Lo realmente difícil


La semana pasada hablábamos del 75 aniversario de la liberación de Auschwitz. Mencionábamos algunos de los factores que los maestros de la propaganda como Goebbles y el propio Hitler habían usado para manipular las emociones del pueblo alemán.

Y digo bien, emociones, porque los mensajes que se usaban iban todos derechos a las emociones. Mensajes simples, repetidos mil veces, desde distintos ángulos y formas y en distintos medios. Así consiguieron estigmatizar al pueblo judío haciéndole responsable de todos los males, a la vez que convencían, con esos mensajes emocionales directos al orgullo de los alemanes, que pertenecían a una raza superior. Una raza que habría de dominar el mundo. Sí, una raza superior: la tuya.

Usando estos mecanismos se perseguían distintos fines:

  • Primero: identificar sin lugar a dudas los causantes de todos los males. Si había que luchar contra algo para mejorar las cosas y castigar a los culpables, era necesario cargarse a los judíos.¿Porqué a los judíos? Es posible que el señor este del bigote les tuviera alguna inquina por algo que hubiera vivido u oído en su más tierna infancia. La razón auténtica se la dejo a los biógrafos y entendidos, pero la otra razón, es la que me interesa: Los judíos eran un colectivo fácil de identificar, no solo por su posible diferencia física con la "superior" raza aria, sino también porque era un colectivo que no solía mezclarse con el resto de la población y que no renunciaba fácilmente a su religión con sus ritos y costumbres específicas, claramente visibles.
  • Segundo: Daba a la población un objetivo vital por el que pelear. El cerebro humano está diseñado para la insatisfacción. Esa insatisfacción es la que promueve la curiosidad y la motivación para buscar algo que el cerebro imagina como mejor. Dicho de otra forma: la insatisfacción del cerebro es lo que promueve la lucha por el progreso (entendido el progreso como la evolución hacia algo mejor).
  • Tercero: Por si lo anterior fuera poco, había una componente mística, patente o no, que daba más fuerza al mensaje. Se basaba de alguna manera en la filosofía de Nietzsche y su concepto de superhombre. Convencía a la gente de que era posible llegar a la idea de superhombre como la evolución natural de la raza aria.

Por alguna razón que desconozco, y que seguramente todos desconocemos, nuestras mentes gustan de lo trascendente (creo que Santo Tomás lo usó como una de las vías para probar la existencia de Dios). Así que, de nuevo, Hitler volvió a dar a la gente, lo que la gente ansiaba en varios ámbitos.

Hitler identificaba, en resumen, con esos mensajes sencillos a la población, una ilusión por la que pelear y una esperanza de que todo iría a mejor, incluyendo una componente mística y todo ello con acciones concretas: acabar con los judíos y conquistar el mundo en la guerra. ¿Qué más se puede pedir?

Evidentemente, creo que estamos muy lejos de que la situación se pueda volver a repetir. También la semana pasada hablábamos de la aldea global como un muro de contención contra esa clase de ideas, sin embargo, no estaría de más que reflexionáramos en algunas similitudes que se dan ya en nuestros días.
  1. Identificación de colectivos objeto de nuestra ira y que son los culpables de todos los males. Estos colectivos deben ser fáciles de distinguir a través de sus rasgos físicos, ideología o costumbres. De ahí que se elijan a los inmigrantes, los negros, los hombres, los de izquierda, los de derechas, los curas, los musulmanes, etc.
  2. Filosofías sencillas inoculadas a través de mensajes simples repetidos hasta la saciedad, en distintos medios y de distintas formas.
  3. Demonización del disidente: Cualquier persona que se atreva a cuestionar el pensamiento social mayoritario es automáticamente calificado de facha, perro-flauta, machista, racista, xenófobo, etc, etc. Todo esto hace que seamos incapaces de distinguir al auténtico facha, machista, racista, etc, del que simplemente opina distinto en un tema concreto.
  4. Búsqueda del pensamiento único, objetivo real de los puntos anteriores.

A mí estos cuatro puntos me dan un cierto miedito porque, no sé a vosotros, pero a mí me huele un poco a totalitarismo. Y recordemos que los totalitarismos pueden ser de izquierdas o derechas pero siguen siendo totalitarismos, es decir, espacios donde la libertad personal brilla por su ausencia.

Estemos atentos a los puntos 2, 3 y 4, no sólo porque lo veamos en la sociedad, sino porque, sobre todo, lo veamos en nosotros mismos.

Lo realmente difícil (y de aquí el título del post) es luchar contra todo esto. Especialmente contra el primer punto. Un colectivo distinguible claramente nunca puede ser culpable de nada. Lo serán miembros individuales de ese colectivo, pero nunca el colectivo en su totalidad. No podemos juzgar el todo por una de sus partes.

Lo realmente difícil es distinguir inmigrantes buenos de inmigrantes malos, hombres buenos de hombres malos, gente de izquierdas buenos y gente de izquierdas malos, de derechas buenos y de derechas malos, etc, etc.
Es decir, lo que ya sabemos desde siempre: uno no se puede quedar en las apariencias y hay que rascar un poquito para distinguir los buenos de los malos en un colectivo.
Usando este criterio, de repente, ya no es tan sencillo como mirar y juzgar, hay que mirar, ver, observar, reflexionar y después, si eso, juzgar.

La única clasificación que cabría hacerse es si un individuo es bueno o malo, luego si queremos, le ponemos un segundo calificativo, pero que ya, en el fondo, nos aportará más bien poco. Eso es lo realmente difícil.

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