El consumismo llega a la muerte

 No me malinterpretéis. El consumismo no llega a su muerte, llega a nuestra muerte. Últimamente, a determinadas franjas horarias (supongo que las adecuadas para el público objetivo), se nos invita en los anuncios de televisión a planificar nuestro funeral. 

Puede no ser una mala idea para no dejar el marrón a los familiares, pero hay un tufillo a consumismo


No sé si habéis visto algunos anuncios al respecto. No tienen desperdicio. Los actores son mayores, naturalmente, pero con un cierto atractivo.

Aparecen en un coche antiguo, que no viejo, dejando traslucir una cierta clase. No se trata simplemente de un Peugeot o un Renault viejo. Y el diálogo también tiene su aquel. Uno de los amigos ha muerto y como sorpresa les ha dejado su colección de sombreros. Ella dice “siento que se ha ido en paz” (naturalmente, ¿de qué otra forma podría ser si ha planificado su funeral con la empresa en cuestión?) y él dice que en su funeral también habrá una sorpresa. Ella contesta “qué ganas de verla” y él dice “pero sin prisa, ¿no?” 


Ya me imagino, andando el tiempo, la gente compitiendo por incluir en su funeral una sorpresa a cuál más estrafalaria, más llamativa y más cara. También una copita y unos canapés o lo que se tercie, dependiendo de los posibles del finado. Los humanos nos caracterizamos por competir entre nosotros en casi todo y especialmente en lo que tiene que ver con las apariencias. 

De ahí que sea tan complicado celebrar las Navidades en familia porque como la organización vaya alternando se debe competir para que cada año sea más sofisticado o rebuscado o qué sé yo. Y si son siempre los mismos los que la organizan, pongamos los abuelos, ellos compiten consigo mismos para que cada año sea mejor que el anterior. 

Quizás antiguamente, cuando no había tanta variedad en las comidas diarias tuviera sentido tirar la casa por la ventana el día de Navidad pero, hoy día, ¿sigue teniéndolo? 


La idea de planificar el funeral proviene de los death planners, originaria por tanto, del mundo anglosajón que tienden a hacer dinero y negocios con cualquier cosa. 

Es lamentable, a mi juicio naturalmente, que les copiemos solo en determinadas cosas (especialmente en las malas) y no lo hagamos en las buenas.


Podríamos copiarles en la facilidad que tienen para iniciar un negocio (en algunos países de influencia anglosajona se puede montar una empresa en tres días, mientras que aquí montar un negocio con todos los permisos puede llevar desde seis meses a un año o más).

O podríamos copiarles en la seguridad jurídica. En esos países haces tus cálculos y si las cuentas te salen, montas el negocio y no hay sorpresas. 

Aquí puedes hacer tus cálculos, las cuentas te salen, lo montas y al cabo de seis meses te han cambiado las reglas del juego con un nuevo impuesto o con unas nuevas condiciones que hacen inviable el negocio y ahí te quedas tú, colgado con tu inversión sin que nadie te ayude a pagar el préstamo al banco. 

Es como si jugando al parchís, te comes una ficha y al ir a contar veinte, te dicen: no, a partir de ahora no se cuenta veinte sino quince. Y ahí te quedas tú, colgado, en una casilla a dos de entrar en casa y a tiro de tres jugadores contrincantes.


Pero esas cosas buenas no las copiamos. Copiamos el Black Friday, el Halloween y otras similares que nos invitan a un consumo desaforado. Y ahora ese consumo llega a la muerte, a nuestra muerte.

Lo mismo estoy siendo un poco rebuscado, pero ¿no os parece el primer paso de un proceso de banalización de la muerte? Al fin y al cabo, se han ido traspasando fronteras de cosas que parecían impensables hace unos años iniciando el proceso con un pequeño paso.


Sería algo así como en la Fuga de Logan en la que la edad de las personas se limita a los 30 años y llegados a esa edad son “reencarnados”. 


Con pequeños pasos dados en el tiempo se puede alcanzar casi cualquier objetivo social que las élites deseen en sus juegos de ingeniería social.

¿No se han propuesto que los pisos del futuro no tengan cocina (y lo conseguirán)? En ese futuro seremos incapaces de mezclar leche con cacao y pensaremos que los batidos de chocolate proceden de las vacas marrones, o peor aún, que crecen en tetrabricks en un exótico árbol del Caribe.


¿No hemos aceptado ser controlados por pantallas como en las distopías Orwellianas

¿No compartimos voluntariamente información con desconocidos de una forma que hace diez o quince años nos hubiera parecido de lo más necio y absurdo?

Entonces, ¿por qué no pensar que este inocente (y posiblemente justificado) paso hacia la banalización de la muerte sea el primero hacia una aceptación social y voluntaria del final de la vida? 


Quizás baste solo cambiarle el nombre y en vez de llamarlo suicidio, llamarlo Interrupción Voluntaria de la Vida o IVV.

----

Monografías de Siguiente Nivel


Compendio de Autoayuda

Trucos ecológicos

Suplantator el Extraterreste

La solución definitiva

Lecciones víricas

Historias de Villarriba y Villabajo

Cuentos de Navidad

Comentando Libros

Ya llegó el fin del mundo

Palabras olvidadas

----

Estos son los objetivos y estos otros los sueños 

de Siguiente Nivel. Si se parecen a alguno de los tuyos, 

ayuda a su difusión, compartiendo, comentando 

o marcando “me gusta” en las publicaciones.

----

Las ideas aquí expuestas no tienen porque estar en lo cierto. 

Son solo una visión de la realidad. Es poco probable que alguien se encuentre 

en posesión de la verdad, por eso Siguiente Nivel es una invitación a que 

cada uno desarrolle su propia verdad a través del estudio y la reflexión.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Limones contra Melones

¿Dios existe? I

¿Dios existe? II - Los mártires de la ciencia