Despedida y cierre de Siguiente Nivel en Facebook


 Fui afortunado por pasar mi adolescencia en los últimos años de la transición democrática española. Fueron tiempos esperanzadores

A pesar de la barbarie del terrorismo y la dureza de la crisis económica de aquellos años, el ambiente general en España era de ilusión y optimismo. Se acababa de superar una dictadura que había durado casi cuarenta años y España se asomaba a nuevas perspectivas propiciadas por la libertad recién estrenada y los nuevos y aparentemente buenos aires procedentes de Europa que por fín podrían atravesar los Pirineos.


España tuvo la suerte de tener grandes políticos que supieron estar a la altura de las circunstancias. Me vienen a la cabeza nombres como el de Don Adolfo Suárez, Don Santiago Carrillo, Don Manuel Fraga, Don Enrique Tierno Galván, Don Marcelino Camacho y tantos otros que, independientemente de sus diferencias ideológicas y de sus posibles errores, supieron consensuar para todos nosotros una transición pacífica. 

Sería injusto no reconocer el papel protagonista del denostado Rey Emérito (a pesar de sus errores). No olvidemos que heredó de Franco todos los poderes del Estado y que él inició los pasos para transformar una dictadura en una monarquía constitucional. 

Todos esos grandes políticos a los que he puesto Don delante del nombre, porque ellos se lo ganaron para la historia, sabían que la prosperidad futura de un pueblo reside en la educación. 


Gracias a eso, recibí una de las mejores educaciones posibles. Nos enseñaban matemáticas, física, química… pero no domesticadas, sino salvajes. Nos la enseñaban difíciles como eran, adaptadas a la edad, eso sí, pero sin analgésicos.

Nos enseñaron Filosofía, Historia y Literatura. Así aprendimos que hay otras formas de pensar y de actuar y que de todas se aprende algo. Nos enseñaron hasta Latín,  así comprendimos de donde proceden las palabras que hablamos.

Era habitual también la asignatura de Religión, una asignatura fácil que todo el mundo aprobaba pero que nos enseñaba, o al menos es lo que yo aprendí, que cuando en la vida vienen mal dadas, siempre hay Alguien a quien recurrir. Es posible que ese Alguien no te arregle tus problemas, pero sabes que estará ahí contigo compartiendo tu dolor. 

Luego aprendí, y eso lo aprendí yo solo, que en la vida antes o después siempre vienen mal dadas y tener Alguien a quien recurrir es cosa buena.


En definitiva, aprendimos que “la letra con sangre entra", que no quiere decir que haya que azotar para enseñar sino que todo aprendizaje requiere un esfuerzo. 

También aprendimos que “quien bien te quiere te hará llorar”, que no quiere decir que haya que aguantar los malos tratos de nadie sino que una persona sabia y con experiencia que desea nuestro bien siempre nos da no lo que queremos sino lo que necesitamos, que muchas veces es muy distinto.


Por si todo esto fuera poco, en casa fuimos educados por la que probablemente sería la última generación no contaminada con las ideas pedagógicas de moda. Gente dura, fuerte, educada a su vez en la precariedad y dureza de la posguerra. Gente resiliente, como se dice ahora, pero que antes se decía gente con dos cojones, ya fueran hombres o mujeres.


Pensaba yo en mi adolescencia, iluso de mí, haciéndome consciente de las cosas buenas que estaba aprendiendo y la nobleza que parecía emanar de las generaciones anteriores, que estábamos construyendo un futuro idílico. Me imaginaba una especie de paraíso en la que todo el mundo fuera culto y educado. Una sociedad en la que todos miraran por todos, en la que los más sabios y preparados, detectados y elegidos por un pueblo culto, dirigieran los destinos de todo el país.


Nada más alejado de la realidad. Los políticos fueron evolucionando hasta hacerse profesionales de la política, perdieron su vocación de servidores públicos y se convirtieron en cazadores de votos para perpetuar su puesto de trabajo. Descubrieron en el camino (es un decir, porque eso se sabe de siempre) que es más fácil cazar votos entre personas incultas que entre personas preparadas. 

Por eso, los nuevos políticos fueron pervirtiendo lenta pero inexorablemente los planes de estudio para conseguir sus objetivos. 

Ellos olvidaron los horrores de la guerra y comenzaron a fomentar la división entre la gente, apoyándose en la ignorancia que animaron.


Mientras tanto, la sociedad, el mundo entero, cambió. No sólo fue en España donde se olvidaron las lecciones que la Guerra Civil nos había enseñado, sino que el mundo olvidó el sangriento y horroroso siglo XX, en el que a través de dos grandes guerras acabó en menos de diez años con más vidas que las que habían sucumbido en todas las guerras que en la historia del hombre han sido.

Y poco a poco, el rearme, la discordia, los mismos estúpidos motivos (nada se ha aprendido), preparan al mundo para nuevas y más destructivas guerras.


En España se vuelve a hablar de bandos y se reabren viejas heridas que cicatrizadas o no, eran viejas. Forma parte de la estrategia de división que siempre han usado los poderes para mantener su poder. Ellos, los poderosos, no quieren ni imaginar lo que sería un mundo en el que los gobernados fuéramos gente consciente (culta) y unida: perderían automáticamente su poder.


Pero ha habido otro factor que ha cambiado radicalmente las reglas del juego: Internet y los móviles.

