Cuento de Navidad 2019


Cuentan que un brillante directivo, de esos que se zampan un par de empleados para desayunar como el que se desayuna un par de magdalenas, celebrando la Nochebuena bebió más de la cuenta. Naturalmente, solo vinos muy caros y licores exclusivos pero que a la hora de emborrachar, lo hacen con tanta eficacia o más que los vinos y licores plebeyos.

Pues bien, fruto de la copiosa cena y del abundante alcohol ingerido se sumió en un sueño agitado y lleno de pesadillas.
En una de esas, vio como se le acercaba alguien a los pies de su cama y después del susto correspondiente y tras intentar calmarse le preguntó quien era.
  - Soy el Espíritu de la Navidad -respondió el espectro.
  - ¿Qué coño quieres de mi?
  - Solo mostrarte algo

Inmediatamente se vio volando por una ciudad que no reconocía pero que al final identificó como Madrid al sobrevolar la plaza de toros de las Ventas. Era difícil porque apenas había coches en las calles y los que había eran bastante antiguos.
Por los modelos de los coches y los primitivos adornos que vio en la Castellana, concluyó que debía tratarse de alguna Navidad de principios de los setenta.

Rápidamente se acercaron a una casa que de inmediato reconoció como la de sus abuelos, cerca de Cuatro Caminos. Era una casa de dos plantas y sus abuelos vivían en el piso de arriba.
Se vio a sí mismo con ocho años subiendo las estrechas escaleras al lado de sus padres y su hermano,  yendo a celebrar la cena de Nochebuena con sus abuelos, tíos y primos.
Cuando llegaron a la pequeña estancia que hacía las veces de salón, todo fueron risas, jolgorios y alegrías.

Los ojos del rudo ejecutivo se llenaron de lágrimas al ver las caras entrañables de sus abuelos, perdidos hacía ya mucho tiempo, y al recordar los juegos compartidos con sus primos con los que no tenía contacto.
Había olvidado sus humildes orígenes y cuan alegres y distintas eran aquellas Navidades.

Siempre había pensado que las recordaba así, solo porque era un niño cuando las vivió. Ahora se daba cuenta que quizás fueran realmente unas Navidades distintas, más entrañables. La mesa era humilde y la cena también pero eso no hacía la Navidad más triste, sino al contrario.
No había tanta variedad de comida, pero las personas y no los objetos eran los que daban y recibían atención.

Percibió en aquella fugaz visión que toda su actual riqueza no compensaba los afectos que había perdido.
Antes que pudiera decir una sola palabra, el Espíritu de la Navidad habló.

  - Es tiempo de marcharnos, te tengo que llevar a ver las Navidades presentes
  - ¿Eso no debería hacerlo otro espíritu, el espíritu de las Navidades Presentes?
  - Son tiempos difíciles. Los EREs han llegado hasta los espíritus de la Navidad y ahora tenemos que hacernos cargo del trabajo de nuestros compañeros. Calla y agárrate.

En un santiamén se vio a sí mismo hablando con su hija de dieciséis años, era un episodio que recordaba perfectamente porque ocurrió apenas unos días atrás
  - Hija, ¿qué quieres que te regale para Navidad?
  - Yo había pensado en un T-Phone de 6 cámaras hiperpresurizadas y generador de olores retráctil.
  - A ver, que no soy el Banco Central Europeo.
  - No seas rata, papá, Necesito un móvil nuevo. El mío ya va a cumplir un año. Todos mis amigos ya tienen el último T-Phone. Además no creo que llegue a los 1.500 Euros
  - Bueno si no llega a los 1.500 euros, cuenta con él.
  - Gracias, papá. Eres un sol.

