Agradeciendo los servicios prestados

Un buen amigo me ha criticado uno de mis post, uno en el que hago una defensa de la Constitución y hablo del espíritu de la transición y lo que supuso de cambio respecto a la dictadura.
Me dice que aquel espíritu es dudoso y que la Constitución resultante es manifiestamente mejorable.
No dudo que tenga razón, él probablemente sepa cincuenta veces más que yo de este tema, y seguramente en otros. Sin embargo y aún a costa de provocar más críticas voy a ahondar en la polémica.

Pero antes, con el fin de suavizar nuestras posturas, relativizar ideas (incluidas las que aquí se expresan) y disminuir los extremismos, sugiero reflexionar un poco sobre el significado de la política y de la democracia, que como todos sabemos, fue un invento de los antiguos griegos.
Pues bien, creo recordar haber leído que ya en la antigua Grecia había dos políticos enfrentados en unas elecciones, pongamos uno malo y otro malísimo. No me pregunteis los nombres, porque yo siempre hablo de oido que, de momento, es bastante mejor que mi memoria.

Bueno, pues el político malísimo, viendo que iba perdiendo puntos en la encuesta del CIS, se le ocurrió la estratagema de proponer en su campaña electoral, que las tierras del monte cercano, propiedad de los ricos del lugar, fueran expropiadas y cedidas a la ciudad para su cultivo común.
Naturalmente, el malísimo no pensaba hacer nada de esto pues él mismo y sus amigos, tenían tierras en ese monte. Sin embargo, el político menos malo (que también tenía tierras en el monte, así como sus amigos) se vio obligado a posicionarse (retratarse que se dice ahora) y decir que esa expropiación era una barbaridad desde todos los puntos de vista y que bajo ningún concepto sería buena para la ciudad.
Los ciudadanos, una vez que habían visto retratarse a los políticos sobre el tema, votaron en masa por el político malísimo, que como ya esperábamos, nunca llegó a cumplir sus promesas.
Y de esta manera, el político malísimo, sin pretenderlo, había inventado la demagogia.

Y esto es la política. Así ha sido siempre y así lo será. De ahí que desde esta página se anime siempre a amueblarse la cabeza con la finalidad de que sea más complicado manipularnos, que no ya de impedirlo, porque esto debe ser tarea casi imposible.

En el post al que hago referencia, independientemente de que se pueda cuestionar el espíritu de la transición y la calidad de nuestra Constitución, debemos todos reconocer que el resultado fue un régimen “francamente” mejor que aquel del que veníamos. Y desde ese punto de vista, todos debemos estar agradecidos a esa Constitución que nos ha proporcionado unas libertades que anteriormente no existían.
Unas libertades y derechos que han provocado una época de prosperidad sin precedentes en España, tradicionalmente sumida en la pobreza incluso hasta el siglo XIX y buena parte del XX (excepto, claro está, las élites).
Y ahí es donde quiero llegar: De bien nacidos es ser agradecidos. Y la Constitución de 1.978 merece cuando menos un respeto por los servicios prestados. Sin embargo, esto no quiere decir que tenga que permanecer inalterada por los siglos de los siglos.
Nuestra obligación sería mejorarla y adaptarla a los nuevos tiempos, pero siempre desde el consenso máximo. 
¿Por qué desde el consenso máximo? Porque una Constitución es la norma de la que emanan las demás y debe ser razonablemente estable. Tiene por tanto sentido que se necesite un consenso alto para reformarla, como la propia Constitución establece. 

Esta estabilidad favorece que los inversores y empresarios, siempre temerosos de entornos inestables e inseguros, se acuerden de España.
Siendo realistas, el progreso económico es la fuente de todos los derechos sociales. De nada sirve que un gobierno muy progresista regule cantidad de derechos sociales, si luego el estado no posee los recursos económicos necesarios para llevarlos a la práctica.

Concluyendo, aunque aquel post pudiera ser mejorable, como la vigente Constitución, hay algunas ideas en las que me reafirmo. La primera que no podemos olvidar de donde venimos, y que hay que dar valor a lo que tenemos ahora y que aunque sea sólo por comparación, es mucho. Casi todos hemos crecido ya en un entorno en el que cada uno puede decir lo que quiera, pero no siempre fue así. Todo gracias a la Constitución.
El segundo que si la cazurrez que se ha mostrado durante el conflicto catalán por todas las partes, se hubiera empleado durante la transición, lo mismo todavía estábamos en una dictadura y lo tercero y último, que el equilibrio de las sociedades es frágil y puede romperse con facilidad. No hacen bien quienes siembran el odio. Cada personaje público tiene una responsabilidad proporcional a su popularidad, y deberían medir cada una de sus palabras para intentar disminuir la crispación social, nunca para aumentarla, por muchos réditos electorales que eso produzca.

Como siempre, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

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