Cuento de Navidad 2.025
Ahí estaba él, un año más, viendo como su madre montaba el tradicional Belén. Se acercó a ella y preguntó
¿Te ayudo?
Sí, ve poniendo el serrín y el musgo, que tapen bien las bombillas.
Mientras Óscar hacía lo que le habían dicho, reflexionaba sobre lo rápido que pasa el tiempo. Otra vez Navidad, es como si el tiempo no hubiera pasado, o por el contrario, como si pasara enormemente rápido. Él estaba a punto de cumplir los treinta y aunque convivía agradablemente con su madre, sentía el impulso de volar y vivir su propia vida. Sin embargo, veía imposible independizarse. Los pisos, incluso los más pequeños tenían un precio prohibitivo. Había hecho unos cálculos, y aunque su sueldo de joven ingeniero no era malo, un piso normal suponía su salario bruto de diez años. Los alquileres eran igualmente caros. Era imposible de todo punto embarcarse en una cosa así, puesto que del sueldo había que descontar impuestos y los grandes gastos asociados a la vida moderna.
Sentía que a él, y a todos los jóvenes como él, les habían robado la ilusión. Salarios bajos, pisos caros, vida complicada.
Además no acababa de encontrar a alguien con quien compartir su vida. Demasiadas horas de estudio para sacar una carrera difícil y luego demasiadas horas de trabajo. Por si eso fuera poco, las pocas horas que le quedaban libres, las dedicaba a colaborar con Cáritas para acompañar a mayores de su barrio que vivían solos.
Pensándolo bien, había dedicado una buena parte de su tiempo a ayudar a otros. ¿Y a él quién le ayudaba? Se sentía solo y sin futuro.
Ahora se cuestionaba todo ese tiempo dedicado a ayudar a otros, compañeros de estudios, amigos, gente necesitada de su barrio. ¿y él para cuando?
Era 23 de diciembre, un poco tarde para poner el Belén, pero es que este año habían estado un poco liados con el abuelo. Estaba en una residencia y tenía Alzheimer. Hubo que ingresarle unos días en el hospital a raíz de una infección y habían estado muy ocupados. Ayer mismo le habían traído de vuelta a la residencia dándoles un poco más de libertad.
Pobre abuelo, recordaba otras navidades jugando con él y ahora ni le reconocía.
Eso le hizo pensar automáticamente en su padre. Más de una vez se habían tirado los dos al suelo para jugar con él.
Su padre, todavía joven, les había dejado tiempo atrás y esta sería su tercera navidad sin él.
Qué injusto, pensó, su padre aún joven había muerto mientras el abuelo mayor y con alzheimer seguía vivo, sufriendo él y haciendo sufrir a los demás.
Automáticamente pensó en lo absurdo de su pensamiento, las vidas no son intercambiables y como decía su padre, nadie ha dicho que la vida sea justa, que se lo digan a un cachorro de antílope colgando de las fauces de un león. Simplemente jugó al juego de la vida y perdió sin darle tiempo siquiera a aprender sus reglas.
Su padre solía decir que la justicia que haya en la vida es la que podamos añadir nosotros, porque la vida no nos debe nada. Funciona a mes vencido, a día vencido. Solo podemos dar gracias por lo vivido, por todos y cada uno de los latidos de nuestro corazón incluido el último, pero no podemos exigir ni siquiera el siguiente.
Por eso daba gracias por el camino que había recorrido junto a su padre. Ahora reconocía el valor de sus palabras, entre ellas decía que el maestro aparece cuando el alumno está preparado. Ahora él se sentía preparado y lo sabía porque, aunque no estaba su padre, era en este momento cuando comprendía sus palabras.
Pero sí, necesitaba ayuda. ¿Cómo iba a independizarse si no? ¿De qué le servía haber ayudado a tanta gente? Gente que nunca podría devolverle el favor.
Volvió a recordar las palabras de su padre, los favores que cuentan son los que nadie puede devolverte, si lo hacen ya estás pagado. Así almacenas un tesoro en el cielo -le decía.
Recordar esas palabras le tranquilizaron y le convencieron de estar haciendo lo correcto.
El timbre le sacó de sus pensamientos.
Abrió la puerta
¿Óscar Lafuente?
Sí
Tiene un burofax. Por favor, firme aquí
Cerró la puerta y la madre le preguntó
Quién era
Un burofax para mí
¿para tí?, ¿qué has hecho?
Nada, no sé. es de una notaría, me piden que vaya mañana día 24 a sus oficinas.
Al otro lado de la ciudad, Luz se había quedado sola en casa, reparó en el belén que montaba su madre todos los años. El belén le traía a la mente todos los momentos de las Navidades pasadas, aquellos que estuvieron y ya no están, sus abuelos, su padre que vivía en otra ciudad con otra familia y al que extrañaba especialmente en estás fiestas. Tantos recuerdos…
¿Cómo serían las navidades futuras? ¿Serían siempre igual? Comenzaba a perder la esperanza. Se había pasado la vida estudiando. Acabó la carrera de derecho y comenzó a trabajar de pasante en una notaría, prácticamente no la pagaban, pero esperaba que la experiencia le sirviera para labrarse un futuro. A la vez se preparaba las oposiciones de notaría lo que la dejaba prácticamente sin tiempo libre.
Cuando sacara la oposición podría independizarse, comprarse un piso, comenzar su propia vida. Una vida independiente.