De repente, todo se difuminó y se empezó a formar otra visión. Esta vez era una casa modesta que no reconocía. Dentro de aquel salón estaban una mujer y una chica también de unos dieciséis años. La joven estaba hablando.
  - Mamá, esta noche he oído llorar a papá.
  - Serán imaginaciones tuyas
  - No, mamá. Estoy segura, presté mucha atención y aunque papá hacía muchos esfuerzos por no hacer ruido, sé que estaba llorando. Además oí tu voz susurrando.
  - Esta bien, hija. Ya vas siendo mayor así que será mejor que lo sepas, además antes o después tendrías que enterarte: han despido a papá y está muy preocupado porque con su edad es difícil que le vuelvan a contratar. Por favor, no le digas que te lo he dicho.
  - Pero, -dijo la niña asustada- ¿y cómo vamos a vivir ahora?, tú no trabajas desde que te diagnosticaron la enfermedad.
  - No te preocupes, hija. Saldremos adelante. Ya lo verás.
  - Ya no quiero el móvil que me íbais a regalar por Navidad.
  - No, hija. Tenemos dinero. A tu padre le han dado la indemnización. Tendrás tu móvil. Además no llega a los doscientos euros.
  - No, mamá. No lo quiero, así usaremos ese dinero para otras cosas que necesitemos más. Mi móvil solo tiene cuatro años y puede aguantar más.
  - ¿Y qué te regalaremos?
  - Podéis regalarme un libro. Tengo que hacer un trabajo sobre la novela de Charles Dickens "Cuento de Navidad" y me vendrá muy bien.

En ese momento entró en el salón alguien que el ejecutivo reconoció inmediatamente. Era Gómez, un empleado suyo que él había despedido unos días atrás como regalo de Navidad tras veinticinco años de leal servicio.

Gómez sonrió y dijo
  - Ey, ¿que son esas caras largas que estoy viendo?
  - Nada, no pasa nada papá, le estaba diciendo a mamá que no quiero un móvil nuevo. Es un lío lo de cambiar todas las aplicaciones y me da perezón, así que prefiero un libro que necesito en el instituto.

El brillante ejecutivo iba a decir algo al Espíritu pero este se adelantó y dijo
  - Debemos marcharnos
  - Supongo que ahora me mostrarás las Navidades futuras, ¿no?
  - Efectivamente

Antes de que terminara de hablar sintió un vacío en el estómago y de pronto se vio volando y comenzó a vislumbrar el mar. A medida que se fueron acercando reconoció el Mar Menor. Recordaba haber pasado algunas vacaciones en La Manga. Se fueron a parar cerca de un padre y su hijo que, como en los anteriores episodios, actuaban como si ellos no estuvieran presentes.

  - Y aquí hijo, en este lugar -dijo el padre-, en el Mar Menor, pescaba yo con el abuelo. Este lugar era precioso y lleno de vida ahora es solo un lugar muerto. Nuestra estúpida forma de vida lo ha matado. Ya no queda nada.
  - ¿Y dices que aquí había peces, papá?

El ejecutivo le dijo al Espíritu.
  - Creo que has metido la gamba, esto no es el futuro, es el presente.

El Espíritu sacó su bloc de notas y tras repasarlo unos breves instantes, dijo:
  - Tienes razón. Tendrás que disculparme. Con la reducción de personal estamos muy estresados y no nos da tiempo a preparar bien las visiones. Ten en cuenta que ahora hago el trabajo de tres.

Todo desapareció de nuevo y un monte árido apareció en su lugar. Se fueron acercando y se posaron sobre él. El Espíritu preguntó.
  - Reconoces este sitio?
  - Para nada -respondió el directivo
  - Pues aquí solías venir con tus padres y hermano muchos domingos. ¿No reconoces aquellas rocas?

El ejecutivo miró fijamente las rocas y reconoció donde jugaba con su hermano (a quien, por cierto, tampoco hablaba) porque la curiosa formación parecía simular dos asientos en los que se sentaban e imaginaban conducir su propio coche
  - ¿Eh? ¿Esto es la Pedriza?
  - Sí. Es la Pedriza
  - ¿Y los árboles, y el río?, esto es un desierto
  - Es lo que ha quedado tras el cambio climático y los incendios. Vuestro estúpido consumo, vuestra vida sin cabeza ha acabado con muchas de las formas de vida que habitaban vuestro, en otro tiempo, bello planeta.

