Cortoplacismo

Retomamos la vocación ecologista de la página con una reflexión sobre las miras de corto plazo de la sociedad actual.
No hace mucho, la empresa de mayor valor de todo el mundo cayó un 3 % en una sola sesión de bolsa porque las previsiones de ventas para su último modelo serán inferiores a las inicialmente estimadas.

Esta empresa, que no mencionaré, tiene un valor en bolsa de 488.000 millones de euros. Para que nos hagamos una idea de cuanto dinero es eso, basta con que sepamos que el PIB de España, es decir, el conjunto de la producción de bienes y servicios durante un año, es poco más del doble.
La caída del 3% de esa empresa en bolsa significa 15.000 millones de euros.
¿Que no se podrá hacer por 15.000 millones de euros?. Yo diría que cualquiera, haría cualquier cosa.
Esto significa que la mayor parte de las grandes empresas no tiene otro remedio que seguir en su loca carrera de huida hacia delante y aumentar trimestre tras trimestre sus ventas para no ser castigadas en bolsa.
Y es que la bolsa solo valora el corto plazo y 15.000 millones en un solo día son muchos millones para motivar a los directivos a cuidarlo.

La consecuencia es obvia, hay que vender más, convencer al consumidor de que compre lo que sea al precio que sea, que tire el viejo modelo y acoja con todo entusiasmo el último, aunque no haya pasado un año. Hay prestigio e imagen en juego, nos dicen.

El precio que pagamos es alto. Primero el de la alienación procedente de la publicidad. Todas las empresas deben vender cada vez más productos y para ello tienen que convencernos de que compremos como sea, por cualquier procedimiento mientras no sea ilegal.
El segundo precio que pagamos es el de elevar la contaminación y el impacto ecológico: es decir, más fábricas, más residuos.
La huella ecológica del primer mundo está entre 5 y 11 lo que quiere decir que se están consumiendo entre 5 y 11 veces más recursos que los que se producen en esas zonas, podéis imaginar a costa de quien. No lo imagineis, que os lo digo: de los países más pobres y de los recursos futuros, de aquellos que les corresponderían a nuestros hijos, nietos y generaciones venideras..

¿De quien es la culpa? ¿De los directivos por defender el sueldo que les pagan? ¿De las empresas por hacer lo que les exige el mercado?
Pienso que no y a la vez que sí, porque de alguna manera todos somos culpables. Se trata de un engranaje complejo cuyas ruedas dentadas se engarzan unas con otras y se realimentan en un círculo vicioso sin fin.
Así que seguramente, todos somos culpables, cada uno en su nivel. El político por no legislar y no motivar adecuadamente, el empresario por no producir de manera responsable,  todos nosotros por creernos la patraña, por ejemplo entre muchas, de que cuanto más quieres a una persona más regalos y más caros debes hacerle o la otra patraña de que si no recibes suficientes regalos de valor es que no te quieren.
La realidad es que cuanto más quieres a una persona, más la escuchas y más tiempo intentas pasar con ella. Ese es el secreto que la publicidad no quiere que descubramos.
Así que todos somos culpables, con una culpa proporcional a nuestra influencia en la sociedad y al daño ecológico que causamos.

La única forma de parar el engranaje sería la de, todos juntos, disminuir progresivamente el ritmo y adaptarnos a las nuevos estilos de vida que la naturaleza ya nos está exigiendo (hay otra: pero en esta forma, es la naturaleza la que para nuestros engranajes).

Entre tanto nos decidimos sobre si debemos disminuir o no el ritmo, no nos preocupemos, no pasa nada. Sigamos con nuestros afanes diarios, con nuestro deseo de independencia, de levantar muros, de poseer más cosas, … mientras, cual manada de lemmings siguiendo a un líder ciego, nos dirigimos lenta e inexorablemente hacia el más profundo de los abismos.

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