¿Para qué engañarse? ¿Cuántos años quedarían para que todo eso ocurriera? ¿Cuatro, cinco, seis? eso si alguna vez ocurría. Mientras tanto, se sentía terriblemente sola. Las pocas amigas que tenía habían salido de Madrid, algunas incluso de España, en busca de un futuro, en Madrid eran los pisos tan caros que era imposible independizarse.
Se negaba a participar en las redes sociales pues presentía que era mayor el daño que el bien que producían, sin embargo, ya estaba pensando en ceder pues las ocasiones de conocer gente interesante no abundaban.
Decidió cortar sus pensamientos de raíz pues no conducían a nada bueno y se aferró a sus ilusiones, aunque fueran lejanas.
Cuando Óscar llegó a la notaría, mostró el burofax en la recepción y le hicieron pasar a una sala.
Espere aquí, por favor
Al rato, la puerta se abrió y un hombre muy bien trajeado y una chica joven entraron por la puerta
¿Don Oscar Lafuente? -preguntó el notario. Oscar se levantó y estrechó la mano que le tendía el notario. Este siguió hablando
Por favor, siéntese. Soy Luis González, el notario. Esta es mi ayudante Luz Contreras.
Oscar estrechó la mano de Luz y cuando sus ojos se cruzaron, sintió algo extraño, pero inmediatamente las palabras del notario reclamaron su atención.
Le agradecemos enormemente que haya acudido a la reunión a pesar de la premura. Debe disculparnos que le hayamos citado el día de Nochebuena, pero queremos dar el mejor servicio a nuestros clientes y debemos aprovechar todos los momentos y el día de Nochebuena es laborable hasta el mediodía.
La razón por la que le hemos citado es que usted ha sido designado heredero por uno de nuestros clientes.
Óscar se extrañó y dudó que algo así pudiera ocurrir. El notario continuó
Se trata de D. Francisco Buenaventura. Le ha designado heredero de todos sus bienes.
Al oír el nombre, la cabeza de Óscar se puso a procesar a toda velocidad sin encontrar a nadie que él conociera. Ahora estaba seguro de que se trataba de un error.
Sin duda, su extrañeza debió reflejarse en su rostro porque el notario añadió
Parece que no le recuerda.
D. Francisco -añadió el notario para ver si Óscar conseguía recordar- vivía en el número 7 de la Calle Melancolía.
La luz se hizo en la mente de Óscar. ¡Paco! pensó. ¿Cómo iba a olvidarse de Paco? Es solo que nunca hubiera asociado el nombre de Francisco Buenaventura a Paco, ese viejecito entrañable con el que había compartido tan buenos momentos.
Era uno de los mayores a los que a través del grupo de Cáritas, Óscar visitaba una vez a la semana. Cuando Paco ya no pudo vivir sólo, se marchó a una residencia y allí había ido a visitarle un par de veces pero la residencia quedaba bastante lejos y dejó de verle. Hará unos meses que se enteró que había fallecido.
La dirección, el número 7 de la Calle Melancolía era imposible de olvidar. Allí habría ido cientos de veces. Además Paco le decía que era la dirección de una canción de Joaquín Sabina. Es solo que Sabina quería mudarse desde hacía años al barrio de la Alegría y Paco había hecho el trayecto inverso. Había vivido en el Barrio de la Alegría y cuando murió su mujer, incapaz de seguir viviendo en el lugar en el que habían sido tan felices, se compró otro piso más pequeño, curiosamente, en la calle Melancolía.
Óscar comenzó a visitarle como parte de las actividades del grupo de acompañamiento a ancianos de Cáritas y pronto se hicieron amigos. Paco era culto y tenía una conversación interesante. Pronto compartieron confidencias y Paco le contaba anécdotas de su vida y Óscar le confesaba sus miedos.
Las palabras del notario le sacaron rápidamente de sus pensamientos.
Veo que ya recuerda. D. Francisco le ha dejado su vivienda y un dinero. Para que no le suponga ninguna complicación, D. Francisco contrató los servicios de nuestra gestoría y se aseguró de que le consiguiéramos un préstamo para hacer frente a los impuestos y demás gastos que suponga hacerse cargo de su herencia. En el momento que disponga del dinero podrá cancelar el préstamo. Le puedo asegurar que D. Francisco ha pensado en todo para que usted disponga de sus bienes sin ninguna complicación y nosotros nos ocuparemos de ello.
De todas formas, dispondrá de unos días para tomar su decisión y contactar con un abogado si lo desea.
Luz tiene preparada toda la documentación, resolverá todas sus dudas y le acompañará en todo el proceso.
Ahora debo marcharme, le dejo en buenas manos -dijo el notario mientras señalaba a Luz.
Óscar volvió a poner su mirada en los ojos de Luz y ella le devolvió la mirada con calidez. De una forma sencilla, sin saber por qué ni cómo, ¿sería una especie de magia? ¿qué más daba? ambos estaban seguros de que habían encontrado la pieza que faltaba en el puzzle de sus vidas.
Mientras Luz le explicaba con dulzura cuales deberían ser los siguientes pasos para hacerse cargo de la herencia, Óscar, sin dejar de mirarla embelesado a través de unos ojos levemente humedecidos, recordó las palabras de su padre:
Dios siempre da ciento por uno -y añadía- no sé si en esta vida o en la otra o en las dos pero siempre lo hace.
A él le había tocado en esta.
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Dedicado a los jóvenes, para que independientemente de las circunstancias, nunca, nunca pierdan la esperanza.
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A la memoria de los que nos acompañaron otras Navidades. Gracias por recorrer con nosotros parte del camino.
Vuestras sillas vacías llenan de amor y recuerdos nuestros corazones.
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