El espíritu hizo una pausa y continuó:
  - Bueno sería que, al menos en tiempo de Navidad, reflexionárais y sustituyérais el consumo por la solidaridad y los miles de regalos por tiempo, entrega y sonrisas hacia los demás. Hay formas mucho más eficientes de decirle a alguien que es importante para nosotros que regalarle un frasco de colonia que luego queda olvidado en el fondo de un cajón.
En vez de ese esperpento consumista que habéis inventado, bebiendo y comiendo hasta reventar, deberíais recuperar el auténtico espíritu de la Navidad.

Esas últimas palabras quedaron resonando en la mente de nuestro ejecutivo hasta que súbitamente se despertó.
Ahora sí, reconoció su casa, su cama y su mujer, que dormía a su lado. Se levantó y con una energía que no sentía desde hacía años, se fue al salón, tomó su móvil y mandó mensajes felicitando la Navidad a su hermano y a sus primos. Después, marcó el número de teléfono de su director de Recursos Humanos. Una voz somnolienta se oyó al otro lado.

  - ¿Qué pasa Jaime?
  - Tienes que anular el despido de Gómez
  - ¿Qué? ¿Estás loco?
  - Reincorpóralo a la compañía.
  - ¿Te has fumao algo?
  - Ya te explicaré. Anula el despido. Ahora. Envíale un mensajero con los papeles que tenga que firmar. Mándame su dirección yo iré a anticiparle la noticia.
  - Pero ¿sabes qué día es hoy? Es Navidad.
  - Y tú, ¿no sabes quien soy yo? Haz lo que te digo.

Colgó el teléfono, buscó el paquete cuidadosamente envuelto con el carísimo móvil de su hija y se lo guardó en un bolsillo. A continuación se fue a la casa de Gómez y llamó a la puerta.
Gómez abrió y tras el primer momento de sorpresa al reconocer a su director general, pasó a un estado de indignación, pero antes de que pudiera reaccionar, el director habló.

  - Lo siento, hemos cometido un lamentable error y ya estás reincorporado a la empresa, a lo largo del día recibirás los papeles para firmar. Tómate la indemnización como una paga de Navidad y una pequeña compensación por el sufrimiento causado. También te ruego que aceptes este regalo para tu hija -y el directivo le entregó el móvil que tenía preparado para la suya.

Antes de que Gómez pudiera decir nada, el director ya se había marchado.
A continuación, y ya en su casa, el directivo buscó entre sus miles de libros (que ya no leía), tomó uno y lo envolvió cuidadosamente. Cuando llegó el momento del intercambio de regalos, entregó el suyo a su hija. Ella lo abrió y vio el libro.

  - Esto es una broma, ¿verdad papá? ¿dónde está mi móvil?
  - Mira, ese libro también será bueno para tí.
  - ¿Cuento de Navidad de Charles Dickens? -dijo la chica- ¿qué mierda es esto? Anda déjate de bromas y dame el móvil
  - No es broma. Te regalo el libro porque realmente no necesitas un móvil nuevo y te voy a regalar, además, tiempo. Tiempo para charlar, para estar juntos, para conocernos.
  - Tú, tú,... Tú eres gilipollas

Y la niña salió del salón pegando un portazo. El director miró a su mujer y ésta le dijo:
  - Jaime, a veces pareces tonto. Con la ilusión que la hacía el móvil a la niña... No sé qué mierda de documental has visto pero la has cagado con todas las letras.

Nuestro director levantó la vista y le pareció ver al Espíritu de la Navidad encogiendo los hombros como queriendo decir "Nadie dijo que fuera fácil"

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Disculpas para los seguidores de Dickens  por esta torpe versión corta de su obra, hecha, eso sí, desde el mayor de los respetos.

Ójala recuperemos un sentido de la Navidad más genuino y entrañable, con menos objetos, menos comida y bebida pero con más comunicación, más tolerancia, más sonrisas e incluso más amor.
Ah, y sobre todo, que ese sentido de la Navidad, si conseguimos capturarlo, nos dure todo el año

Mis más sinceros deseos de felicidad en estas fiestas para vosotros y vuestras familias.

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