La era de la caducidad

 Desde muchos puntos de vista somos muy afortunados, por ejemplo, si viviéramos en el siglo XV en España, lo más probable es que estuviéramos muertos de hambre o simplemente muertos si tenemos más de cuarenta años.

Pero desde otros puntos de vista, somos bastante desafortunados porque nos ha tocado vivir en la era de la caducidad.

Y en la era de la caducidad es posible que no se pase hambre pero es psicológicamente complicada.


Podemos empezar con la famosa obsolescencia programada a la que ya hemos dedicado alguna publicación

La obsolescencia programada es un invento de la industria mundial por la que los productos se diseñan para que duren lo menos posible. No duran menos porque se les acusaría de estafadores, pero pasados unos añitos para disimular, se casca todo.

Yo recuerdo un frigorífico de mis abuelos que se compró cuando la luz en España iba a 125 V (ya debe hacer años) y cuando cambiaron a 220V, le pusieron un transformador que se colocaba encima. Con el transformador funcionando estuvo la pila de años hasta que se tiró de puro aburrimiento, porque el frigorífico enfriaba como un bestia.


No puedo creerme que actualmente, con una tecnología diez veces más avanzada, no seamos capaces de hacer equipos que duren más que hace cincuenta o sesenta años. Por eso cuando la Unión Europea y los gobiernos nos hablan de ecología, me entra la risa con sus intentos de hacernos sentir culpables mientras ellos no son capaces de legislar de forma contundente contra la obsolescencia y otros temas similares.


La ecología ha pasado de ser un tema de puro sentido común a una religión llena de dogmas incuestionables, porque hay ya un grupo consistente de gente que se está forrando con ella, y mucho me temo que los poderes públicos se hayan dejado embaucar por el dinero que ronda alrededor. 

Así, lejos de legislar y promover conductas auténticamente ecológicas solo legislan y promueven conductas que parece que lo son. El coche eléctrico es uno de los muchos ejemplos. 

Si realmente les preocupa la ecología, que promuevan que la gente vaya andando o en un transporte público cómodo, barato y eficaz . El coche eléctrico solo saca la contaminación de las ciudades pero la lleva a otros sitios. Hay autores que cuestionan que un coche eléctrico, en todo su ciclo de vida (fabricación, uso y desguace) sea menos contaminante que uno de las últimas versiones de gasolina.


Sí, queridos lectores, estamos rodeados de equipos que se rompen con facilidad. Las bombillas LED, por ejemplo, que deberían ser eternas se funden con una facilidad pasmosa. Yo aún tengo bombillas fluorescentes e incluso incandescentes que siguen luciendo las tías, mientras las bombillas LED van desfilando una tras otra.


Pero la obsolescencia también llegó a los alimentos, a las cremas, incluso a los productos de droguería. 

La mayor parte de los alimentos incluye una fecha de consumo preferente, pero nadie te dice cual es su fecha de caducidad y la gente los tira cuando pasa su consumo preferente. No se especifica, que correctamente almacenados, muchos de esos productos son seguros mientras tengan buen aspecto y sepan bien.

Si realmente preocupara la ecología a las autoridades, legislarían para que se etiquetara la fecha de consumo preferente y la caducidad, por ejemplo en unas galletas añadir, “mientras no sepan mal, son seguras”, o no añadir nada, simplemente educar a la gente en el sentido común: si el queso tiene cosas verdes y pelos que oscilan al destaparlo, no te lo comas.


Me hace gracia que algunos conservantes clásicos de toda la vida como la sal, el aceite y el azúcar, incluso el alcohol, vengan a su vez con fecha de caducidad. Y además bastante corta. Imagino que es para que si hay una oferta no compres mucho o si compras mucho, para que lo tires cuando pase la fecha de consumo preferente y el fabricante pueda vender más.

Aún así, estoy casi seguro de que si los fabricantes encontraran un mecanismo barato y seguro para que la comida se autodestruyera pasada la fecha de consumo preferente (que ya se encargarían de acortar al máximo posible), ya lo estarían usando. Con este procedimiento, la cerveza, por ejemplo, tomada un día después de pasada su fecha, sabría a vinagre.


