Cuento de Navidad 2.020

 


Había conseguido dormirse a eso de las seis pero, aún así, la despertó la lejana cantinela del sorteo de Navidad. Alguna de sus vecinas tendría la radio a todo trapo, pensó. Una ligera llamarada de ilusión pasó por su mente al oír ese soniquete que se asociaba, casi de forma irremediable, al comienzo de la Navidad. Pero este año, todo era distinto y la ilusión se disipó rápidamente. 

Se levantó sin ganas, casi como una autómata, desayunó porque había que desayunar y cuando abrió el armario del baño para lavarse los dientes, vió los cinco o seis frascos de colonia que iba coleccionando según se lo regalaban sus hijos y nietos. Todos estaban empezados porque le gustaba ponerse la colonia correspondiente cuando el que se lo había regalado iba a verla, así que… todos estaban prácticamente llenos. 

El pensamiento de los regalos la llenó súbitamente de angustia. Como nunca sabían qué regalar a sus nietos, hace tiempo que su marido y ella habían decidido regalarles cincuenta euros por Navidad. Eran cuatro, ¿de dónde sacaría ella este año los doscientos euros? Ahora ganaba la mitad que antes y tenía prácticamente los mismos gastos. Se lo pediría a Benita, su vecina de toda la vida. Benita le prestaría el dinero con gusto y ella se lo devolvería a lo largo del año. 

Hizo la cama y limpió la casa como todos los días, aunque, como todos los días, la casa estaba limpia, y decidió salir a comprar el pan y algo de fruta. Cuando abrió el armario para coger la ropa, vio la de su marido. Aún no había tenido el valor de tirarla, como esperando que cualquier día la puerta de la calle se abriera sola, y tras ella se oyera aquel vozarrón que tanto le había llamado la atención cuando le conoció. 

Pero eso ya nunca ocurriría. Un virus maldito, venido de lejanas tierras que ella jamás soñó en visitar, se le llevó en tres semanas. Ni siquiera pudo ir a verle. Ni siquiera pudo decirle que le quería, que le había querido mucho. Y sin darse cuenta, mirando aquella ropa, una lágrima recorrió su mejilla. 

Le atormentaba el recuerdo de las discusiones, siempre motivadas por tonterías (ahora se daba cuenta de que lo eran). Él lo dejaba todo por medio o se zampaba lo que pillara en el frigorífico y cuando ella iba a buscarlo, allí estaba el sitio. 


Ahora, en cambio, todo estaba en orden y en la nevera nunca faltaba nada, pero no estaba él. Ahora, y solo ahora, se daba cuenta de que aquello era el precio que tenía que pagar por tener a su lado a aquel hombre optimista y bonachón. Aquel vozarrón que, sin saber porqué, la llenaba de seguridad. 

Ahora, demasiado tarde, había comprendido el significado de aquella frase: el diablo está en los detalles.


Mientras todas esas cosas pasaban por su cabeza, su nuera y su nieta estaban en unos grandes almacenes comprando los regalos de Navidad. Su nieta, Laura, preguntó a su madre:

  • Y para la abuela, ¿qué compramos?

  • No sé, hija. ¿Un frasco de colonia?

  • ¿Otro frasco de colonia? Siempre le regalamos lo mismo -dijo laura

  • ¿Y qué le vamos a regalar? No fuma, no bebe, no puede comer dulce, no sabe usar los móviles…

  • ¿Ropa? -insistió Laura

  • ¿Qué talla? Tendría que probárselo. Además, tiene los armarios llenos

  • Sí, de ropa vieja, -respondió Laura

  • Pero ella no va a tirarla. Nada, colonia es lo más socorrido.

  • Está bien, otra vez colonia -concluyó Laura.

Aquella misma noche del 22 de diciembre, Laura soñó que tenía cuatro años y que su abuelo la empujaba en el columpio del parque como tantas veces había ocurrido.

Notaba la sensación del viento en la cara. Era exactamente como si estuviera volviendo a vivirlo. Ella preguntó:

  • Abuelo, ¿dónde está la abuela?

Y oyó una voz profunda y potente a su espalda

  • Pronto estará aquí conmigo, pero ahora necesita tu ayuda.

  • ¿Mi ayuda? -preguntó Laura

  • Sí, está sola. Tienes que ir a verla, hacer que se sienta querida.

  • Pero, abuelo, sabes que no tengo tiempo. Ha sido un año duro, he preparado las pruebas de acceso a la universidad en medio del Covid y he comenzado la carrera. Ahora necesito descansar y disfrutar con mis amigos.

Laura era consciente de la incoherencia entre su respuesta y su aspecto de niña de cuatro años, pero en el sueño le pareció de lo más natural.

La voz a su espalda resonó mientras notaba como el viento movía su pelo.

  • Siempre tenemos tiempo para las cosas que nos importan. El problema es que no siempre lo que nos importa, es lo más importante, y lo de tu abuela sí lo es.

