El estrés como forma de vida


No importa donde vivas, pasamos el día pendiente del reloj y el estrés forma parte de nuestra existencia. Originalmente era un mecanismo adaptativo para afrontar los cambios, y existía hasta que la adaptación se producía o hasta que la situación de peligro desaparecía.
Hoy no. Los cambios son continuos y el estrés es una forma de vida. Cada minuto de nuestro día cotidiano es una continua carrera contra el reloj. Una exigencia permanente que nunca cesa.

Comienza desde bien pequeños. El sistema educativo actual, al menos aquí en España, es tremendamente exigente y... tremendamente decepcionante.
El pobre infante, aparte de las muchísimas horas de clase, es cargado de innumerables deberes para hacer en casa. Deberes mediocres, repetitivos, que no proporcionan el más mínimo estímulo.

Al pobre niño le quedan dos alternativas: o hacer todos los deberes y quedarse sin tiempo para lo que un niño realmente necesita (jugar), o convertirse, ya desde bien pequeño, en un marginal de la sociedad que no cumple las normas, es decir, no lleva hechos los deberes.

Pero en la ecuación intervienen los padres y tratan de evitar la segunda opción, por lo que la vida de los niños (y los padres) se convierte ya en un infierno. Hay que colorear doscientos dibujos, preparar ciento cincuenta cartulinas recortadas y confeccionar un disfraz de papagayo para la fiesta del Boniato Entristecido.
Al final ya nos podemos imaginar quien realiza los preparativos para el cole del día siguiente: la mamá, el papá , los abuelos y el vecino del quinto como se acerque por esa casa.

Cualquiera que tenga dos dedos de frente se dará cuenta de que el niño vive un poco estresado y aprovechará cualquier oportunidad para que se desahogue un poco. ¿Haciendo que corra, salte y juegue con otros niños?, noooo.
Les apuntamos a actividades extraescolares o, aún mejor, les damos un móvil o una tablet para que jueguen al candy crash y cuando no les vea nadie, se descarguen porno del peor.

Después, el niño pasa a los cursos superiores, pero resulta que estudia lo mismo que en los inferiores salvo que se amplía algún aspecto, así que en los cursos más altos nunca da tiempo a acabar el temario y los niños no llegan a aprender nada adecuadamente, porque se ven muchas cosas, pero de forma tan superficial, que nada se asimila.

Si el estrés de los niños y padres es considerable, no digamos el de los pobres profesores, que tienen que lidiar con unos, con otros y además, cumpliendo los temarios absurdos que los burócratas imponen. Todo ello sin poder rechistar ni sin decir una palabra más alta que otra o alguien puede pensar que se están pasando...

Naturalmente, este estilo de hacer las cosas, provoca que los niños aborrezcan el colegio y todo lo que suene a cultura, libros o similar.

Para no aburrir, no seguiré avanzando en la vida educativa del niño, pero el resultado es desmoralizador. Un individuo que ha vivido estresado desde su más tierna infancia, que ha dedicado muchas más horas a la educación que sus homólogos finlandeses pero con una formación muy inferior y que, para colmo, como sabe positivamente que, con suerte, se colocará en un trabajo en la hostelería (no olvidemos que estamos en España), no es que vea el futuro con mucho optimismo.

Todo ello como siempre gracias a nuestros mediocres políticos que buscan más una sociedad construida a base de borregos manipulables que a base de ciudadanos libres.
Sí. Nuestros políticos no tienen una estrategia para hacer avanzar nuestro país. Sólo la tienen para conseguir más votos. Por eso la educación es un tema de debate electoral en lugar de ser un asunto de Estado, con planes a muy largo plazo.

Pero no nos desviemos de nuestro tema original. El estrés.
Pues bien, el niño ha crecido en ese caldo de cultivo estresante y, de mayorcito, ya se le notan ciertas tendencias paranoides, problemas de autoestima, tics nerviosos, síndromes depresivos u otros trastornos mentales. Así que le colocamos (con suerte) en un trabajo de cincuenta horas semanales para pagar una hipoteca a veinticinco años con la que poder comprar un pisito de sesenta metros cuadrados en una de nuestras atiborradas ciudades.

El ratito de ocio que le queda, como siente que está siendo exprimido (que no solo oprimido) por la sociedad, tiene que disfrutar a tope: de parranda con los amigos con abundante alcohol (y/o drogas), un viajecito a Azerbaiyán para ver el castillo de Alinja (aunque no conoce el alcázar de Segovia, inspiración del castillo de Walt Disney), y si queda algún huequecito en su apretada agenda tendrá que dedicarlo a decidirse entre el iPhone 245 Plus Plus o el Samsung Notepad 35 Bis Pro, que no es moco de pavo: mil doscientos eurazos de smartphone que tendrá que pagar con algún préstamo al consumo elegido entre las múltiples ofertas.