La caducidad mal entendida no solo afecta a la ecología, ha ido afectando a cada vez más ámbitos de la vida. Ahora resulta que si sabes un huevo de inglés, y lo demuestras haciendo un examen y sacando la máxima nota, pasado un tiempo tienes que volverte a examinar (pasando por caja) porque tu conocimiento caduca. Este pedazo de invento, el del conocimiento que caduca ha ido proliferando y se usa en muchos otros certificados.

Cualquier día nos dicen que la carrera de ingeniero, arquitecto, médico o abogado que te sacaste hace diez años ha caducado y que tienes que empezar desde el principio.

Si hasta un experto inversor, harto de realizar operaciones en el mercado de valores, se considera fuera de lugar y es incapaz de entender a una sociedad que ve completamente natural comprar y vender cosas que no existen, como el bitcoin. 


En realidad, somos nosotros los que nos estamos caducando. Todos pensábamos que nuestra caducidad estaba relacionada con la biología y producía vejez y luego, la muerte. 

Desgraciadamente eso no nos lo han quitado, pero han añadido una obsolescencia programada en nosotros por la que nos quedamos fuera de la sociedad con tres días que te vayas a vivir al campo y no enciendas ni el móvil ni la tele ni el ordenador.

Llamaremos a este hecho obsolescencia social programada que conduce a la irrelevancia a sus víctimas y, curiosamente. produce una degeneración física palpable. 

El obsoleto social es un marginado, generalmente mayor, aunque no siempre y se le reconoce por la mirada perdida, andar dubitativo y gestos pausados.

Es alguien que se reconoce fuera de su entorno, y que considera hostil lo que le rodea.

Es alguien que aprendió muchas cosas y aún las recuerda pero que actualmente no sirven para nada. 

Estos obsoletos sociales recuerdan que el conocimiento que tenían sus abuelos, orientarse con las estrellas, saber cuando y como se siembra o cuando y como se cosecha, pudieron enseñárselo a sus hijos e incluso a sus nietos. Los hijos reconocían el valor del padre y, a veces, le pedían consejo. 


Recuerda cuánto adoraba las croquetas, el cochinillo o la tortilla de patata de su madre y el cariño con el que ella le enseñó a cocinarlos. Si intentara ahora él enseñárselo a sus nietos es posible que le mandaran a paseo porque lo que les va es el sushi o el wakame (que te lo traen a casa dando cuatro toques en una App) eso si no le insultan por no recordar que se han hecho veganos.


Recuerda como la física o las matemáticas que aprendieron sus padres le resultaron útiles para enseñársela a él. Había unas leyes de gramática e incluso unas normas para acentuar las palabras que ahora son cambiantes al son de la RAE.


Ahora, en cambio, este obsoleto social se da cuenta que sus hijos y nietos pasan de él porque no tiene nada que enseñarles. Todo está en Internet y Google sabe mucho más de lo que él sabrá nunca. Además, lo que él valora no tiene nada que ver con lo que valora la sociedad.


Y sabe que no era torpe, fue de los primeros en usar ordenador y procesadores de texto, pero su conocimiento se quedó rápidamente obsoleto en cuanto se jubiló. Los fabricantes de software lanzaban versiones de sus productos cada poco tiempo y bastaban unos años para que no supiera encontrar las cosas ni hacer nada. 

Lo mismo le ocurrió en el súper, o en las apps cambiantes de su móvil: de nada servía aprender donde estaban las cosas porque cada poco las cambiaban de sitio.

Al final, reconoció lo inútil de aprender algo que en unos pocos meses, incluso semanas, habría cambiado y se desmotivó.


Es como si para encontrar el norte, cada dos semanas hubiera que buscar una estrella distinta y dejara de tener sentido aprender que la estrella polar lo marca.


Pero tiene un consuelo y es que los artífices de esta obsolescencia social, serán también víctimas de ella. Los fabricantes de productos y servicios que han hecho (por dinero, naturalmente) que todo sea efímero, cambiante e inhumano se convertirán en obsoletos sociales y solo tendrán el triste valor que su dinero pueda otorgarles.

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