Como todos los grandes y posiblemente buenos inventos del hombre, se ha pervertido para que el único y real objetivo que tiene esta sociedad se haga posible: que los poderosos mantengan e incluso incrementen su poder.

Las aplicaciones de los móviles, apoyadas en las lamentables políticas educativas de los Estados, han incrementado la inconsciencia colectiva hasta límites insoportables. Es más, podríamos decir que hasta los Estados empiezan a desdibujarse y las multinacionales suplantan su poder. Es un poder sutil, casi invisible que usa a los políticos como títeres y nos hacen creer a los pobres plebeyos que somos gobernados por gente a la que elegimos libremente. ¿Libremente? sí, libremente entre los que ellos previamente han seleccionado.


Las multinacionales han usado el truco más viejo del mundo: disfrazar un mal con un vestido bonito de tal forma que parezca un bien. Para que la gente no distinga el burdo vestido que cubre el mal, necesitan atontar al espectador a la vez que distraen su atención cual mago en su truco de magia.

Y aquí es donde aparecen, de nuevo, las lamentables políticas educativas que atontan y las aplicaciones de los móviles que distraen mientras atontan.


Y así hemos visto cómo las grandes empresas de distribución han acabado con el pequeño comercio con el sencillo truco de ofrecer más variedad a precios más baratos apoyados en su enorme capacidad financiera hasta que han acabado con todo el pequeño comercio. Justo entonces han subido los precios y empeorado las condiciones. Pero ya no podemos irnos a comprar a otro sitio: no los hay. 

De esta sencilla forma se han sustituido miles de pequeños empresarios y cientos de miles de empleados por un gran empresario y miles de empleados mal pagados. 

Los poderes públicos, los políticos, que se suponen están ahí para defender el bien común han asistido a esta jugada impertérritos, supongo que motivados por alguna dádiva de los grandes empresarios.

Pero como no se hizo nada esa vez, se sigue avanzando en el despropósito: Nuevas empresas de distribución más grandes aún que las anteriores sustituyen muchas empresas por una sola y miles de empleados por unos cientos de “riders” que llevan los paquetes de los centros logísticos robotizados a los domicilios y que no son más que una reedición de la esclavitud romana, solo que esta no está legislada como tal y PARECEN tener algún derecho. Por cierto, esas grandes empresas siguen dándole vueltas a como eliminar el repartidor y antes o después lo conseguirán vía robot o drones o algo que se les ocurra.


Cuando las nuevas empresas de distribución hayan acabado con todas las tiendas físicas, nos vamos a cagar porque impondrán sus condiciones y lo que hasta ahora eran facilidades se transformarán en condiciones abusivas (ya se está viendo en la medida que van eliminando competidores). De nuevo, los políticos asisten y asistirán pasivos a todas estas jugadas animados por sus bolsillos llenos. 


Consecuencia de toda esta nueva filosofía de vida, y aquí es donde yo quería llegar desde el principio, la palabra ha sido sustituida por la imagen. Si nos fijamos todo encaja porque cuadra perfectamente con los planes de estudio diseñados por los poderes que intentan generar analfabetos funcionales (saben leer pero no saben lo que están leyendo) y además la imagen entretiene y atonta al tiempo que elimina la imaginación. Es decir, distrae mientras nos cuelan un lobo disfrazado con piel de cordero.


La palabra es más aburrida que la imagen pero es, creo yo, más honesta. Podéis leer y releer cualquiera de los párrafos anteriores y siempre dirá lo mismo. La imagen es fugaz, sobre todo si son vídeos, y no sabemos lo que nos ha dicho, porque tiene mensajes ocultos que no somos conscientes de que hemos recibido. El entorno, los actores, los gestos, el vestido, el atrezzo, la música, los sonidos… nos mandan mensajes que entran en nuestra cabeza sin pedir permiso.


Pero la batalla ya ha sido ganada y la palabra es la perdedora. Abrí esta página hace más de siete años y me alineaba, lo sabía, en el bando perdedor. Lo hice con la esperanza de que la palabra ayudara a entender la realidad y sortear las apariencias para adentrarse en el fondo de las cosas. Es decir, aportar mi granito de arena para navegar en este mundo de engaños, mentiras y apariencias.

Aunque mantengo la esperanza, no veo ninguna utilidad en mantener abierta esta página de Facebook. Meta, la propietaria de Facebook, continúa enrevesando aún más sus algoritmos para hacer cada vez más dinero y ya me resulta hasta desagradable usarlo.

Por eso he decidido dejar de publicar en esta página. Mi intención a continuación es ir borrando su contenido y al final eliminar la página si es que encuentro la forma de hacerlo. 

Os doy las gracias a los seguidores y a los que habéis puesto alguna vez un “me gusta”. De momento, seguiré publicando, de vez en cuando, en el blogger de Google y en mi página personal de Facebook (ambos enlaces en los comentarios).


El futuro, creo yo, no parece halagüeño. Viendo la evolución negativa de los últimos treinta años podemos prever como será dentro de otros treinta y no es precisamente a mejor. Sin embargo, no quiero despedirme con un mensaje pesimista, sino al contrario. Aunque el futuro no parezca halagüeño, está en nuestras manos cambiarlo, en la de cada uno de nosotros. He intentado dar pistas de cómo en mis publicaciones y también en esta última reflexión de Siguiente Nivel en Facebook.


GRACIAS Y HASTA SIEMPRE


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