  • No me comprendes, abuelo. Es que hablar con la abuela no es agradable. Siempre está ten cuidado con esto, ten cuidado con aquello, tendrías que hacer esto, no tendrías que hacer aquello. Además le estoy contando una cosa y salta con otra.

  • Te entiendo, hija, pero si supieras por qué lo hace, te sería más llevadero. Tu abuela te quiere como si fueras parte de ella. Ella ya ha vivido las situaciones que a ti te angustian y otras que te angustiarán en el futuro. Solo intenta evitártelas.

Escúchala, los consejos que te da están llenos de sabiduría, la sabiduría desarrollada a lo largo de toda una vida. No solo son monsergas de vieja. Lo que ella sabe de la vida, podría ayudarte a vivir la tuya. 

Ten en cuenta que tu abuela cometió errores, sufrió por ellos, aprendió de ellos y quiere que tú no pases por lo mismo.

Mira -siguió el abuelo-, cuando alguien te da un consejo, no sabes si lo dice por tu bien o por el suyo. Cuando tu abuela te lo da, es solo por el tuyo, aunque te duela oírlo. Otros te dirán lo que estás esperando oír,  tu abuela solo te dirá lo que ella cree que te conviene.

  • Y ¿es que no puede estar equivocada?

  • Claro, pero nunca se equivocará a su favor, sino al tuyo. Esa es la diferencia. Ah y cuando creas que no se interesa por lo que la estás contando, repíteselo. Recuerda que no oye bien y le da vergüenza estar pidiendo todo el rato que repitas las cosas.

  • Pero -siguió Laura- aunque me oyera, ¿tú crees que entendería mis problemas? La vida de ahora es muy distinta de la que ella tuvo.

  • Sí, la vida es muy distinta, pero los problemas son siempre los mismos. Las personas, en el fondo, siempre nos preocupamos por las mismas cosas.

  • No sé, abuelo, yo también tengo problemas y me siento deprimida. Lo último que necesito es que me depriman más con lloros y lamentos. Y ella seguro que hablará de ti y se pondrá a llorar.

  • Cariño, si te centras en tus problemas, veras que se hacen cada vez más grandes e inmanejables. Si te centras en los problemas de los demás, verás como los tuyos, mágicamente se hacen más pequeños. Ese es uno de los pequeños secretos de la felicidad.

  • ¿Y mi hermano? ¿Y mis primos? ¿No tendrían ellos también que ir a ver a la abuela?

  • Claro, pero tú solo puedes controlar lo que haces tú, no lo que hacen ellos.

  • Está bien, abuelo, iré a verla y tendré en cuenta todo lo que has dicho.

  • Gracias, hija. Ah, una cosa más, cuando estés con la abuela, no mires el móvil. Haz que se sienta importante.

  • Sí, abuelo.

Y volvió a sentir el viento en su cara, la placidez del vaivén del columpio y la seguridad que su abuelo, grande y bonachón, le inspiraba. No le veía, pero sentía que estaba allí, a su espalda, protegiéndola, quizás incluso estaría allí para siempre.

Notó como su cuerpo de niña pequeña respiraba profundamente y su cara sonreía. No sabía bien porqué o quizás lo sabía perfectamente, pero se sintió inmensamente feliz y protegida. 

Cuando Laura despertó, sabía exactamente lo que tenía que hacer. Después de desayunar, cogió su móvil y escribió unos cuantos mensajes a sus amigos diciéndoles que hoy no podría verlos. Luego fue al salón, donde se encontraban sus padres, y les dijo:

  • Mamá, papá, ya sé lo que le voy a regalar a la abuela: Hoy pasaré el día con ella. Vendré para cenar... o no. Y no me llaméis al móvil porque lo voy a dejar aquí. Si hay algo urgente me llamáis donde la abuela.

  • ¿Tú sin móvil? -preguntó la madre sorprendidísima.

  • Quiero pasar un día con la abuela, sin interrupciones -contestó Laura

El padre, que estaba leyendo el periódico, se levantó, se acercó a su hija, la miró directamente a los ojos y dijo:

  • Hija, ese es el mejor regalo de Navidad que puedes hacer a tu abuela, y... -añadió con los ojos ligeramente humedecidos- también a mí.

En Navidad, regala tiempo. 

FELIZ NAVIDAD

A la memoria de los que nos han dejado. Nunca os olvidaremos y menos aún, en Navidad

Nota del autor: Esta historia fue escrita en alguna tarde aburrida durante el confinamiento, allá por abril o mayo, cuando se decía que las primeras vacunas estarían disponibles en noviembre y todos pensábamos que en Navidad podríamos reunirnos normalmente con nuestras familias. Desgraciadamente, aún estamos sumidos en plena pandemia y toda precaución será poca. 

A pesar de todo, el mensaje sigue siendo válido. En esta sociedad que hemos construido con trabajos exigentes y con una gran parte de nuestro ocio dedicado a mirar pantallas y pantallitas, regalar tiempo es regalar lo más valioso que tenemos. Es solo que, dada la situación, tendremos que tomar las máximas precauciones posibles para proteger a aquellos a quienes se lo regalemos.

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