Cuando por fin nuestro joven ha sentado la cabeza y forma una familia, no te quiero contar más, porque a los quebraderos ya descritos, tendrá que añadir el colorear doscientos dibujos, preparar ciento cincuenta cartulinas recortadas y confeccionar un disfraz de papagayo para la fiesta del Boniato Entristecido y así su hijo podrá sentirse integrado en el colegio.
Ni siquiera podrá reutilizar el disfraz de papagayo de su infancia, porque el papagayo de ahora debe ser bisexual, así que no sabe cuánto, ni de qué forma, pero es distinto.

Pero antes, debe levantarse a las seis de la mañana para despertar a sus hijos, vestirlos rápidamente, montarlos en el coche y llevarlos a casa de sus padres, los tan necesitados abuelos.
Cuando los padres acaban el trabajo, a eso de las ocho de la tarde, recogen a los niños, los abuelos se quedan dando gracias al cielo de que por fin se los lleven, y cuando nuestro sujeto llega a casa, tras doce horas de duro trabajo, puede disfrutar de sus hijos, bañándolos y escuchando sus gritos, llantinas y, una vez más, coloreando doscientos dibujos, etc, etc…
Pensándolo bien, estos últimos párrafos, quizás expliquen por si mismos por qué en España hay más perros que niños menores de catorce años.

(Una reseña especial para los abuelos, que en vez de vivir una jubilación pacífica y dedicada a la realización personal, se ven sumergidos en la vorágine del estrés social al tener que ocuparse de sus nietos, por no disponer sus hijos del tiempo suficiente.)

¿Ha quedado claro? Vivimos con un poco de estrés. Pero ¿es estrictamente necesario?
No. No lo es. Algunas cosas son impuestas por formar parte de esta sociedad, pero otras son autoimposiciones nuestras. En esta pequeña parodia que he descrito hay situaciones que son reales. No necesitamos un super smartphone ni viajar a Azerbaiyán, por ejemplo. Igual tampoco es necesario celebrar los cumpleaños de todos los compañeros de la clase del niño con los que no tenemos relación, multiplicando por 25 el número de regalos a hacer (y a recibir), se me ocurre, de pronto...

¿Quién se beneficia de este estrés social? Sí, ya lo habéis adivinado, los de siempre, los poderosos que viven sin estrés en unas mansiones ocultas para la sociedad.
Se benefician porque con nuestra vida estresante, los días se pasan volando, sin pensar, sin reflexionar, trabajando para ellos sin dedicar un solo instante a cuestionar el statu quo y que deja las cosas como están de forma permanente.

Nuestro cuerpo, que es sabio, detiene este ritmo frenético con las temidas depresiones, y entonces todo a nuestro alrededor se paraliza, pierde sentido y se convierte en una insoportable carga.
Pero esta parada obligatoria se produce dañando nuestra integridad y nuestra capacidad reflexiva, por lo que tampoco resulta, ni beneficiosa para nosotros, ni perjudicial para los poderes sociales.
Quizás sea conveniente que paremos un poco antes de que el cuerpo nos pare…

Para terminar, podría recordar las múltiples consecuencias negativas que el estrés provoca en el cuerpo, pero su mera lectura genera estrés adicional y conocerlas no ayuda a reducirlo si no, como digo, a lo contrario.
Ciertamente, leyendo esas posibles consecuencias, se comienzan a temer algunas, que aún no se han producido y que quizás nunca se produzcan, llenando más el vaso del estrés.

En cambio, sugeriré una posible solución: si reconocemos que hay un problema en todo esto, mejor es que intentemos cambiar nuestro estilo de vida.
Hace ya tiempo (desde 1.986) que la gente viene pensando en ello y se habla de un movimiento lento (slow down) algo así como, “tranquil@, no tienes por qué hacerlo todo, no tienes por qué tenerlo todo, haz menos cosas, más despacio y mejor”.
Os invito a visitar la definición de este movimiento en la wikipedia o esta reseña en ecointeligencia.

Este moverse más lentamente tiene grandes implicaciones sobre la existencia, sobre nuestra forma de vida, sobre el consumo y por tanto, sobre el calentamiento global que tanto nos agobia por las consecuencias que hoy ya estamos viviendo.

---
Monografías de Siguiente Nivel

----
Estos son los objetivos y estos otros los sueños de Siguiente Nivel. Si se parecen a alguno de los tuyos, ayuda a su difusión, compartiendo, comentando o marcando “me gusta” en las publicaciones o en la página.
----
Las ideas aquí expuestas no tienen porque estar en lo cierto. Son solo una visión de la realidad.
Es poco probable que alguien se encuentre en posesión de la verdad, por eso Siguiente Nivel es una invitación a que cada uno desarrolle su propia verdad a través del estudio y la reflexión.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuento de Navidad 2.023

La verdad sobre el cambio climático

Noche mágica de Reyes