Compromiso: Palabra olvidada
Compromiso, qué palabra tan bonita y con tanto significado.
Es curioso que precisamente esa palabra haya sido olvidada casi por completo por nuestra sociedad porque se considera lo opuesto a la libertad. A una concepción distorsionada de la libertad, claro
Cuando pensamos en la libertad, nos imaginamos un mundo en el que podemos hacer cuanto queramos en el momento que queramos, olvidando que eso nunca ha sido ni será posible, porque estamos sujetos a un cuerpo que nos impone necesidades y limitaciones físicas y vivimos en una sociedad con otros seres humanos que a su vez nos imponen más restricciones
Es en el contexto de esta vida en sociedad en el que el compromiso, lejos de disminuir nuestra libertad, nos la aumenta.
¿No os lo creéis? Os pondré un ejemplo. Si el estado mantuviera su compromiso de prestarnos un servicio médico, nosotros tendríamos la libertad de ir al médico cuando nos sintiéramos enfermos y no cuando ellos quieran atendernos.
Y es que tendemos a entender la palabra compromiso como una obligación nuestra hacia los demás, y es verdad, pero olvidamos que esa obligación nuestra, conlleva una obligación de los demás hacia nosotros en la que salimos beneficiados.
Una sociedad en la que todos cumplen sus compromisos, es una sociedad idílica, es próspera y puede dedicar todos sus esfuerzos al progreso (entendido en sentido positivo) de sus miembros, en lugar de dedicarlo a roces internos.
Diréis que eso es utópico, que va en contra de la naturaleza humana, pero no es cierto. Eso ha sido más o menos así en los pequeños grupos humanos en los que el hecho de que cada uno de sus miembros cumpliera su palabra (es decir, asumiera sus compromisos) era vital para la supervivencia del grupo, y en cuanto alguien dejaba de hacerlo, se le transformaba en un marginado en el que no se podía confiar. Ese castigo enorme, el de ser un apestado dentro del grupo, evitaba la tentación de violar un compromiso.
Ahora las cosas han cambiado y la violación de un compromiso no afecta a la supervivencia del grupo porque el grupo es tan gordo que su efecto se diluye en el maremagnum de la sociedad. El problema viene cuando la huida del compromiso y su incumplimiento, forma parte de la idiosincrasia de la sociedad, porque lo único que podríamos percibir, si estamos muy atentos, es una lenta decadencia.
En un ejemplo lo veremos mejor. En una pequeña barca, si alguno de sus ocupantes, abriera una vía de agua, eso provocaría que la barca se hundiese rápidamente. Pero antes de que eso ocurriera, el resto de los ocupantes se dedicaría a pegar porrazos en la cabeza del culpable hasta que el agua se lo impidiera.
En cambio, en un transatlántico uno puede ir con una taladradora abriendo pequeñas vías de agua y el transatlántico, ni se inmuta. Y cuando son muchos los que van abriendo vías de agua, el transatlántico se va hundiendo lentamente, casi de manera imperceptible.
Nadie dice nada al que está abriendo un agujero, porque él mismo está entretenido abriendo su propio agujero en el casco.
La falta de compromiso, como auténtica palabra olvidada que es, se nota en todos los aspectos de la vida, impregna la sociedad entera.
Las figuras públicas, que son referentes, y deberían medir cada una de sus palabras por el efecto que tienen en los que les escuchan, niños incluidos, no solo no se avergüenzan de no cumplir su palabra sino que en algunos casos, se jactan de ello.
No es infrecuente oír al presidente del gobierno, decir una cosa por la mañana y su contrario por la tarde, quitándole valor a las palabras y el compromiso que significa decirlas.
Pero no culpemos a los políticos porque ellos solo son la prueba palpable de la ausencia de compromiso que envuelve la sociedad entera.
Del compromiso o se huye o no se respeta. El matrimonio era un compromiso entre dos personas que se hacía público delante de múltiples testigos para reforzar su importancia, para manifestar que era una decisión largamente meditada, que se habían tenido en cuenta todos los factores, todas las posibilidades y que aún así esas dos personas querían unir sus vidas.
Hoy los matrimonios se deshacen a los pocos meses porque la decisión no fue meditada suficientemente ni el valor del compromiso lo suficientemente alto.
