Metaverso: el siguiente niv… timo (III)

 No ve la hora de llegar a casa y conectarse. Se acuerda de cuando vivía con su madre. Menos mal que ahora vive solo. Si su madre le viera llegar con tanta prisa a casa para conectarse al Metaverso le diría como siempre:

  • Con tanto metaverso, te estás convirtiendo en una patata, pero antes de sacarla de la tierra, porque después tiene más vida que tú.

  • Mamá, ¿no entiendes que en el metaverso puedo ser yo mismo?

  • Pedazo cebollino, y aquí ¿quién eres? ¿un extraterrestre?


No, su madre no le entendía. Llevaba una existencia miserable, trabajando diez horas diarias vendiendo por teléfono productos en los que nadie creía, cobrando un sueldo escaso y oyendo todo tipo de improperios cuando hablaba con alguien a quien el ordenador de llamadas despertaba de su siesta. Sin futuro, sin perspectivas.

En cambio, en el metaverso todo era distinto. Él era un tipo interesante, divertido, atractivo que se llevaba a las mujeres de calle. Allí era alguien.


Al poco de estar en casa, se conectó rápidamente al metaverso. Aún tenía algún tiempo antes de acudir a su cita. Apareció en la lujosa suite que entraba en el viaje que había comprado en Bahamas Traveller, se fue al vestidor y allí escogió la última camiseta que había comprado. Se trataba de una camiseta Nike exclusiva por la que había pagado ciento cincuenta euros reales. 

Al principio, le pareció una locura pagar ciento cincuenta euros reales por una camiseta virtual que solo eran un grupo de unos y ceros en el servidor de Nike pero, pensó con cierto consuelo, al fín y al cabo, había habido miles de personas que habían pagado cincuenta mil dólares por un bitcoin, que era un grupo de unos y ceros que representan un apunte contable en una cadena de ordenadores. Esto, al menos, representaba una camiseta chula.


Puso la camiseta sobre su avatar, tenía que reconocer que le quedaba bien,  y salió del hotel. Hacía un sol espléndido que provocaba una sensación cálida sobre su cuerpo. Sin embargo, el sol no quemaba, ni había mosquitos. Todo era placentero y maravilloso. Se acercó a una pizzería y encargó una pizza real para cenar esa noche. Bastó con decir su nombre en la barra a la dependienta (que por cierto, era un bot alimentado por una inteligencia artificial) y eso fue suficiente para que se generara un pedido de su pizza preferida con cargo a su tarjeta de crédito y se enviara un repartidor directamente a su casa. 

Desgraciadamente, en la vida real tenía que seguir comiendo. Y esta noche, como siempre, cenaría pizza.


De repente, una idea le asaltó la cabeza, ¿y si Lucinda (el señor de Cuenca) era un bot?. Los bots solían llevar un punto de luz roja en la frente para reconocerlos fácilmente. Había sido un acuerdo dentro del código ético de las empresas. Los bots eran tan perfectos y encantadores, que incluso podían tener acceso a tus gustos y puntos débiles (dependiendo de quien fuera el propietario y si había pagado por tus datos)  y de esta manera conquistarte con una facilidad pasmosa. Era fácil caer rendido a sus pies. 

La dependienta que había tomado su pedido mostrándole una sonrisa fascinante, llevaba el punto de luz roja, pero claro, no todos seguían el código de ética y había bots de empresas o de particulares que no llevaban el punto. 

Luisfer, con su experiencia en el metaverso, creía reconocer rápidamente a los bots aunque no llevaran punto. Eran demasiado perfectos y encantadores, por lo que desechó la idea sobre Lucinda (el señor de Cuenca). La había sorprendido en algunas imperfecciones demasiado humanas, aunque eso también podría programarse en el bot. 

Pero, no: Estaba seguro y confiaba en su intuición. Ella no era un bot.


Pasó por delante de la puerta de unos grandes almacenes, eso le recordó que debería comprar un cojín real para que sus posaderas reales no estuvieran tan doloridas tras tantas horas seguidas sentado al día. Evidentemente, no entraría, no tenía tiempo. Entrar en unos grandes almacenes solo a curiosear podría entretenerle toda la tarde. Pero decidió que al día siguiente se metería en el Salón del Buscador del metaverso y buscaría uno.

Era una operación muy sencilla. Solo tenía que decir las palabras “Salón del Buscador” en voz alta, y el avatar era transportado a una sala agradable, llena de ventanales a través de las cuales se veía un bosque en un soleado día de primavera, con una suave música, todo ello adaptado a sus gustos. 

A continuación solo tendría que decir la palabra “cojín” y la sala se llenaría con cojines de múltiples colores, formas y variedades. Cada uno con una pegatina en la que se mostraba el precio y las características. Si luego decía “rojo”, desaparecerían de la sala todos los cojines excepto los rojos. Si añadía “con forma de estrella”, solo quedarían los que cumplieran todos los requisitos. Comprar era muy fácil, al final escogías el que querías tocándolo dos veces y después una tercera para confirmar. El cojín se enviaría a tu casa al día siguiente.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuento de Navidad 2.023

La verdad sobre el cambio climático

Noche mágica de Reyes