No es tan complicado
Vivo en una gran ciudad
dotada de isletas ecológicas cada cien metros o incluso menos.
Cada Isleta tiene al
menos cuatro contenedores uno para cada tipo de residuo: el azul para el papel
y cartón, el amarillo para el plástico, el verde para el vidrio y el naranja o
gris para el resto de residuos incluidos los orgánicos.
No es tan complicado,
¿verdad? más teniendo en cuenta que este código de colores lleva en vigor un
montón de años. Pues aún así es fácil encontrar plásticos en el de cartón y
cartón en el orgánico, supongo que por desidia, indolencia o simplemente porque
el otro contenedor está lleno y tampoco es cuestión de andar los cien metros
que separan una isleta ecológica de la siguiente dónde podríamos depositar el
residuo en el contenedor adecuado.
Recientemente he pasado
unos días en la playa y he podido comprobar que a pesar de los esfuerzos de los
ayuntamientos para mantener la arena de la playa limpia, no es difícil
encontrar restos de plásticos, colillas, trozos de vidrio (con el consiguiente
peligro para los bañistas), etc.
No es tan complicado
llevarse una bolsa donde depositar los residuos que podamos generar mientras
estamos en la playa y luego depositarla en un contenedor.
En los años noventa,
cuando la situación ecológica no era tan acuciante, ni el ecologismo estaba tan
arraigado en la población, recuerdo una anécdota que en aquel momento me
sorprendió.
Resulta que
planificamos, con una buena amiga, una excursión al campo para pasar el
día en uno de esos parajes idílicos que tanto abundan en España y cuando
terminamos de comer, lógicamente echamos las latas y los restos en una bolsa
(en la misma en la que llevábamos originalmente la comida), y la pusimos en el
maletero del coche.
Al finalizar, y sin
decir nada, mi amiga cogió la misma bolsa y se puso a recoger el resto de latas
abandonadas que había en la zona, algunas de ellas ya oxidadas por el paso del
tiempo.
Mi primer pensamiento
fue: “esta chica de buena que es, es tonta” pero no dije nada. Al contrario,
supongo que por caer bien o porque, en una segunda reflexión, concluí que su
actitud era la correcta, me puse a ayudarla. En poco tiempo habíamos dejado la
zona razonablemente limpia y lista para que nuevos cerdos (con perdón para tan
nobles animales) dejaran su impronta en forma de latas de cerveza y mejillones.
No es tan complicado
emular la actitud de esta generosa amiga dejando el lugar donde hemos estado
sino más limpio, al menos igual.
Podríamos seguir
repasando cosas que no son tan complicadas y que deberíamos realizar
sencillamente porque es nuestra obligación. Somos más de siete mil millones de
habitantes en este planeta y no podemos permitirnos una distracción ni una
desidia, simplemente porque somos muchos.
Si queremos saber el
impacto de uno solo de nuestros actos (tanto de los positivos como de los negativos)
basta con multiplicarlo por siete mil millones. Imaginemos siete mil millones
de personas tirando una colilla a la playa o imaginemos siete mil millones de
personas llevándose una lata que estaba en el suelo.
Si nos permitimos una
distracción, una desidia, no estamos cumpliendo con nuestro deber y si no lo
hacemos, no estaremos moralmente autorizados a criticar a nuestro políticos y
gobernantes por no cumplir con el suyo.
Si todos cumplimos con
nuestro deber, aun en las pequeñas cosas, estamos iniciando un cambio
silencioso desde la base de la sociedad que iría propagándose hacia arriba
hasta llegar a los poderosos. Esos que solo desean más poder y dinero, nuestro
dinero y que en una sociedad cambiada no conseguirían tan fácilmente.
No es tan complicado, ¿o
sí?
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