Limones contra Melones
Hace tiempo leí en un libro (no me preguntéis cual) una historia que me impactó lo suficiente como para recordarla años después. No recuerdo los detalles pero sí la esencia, así que intentaré reconstruirla.
Resulta que en la antigua Grecia en las famosas polis (o ciudades estado) habían inventado la democracia (del griego demos=pueblo y cracia=gobierno) y ya había que elegir, a través de una votación, entre los distintos candidatos que se presentaban para gobernar la polis (por cierto, de ahí viene la palabra política).
Pues bien, en una ciudad había que elegir entre dos candidatos. En el libro mencionaba el nombre de los griegos, que eran conocidos porque yo reconocí sus nombres, pero como no los recuerdo, llamémosles Luis y Mariano.
Resulta que Luis se dio cuenta de que Mariano era bastante más popular que él y que si no hacía nada, perdería las elecciones.
Se le ocurrió una idea taimada. Comenzó a decir que si él ganaba las elecciones confiscaría las tierras alrededor de la polis y las repartiría entre los polites (ciudadanos).
Como estas tierras eran propiedad de unos pocos afortunados, solo ellos, sus familias y los trabajadores de esos tierras (que vieron peligrar su forma de vida) se opusieron y fueron a hablar con Mariano. Mariano les escuchó y les dijo que no se preocuparan, que si ganaba él, eso no ocurriría.
Justo eso era lo que buscaba Luis, que Mariano se retratara y se posicionara de parte de los ricos.
Naturalmente, Luis no tenía ninguna intención de confiscar esas tierras, pues sí lo hacía tendría enfrente a los más poderosos de la polis y su gobierno duraría menos que un pastel en la casa de un goloso, pero una vez conquistado el poder podría decir cualquier cosa, como que era imposible jurídicamente o simplemente ir dando largas.
Luis ganó las elecciones, es lo que tiene ofrecer los bienes de una minoría a una mayoría y luego pedirles que voten (al revés eso no funciona, claro). Es obvio que la mayoría no perdía nada y encima se le ofrecía la posibilidad de ganar algo.
Esa mayoría no se planteaba si las tierras que se proponían repartir la habían conseguido los ricos a base de ahorro, trabajo y sufrimiento o explotando a otros. Lo importante es que eran ricos, y eso da siempre cierta envidia, manifiesta u oculta, y consecuentemente una cantidad no desdeñable de tirria.
Para las siguientes elecciones, Luis confiaba en que nadie se acordaría de su promesa incumplida y además contaba con una baza nueva: podía recordar a la ciudadanía del lado de quien estaba Mariano que ya se retrató en el episodio del reparto de tierras. Les diría cosas como si votáis a Mariano defenderá a los ricos, no esperéis nada vosotros. Ya no tuvo que inventarse ningún proyecto nuevo, ninguna mejora, tan solo meter miedo de que ganaran los contrarios.
Luis acababa de inventar varias cosas: la demagogia (del griego dema=engañar, gogia = a los tontos, jeje), la lucha de clases (ricos contra pobres y pobres contra ricos) que tan bien desarrolló Karl Marx en el siglo XIX, atornillarse al sillón del poder por todos los medios posibles (que con tanta maestría desarrollan nuestros políticos actuales) y vivir a cuerpo de rey sin dar palo al agua a costa de los demás (idem).
Luis también había inventado los partidos políticos, pues consiguió dividir a la polis en dos bandos: los perjudicados y los beneficiados por el reparto de tierras. Cada uno de esos bandos se asoció a un color: los amarillos de Luis, es decir los Limones y los verdes, es decir los Melones de Mariano. Y desde ese momento los Limones se enfrentaron a los Melones para siempre.
Lo bueno que tenía partir a la polis en dos bandos es que la gente de tu partido siempre te votaría aunque fuera solo por el odio que le producían los del partido contrario, aunque tú fueras un corrupto incompetente manifiesto y demostrado.
El color amarillo y el símbolo del limón era algo que unía a los partidarios de Luis.