Los jóvenes no quieren tener hijos porque eso supone un compromiso para toda la vida. Es mejor tener un perro que exige un compromiso menos duradero y de menor grado. De ahí que en España, desde hace bastante tiempo, haya más perros que niños menores de catorce años y la brecha se vaya agrandando. Ayer se publicaba que el 2.021 fue el año con menos nacimientos de la historia en España
Bien es cierto que la sociedad actual ha hecho del tener hijos un compromiso casi insoportable al complicar tanto la vida de los padres que lo hace insufrible. Por ejemplo, para evitar que el uno por mil de los padres maltrate a sus hijos, se ha quitado el derecho de los novecientos noventa y nueve restantes padres decentes a educar a sus hijos como decentemente les parezca. Haciendo pagar a justos por pecadores se potencia, una vez más la desaparición del compromiso
En cualquier caso, para tener un perro se va a exigir un carné de cuidador de perros, pero para tener un niño no será necesario el carné de cuidador de niños, dejando claro dónde pone el énfasis esta sociedad y donde están las prioridades.
Hasta ahora, hemos hablado de grandes compromisos, pero hay otros de mucho menor grado que, igualmente, o son evitados o son incumplidos. La ausencia de compromiso impregna la sociedad entera. Compromiso es una palabra maldita y proscrita
Las empresas de servicios, telecos, eléctricas, gas… nos venden una cosa por teléfono y luego hacen otra. El reparador del frigorífico dice que va a venir a las doce y no aparece en todo el día y ahí andas tú con todos los alimentos arropados con manta para que no se resfríen, esperando como un pringao.
Un grupo de jóvenes queda para salir y a última hora se dan de baja cuatro. Se hacen reservas en restaurantes y hoteles y los interfectos no aparecen. Habrá veces que son causas mayores, pero eso ocurrirá una de cada cien veces. Las noventa y nueve restantes son cambios de opinión o pequeños contratiempos de última hora. ¿Dónde quedó el valor de la palabra?
Por culpa de esa falta de compromiso que flota en el ambiente, todo es más complicado, desde hacer una reserva a firmar un contrato.
Hablando de firmar contratos. Los departamentos legales de muchas grandes empresas son mayores que sus departamentos técnicos. Si antes un contrato eran dos páginas, ahora son ciento cincuenta. No solo porque los proyectos sean más complejos, sino porque la forma de engañar o incumplir un compromiso entre dos empresas son tan variadas, que el contrato debe contemplarlas todas, o al menos la mayor parte de ellas.
Antes, cuando las palabras aún tenían valor. Dos jefes de un clan (o de una empresa) se daban la mano, y así cerraban un acuerdo.
La sociedad comenzó siendo permisiva con la falta de compromiso y ahora nos ahoga y restringe nuestra propia libertad. ¿O es que el que está esperando a que vengan a arreglarle el frigorífico a las doce y al final no viene en todo el día, es libre de marcharse de su casa cuando quiera?
El compromiso es una palabra auténticamente humana, pues solo un ser humano, dotado de inteligencia y voluntad, es capaz de cumplir su palabra aun cuando en determinadas ocasiones le suponga un esfuerzo o vaya contra sus intereses.
Quizá sea por eso por lo que compromiso se ha convertido en una palabra maldita ahora, que se potencia nuestra animalidad y la satisfacción inmediata de nuestros deseos. Ahora que se quiere anular lo más humano, que se nos quiere igualar con los animales aumentando sus derechos (algo que está muy bien) y disminuyendo los nuestros (algo que está muy mal). Olvidan que los derechos de los animales proceden de nuestra humanidad e inteligencia, es decir, de nuestra superioridad. Una superioridad que, cierto es, nos otorga la responsabilidad de cuidarlos y respetarlos.
Una sociedad que no hubiera olvidado la palabra compromiso sería una sociedad avanzada, del Siguiente Nivel. Nunca deberíamos haber sido permisivos con la falta de compromiso o su incumplimiento porque son pequeñas vías de agua que van hundiendo el trasatlántico de nuestra cultura. Nunca deberíamos haber sido permisivos, como no deberíamos serlo con un niño de tres años que desea hacer siempre su voluntad.
Si el niño se está jugando ser un adulto responsable, independiente y feliz, la sociedad se está jugando su propia decadencia.
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