no hay normas morales que trasciendan las leyes, los individuos encuentran rápidamente un hueco en la norma y se aprovechan de ella, o bien no pagando lo que tenían que pagar o bien cobrando lo que no tenían que cobrar.
El sistema, con su lentitud habitual, después de haber sido pública y notoria cualquier injusticia (curioso concepto también el de justicia, si no hay nada sobrenatural, ¿de dónde puede provenir? porque en la naturaleza, la justicia no existe, solo existen leyes y justas precisamente, no son, perdón por la digresión) provocada por una norma, es parcheada para evitar esas situaciones anómalas, donde un nuevo hueco es encontrado y parcheado de nuevo, hasta conseguir una norma complejísima que requiere más esfuerzo para controlar su aplicación que el resultado social que obtiene.
Dicho de la forma que solían emplear nuestros abuelos: Vale más el guiso que el pollo.
Y esa es la burocracia: un entramado de normas, leyes y procedimientos con unos mecanismos enrevesados de control cuyos controladores, al tratar con términos ambiguos pueden escaquearse, tanto en la cantidad de trabajo (las administraciones o no tienen plazos para resolver un tema o este es larguísimo), como en la resolución del mismo.
Y es que, efectivamente, esos mecanismos de control que propone la burocracia son fácilmente puenteados si un funcionario con las autorizaciones pertinentes y la "motivación" adecuada, decide dar prioridad a este o aquel expediente y resolverlo de forma "sospechosa". Si en alguna ocasión, este hecho produjera un escándalo mediático (la mayor parte de las veces nadie se entera), se propiciarían nuevos mecanismos de control para evitarlo en el futuro. Es decir, más funcionarios para desarrollar más procedimientos aún más complejos y enrevesados (y consecuentemente, más fácilmente puenteables)
Por ejemplo, la policía controla a la población, pero como se detectan algunos abusos policiales, se crea el departamento de Asuntos Internos de la policía, ¿quién controla Asuntos Internos? ¿No será necesario unos Asuntos Internos de los Asuntos Internos de la policía? y unos Asuntos internos de los Asuntos Internos de los Asuntos Internos de la policía? y ….
¿Quién controla al controlador? La burocracia, cuanto más grande, más muestra la decadencia de una sociedad. Es un síntoma de esa decadencia pero a la vez es un agente productor de decadencia porque frena el progreso, pone palos en las ruedas, aumenta los costes y los rozamientos de la sociedad y la detiene completamente hasta paralizarla y, como un gigante con los pies de barro, hacerla caer estrepitosamente en manos de otra cultura más pragmática.
Los valores no escritos, los sobrenaturales, son los que permiten que cada uno sea el policía de sí mismo. Cuando una sociedad educa en valores no tangibles, no escritos en una ley humana, la cohesión social aumenta. Si esos valores son percibidos como justos (curiosa palabra…) por la razón, son fácilmente admisibles por el ser humano (no sabemos porqué esto es así, pero curiosamente lo es, como si el cerebro estuviera preprogramado hacia una querencia por la justicia, sea lo que quiera que la justicia sea).
Veamos con algún ejemplo como las leyes humanas pervierten algunas ideas morales. El derecho a la vida, por ejemplo, establecida en la declaración universal de los derechos humanos de la ONU (y como decíamos en las publicaciones anteriores, con inspiración judeocristiana) es pervertido al transcribirse en leyes, haciendo predominar el derecho de unas vidas sobre otras.
La defensa del débil, curiosa norma moral que es difícil de justificar para los que sostienen que lo sobrenatural no existe, es pervertida al transcribirla en leyes permitiendo que el débil protegido a través de ellas abuse de los que son más débiles que él o bien redefiniendo el concepto de débil, incluyendo algunos que no lo son y sacando a otros que lo son.
¿Por qué digo que la defensa del débil es difícil de justificar para los que reniegan de lo sobrenatural? Porque ellos sostienen que la vida y la inteligencia es la consecuencia natural de las leyes de la evolución que Darwin documentó profusamente.
Es evidente que la Teoría de la Evolución explica muchas cosas, pero esta desde luego, no, porque la evolución se basa precisamente en el predominio del más fuerte, del más adaptado y en la eliminación del más débil, puesto que se compite por recursos limitados.
Darwin se quedó bastante tiempo pensando e intentando encajar dentro de su teoría de la evolución los comportamientos filántropicos y desinteresados que implicaban trabajar contra los propios intereses del individuo para favorecer los de otros más necesitados.
Ahí El gen egoísta que describe brillantemente Richard Dawkins en su libro, no llega a encajar del todo bien. El que da su vida por salvar la de otros, no va a ver prosperar sus genes precisamente, sino que serán los de otros, los salvados y normalmente más débiles que él, los que prosperen.
Curiosamente, la defensa del débil y el ansia de justicia motivaron los famosos libros de caballería que surgieron a partir del siglo XII y que Cervantes parodió en el Quijote (que a su vez está lleno de enseñanzas en valores). Ser caballero significaba un ideal y representaba unos valores que aún se muestran tímidamente en el significado de la propia palabra, aunque haya perdido parte de su prestigio por las ideologías actuales.
En definitiva, cuando hay unos valores morales que nos trascienden, que están por encima de las leyes escritas, la sociedad puede prosperar mucho más rápidamente. Se trata de desarrollar esos valores que aumentan la cohesión, premiándolos y penalizando a los contrarios. Es premiar el esfuerzo y la contribución a la sociedad y desincentivar la pereza y el aprovecharse de los demás.
El buenismo que nos invade, motivado por intereses electoralistas, hace justamente lo contrario.
Si nos aferramos a leyes (y matamos los valores sobrenaturales) ganarán los abogados pero perderá la sociedad.
¿Dónde quedaron aquellos contratos que se sellaban con un apretón de manos? Esos pactos no se rompían jamás porque estaba en juego el honor (curiosa palabra también, no creo que provenga de la naturaleza). Ahora ni con contratos de cien páginas firmados por los departamentos legales de las empresas, está uno a salvo de que no te la jueguen.
No creo que seamos capaces de construir una sociedad próspera basándonos solo en leyes, normas y funcionarios para controlarlas. O nos autoimponemos unas normas morales que nos trascienden y que nos autolimitan o, por contra, ni poniendo un policía detrás de cada uno de nosotros tendríamos garantía del cumplimiento de las normas.
¿Estamos o no perdiendo al matar lo sobrenatural?
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