Noche mágica de Reyes


Pronto haría dos años. Recordaba aquella noche con claridad, la recordaría siempre. Estaba viendo la tele con Eusebio, su marido, cuando algo le llamó la atención en su cara que permanecía completamente inexpresiva. Le dijo algo pero no respondió aunque le oía respirar. 

Tras las ambulancias, los médicos, los hospitales: la triste realidad. Eusebio había sufrido un ictus que le había dejado prácticamente en estado vegetativo.


Desde entonces, su vida giraba totalmente alrededor del cuidado de su marido. Salvo la ayuda que la asistencia social había puesto para la higiene diaria de Eusebio, el resto recaía casi en la totalidad sobre sus hombros.


A veces, se quedaba mirándole  y él parecía recobrar una parcial lucidez y unas lágrimas brotaban aparentemente sin esfuerzo de sus ojos. Lágrimas que Marcela se apresuraba a secar mientras le animaba con palabras alegres sin dejarle nunca de hablar.


Recordaba que al principio sus momentos de lucidez eran mayores porque la cara de Eusebio mostraba el rictus del llanto a la vez que sus mejillas se llenaban de lágrimas. Era entonces cuando Marcela le rodeaba como podía con sus brazos y apretaba su cara contra la de él. 

Después de aquellos momentos estaba segura de que no solo sus cuerpos, sino sus almas, habían estado abrazadas en una conexión que nunca antes había experimentado. 

Pero esos momentos de aparente lucidez se habían ido reduciendo con el paso del tiempo. No sabía si era Eusebio el que intentaba voluntariamente evitarlos para no caer en una desesperación infinita o la propia degeneración de su cerebro.


A su mente venían a menudo aquellos votos que pronunció hacía muchos años delante de Dios y de los hombres: “...en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida…”. No sabía que le iban a tocar tantos días en la enfermedad y la tristeza.

Pero esas palabras le daban fuerza. Cumpliría su promesa.


Su marido había sido un buen compañero y su matrimonio hubiera sido muy feliz si no hubiera ocurrido aquello. Cuando Miguel, su único hijo, cumplió los quince años, le regalaron para Reyes un ciclomotor. En él perdió la vida pocos meses después. 

Cuántas veces lamentaron aquel regalo de Reyes hecho con la mejor de las intenciones. Pero su marido fue su apoyo y sin él probablemente no hubiera superado aquella terrible pérdida. 


Habían pasado muchos años desde entonces y cada celebración de Reyes les traía el amargo recuerdo de aquel ciclomotor y trataban de olvidar esa fiesta que la sociedad se empeñaba en recordarles. 


Aquel cinco de enero, sin embargo, sin saber por qué, decidió hacer una locura privada, secreta porque nadie se enteraría nunca. Celebraría los Reyes Magos como cuando Miguel aún estaba con ellos. Ella escribiría mentalmente su carta a los Reyes y les dejaría una copita de licor para que recuperaran fuerzas.

Y eso hizo. Preparó tres copas y las rellenó con un poco de anís, no mucho. Sonrío al recordar las palabras que Eusebio decía cuando preparaban las copas juntos: “Esto explica por qué los Reyes se celebran solo una vez al año. Si beben un poco en cada casa en la que entran a repartir regalos, los pobres se pasan los trescientos sesenta y cuatro días restantes durmiendo la mona, así que no les pongas mucho”


Ahora le quedaba la parte difícil, escribir mentalmente su carta a los Reyes. Sus necesidades eran tan evidentes que ni se atrevió a verbalizarlas así que lo dejó estar y se puso a ver la tele. Al poco se quedó dormida.

Un ruido extraño la despertó, abrió los ojos, la tele continuaba puesta y se acercó a la cocina donde había escuchado el ruido. Al abrir la puerta, le pareció ver como una capa roja con un ribete dorado desaparecía por la ventana. Cerró la ventana y volvió al salón donde vio un extraño sobre encima de la mesa. 

Al tomarlo reparó que las copitas de anís habían menguado y que una estaba casi vacía. Leyó lo que estaba escrito en aquel sobre tosco con letras doradas: 


De:

Sus Majestades Los Reyes Magos de Oriente 

Para: 

Marcela


Lo abrió con dificultad pues era un papel marrón apergaminado y leyó lo que decía también en letras doradas:


No es más santo el que entrega su vida por mil que el que lo hace por uno solo.


No es más santo el que entrega su vida en un instante que el que lo hace cada día.


No es más santo el que aparece en los libros que el que es desconocido, por eso todos tienen su día.


Y terminaba con esta frase en letras un poco mayores que el resto:

Mucho recibirás porque mucho has dado. 


Mientras leía aquello, las letras comenzaron a brillar y agrandarse e incluso empezaron a danzar a su alrededor mientras el pergamino se desvanecía entre sus manos. 

Las frases girando y bailando a su alrededor le dieron una sensación de mareo hasta que pareció caerse.


Fue en ese momento cuando despertó, la tele seguía encendida y le sorprendió que ya se hubiera hecho de día. Había dormido toda la noche de un tirón. Eso le angustió y fue rápidamente a ver a Eusebio. Él también parecía descansar plácidamente. 

Ya más tranquila, volvió al salón y meditó sobre su sueño. No era eso lo que había esperado como regalo de Reyes, pero la sorpresa le había gustado porque ahora se sentía con más fuerzas que nunca, como si hubiera renacido.

De repente, vino a su cabeza la frase que, de niña, oyó pronunciar a su abuela: Dios escribe recto en renglones torcidos, y que ahora cobró para ella un nuevo significado. A la vez, el  día, que había amanecido lluvioso y oscuro, le pareció brillante y luminoso.


Cuando iba a iniciar su rutina diaria en torno a Eusebio, observó en el suelo, al lado de la mesa del salón, un finísimo polvo marrón salpicado con motas doradas. Con un dedo lo tomó y se lo acercó para verlo más detenidamente, fue al levantarse cuando vio las copas menguadas y una de ellas vacía. 

¿Había sido realmente un sueño? 

¿Quién sería el más borrachín?¿Melchor, Gaspar o Baltasar?


Sonrió por fuera y… por dentro.

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Que los Reyes Magos hagan realidad vuestros mejores deseos


Dedicado a tantas personas anónimas que se encargan del cuidado de sus seres queridos enfermos para que nunca, nunca, nunca pierdan la fe ni la esperanza ni el amor ni la fuerza.


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