Luis, que no era torpe, sabía de la necesidad de la gente de pertenecer a un grupo porque esa necesidad de pertenencia a un grupo está escrita en el cerebro o lo que es lo mismo, está codificada genéticamente. Él les ofreció la posibilidad de pertenecer a los Limones y cubrir esa necesidad.
Mariano, por su parte, se indignó al perder las elecciones ante Luis mediante un engaño tan burdo y decidió usar sus mismas artes (es decir, la demagogia) para intentar ganar las próximas elecciones. Se hizo también demagogo, es decir, engañador de tontos.
Esa es la razón por la que hay tantos demagogos en política, porque cuando uno no usa la demagogia, corre el riesgo de perder las elecciones.
Sin embargo, a nadie se le oculta que el demagogo fracasa ante votantes preparados y cultos porque vive del voto de los tontos. Si no hay tontos, no hay votos.
Quizás eso explique por qué los sucesivos gobiernos que hemos tenido en España (y probablemente en otros países también) han ido empeorando los planes de estudio a través de ene leyes de educación que reducen las exigencias a la vez que se aumenta el número de asignaturas que se pueden suspender para pasar al siguiente curso.
Pero para un demagogo, tener un pueblo dotado de una educación precaria no es suficiente, necesita alguna herramienta adicional que entontezca. Recordemos que el tonto es la materia prima que necesita amasar el demagogo.
Esta herramienta es Pan y Circo que ya identificaron los romanos, buenos conocedores de la naturaleza humana o Pan y toros que se decía en tiempos de Franco o… Pan y móvil que se dice en nuestro tiempo.
Todos pensábamos que el móvil se llamaba así porque se puede mover de sitio. Pero mover de sitio también se pueden las pinzas de la ropa o las sillas y sin embargo a esas cosas no se las llama móvil. Debe haber alguna razón más profunda. Seguramente, el móvil procede de un proyecto especial de los demagogos denominado Mecanismo Omnipresente Vehicular de Idiotización Lobotómica, o lo que es lo mismo, una herramienta que al tiempo que entretiene, idiotiza.
No importa si tu inteligencia sobrevivió a tu educación, porque lo que es seguro es que no sobrevivirá al móvil
El móvil se ha convertido en el mando a distancia de las masas. Con una buena campaña en las redes sociales se puede cambiar el gobierno de un país. Tanto es así, que incluso potencias extranjeras ya lo están usando para cambiar los gobiernos y colocar otros más afines a sus intereses. Ya podemos andarnos con ojo.
Los demagogos, dentro de la estrategia pan y circo, concretamente dentro de la subestrategia de Circo, disfrutan enfrentando los Limones con los Melones. Los Limones se enzarzan en discusiones con los Melones y viceversa olvidando que los dos son frutas (no hay dobles intenciones en la palabreja), olvidando sus necesidades y objetivos comunes y centrándose en las diferencias por muy insignificantes que parezcan.
Muchas veces usan como mecanismo de separación y enfrentamiento una simple palabra, un sustantivo o un calificativo, con matices sutiles, y en torno a ella construyen su guerra.
Es posible que si los Limones y los Melones se pusieran a hablar de una manera racional sobre lo que cada uno considera que es justo, se darían cuenta de que lo que los separa no es tanto, que incluso en el fondo están de acuerdo. Sin embargo, las emociones que los demagogos transmiten e inyectan en sus respectivos bandos impiden el entendimiento.
Si lo hubiera, los demagogos serían merecedores del Premio Nobel de la Guerra, pues separando, enfrentando, sembrando cizaña, construyen su propio futuro.
¿Y cuál es la lección que podemos extraer de aquella historia que leí hace mucho y que, según contaba el libro, ocurrió de verdad, esa de Luis y Mariano?
Que debemos identificar a los demagogos y que cuando uno de ellos nos hable, debemos alejar las emociones, racionalizar los argumentos y no ser ninguno de los tontos que les votan.
Utilizando este criterio es fácil saber a quién NO votar. El auténtico problema será saber a quién votar.
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