Adiós vacaciones, hasta la próxima (I)


 Para muchos de aquellos que habéis disfrutado de las vacaciones, me temo que ya se acabaron.

Por lo que hemos visto, la mayor parte de los lugares de veraneo estaban completamente atiborrados. Eso es bueno para nuestra economía basada principalmente en la hostelería, pero ¿ha sido bueno para nosotros?


Déjame pensar.... mmmmmmmm… No. Siendo honestos, tendríamos que preguntarnos si venimos con las pilas cargadas, deseosos de comernos el mundo o volvemos peor de lo que nos fuimos al hacernos conscientes de que faltan otros once meses para disfrutar de unas nuevas vacaciones. 


Y es que las vacaciones ya no son lo que eran: un momento de pausa, de relajarse, de disfrutar un poco de lo que tenemos alrededor olvidándose de todo, y ha pasado a ser un producto más de consumo. Un momento en el que forzosamente debemos estar disfrutando más que nuestro vecino, haciendo cosas más interesantes que él, llegando más lejos, comiendo mejor, alojándose en mejores hoteles, bebiendo mejores vinos, etc, etc.

Es esta mierda de sociedad de consumo que nos invita a compararnos continuamente con el de al lado. 


Si cuando vuelves al trabajo y todos están contando lo que han hecho durante las vacaciones, te preguntan 

  • Y tú, Fulanito, ¿qué has hecho?”. 

¿Te imaginas respondiendo? 

  • Nada. No he hecho nada. 

Todos te mirarían con cara extrañada, e ignorándote, se pondrían a hablar de lo que han visto mientras buceaban en la playa de la Cala del Cañuelo y lo bien que se lo han pasado en Nerja (es que este año con lo del virus no se podía salir fuera, se excusan).


Pero siempre hay algún plasta deseoso de regodearse en tu aparente desgracia e insiste:

  • Venga, Fulanito, algo habrás hecho

  • He intentado encontrarme a mí mismo -respondes

Risas estruendosas y chanzas por doquier. 

  • Y has visto que estabas muy escondido, ¿no?

 (más risas)


Así que para evitarlo, haces lo que todos: reservas un hotel en una “wes” que te dice que quedan solo dos habitaciones y que la última se ha reservado hace veintitrés minutos y tú preguntas 

  • María Otilia, ¿cogemos este hotel o no?

durante una décima de segundo, echas unas cuentas mentales y te haces consciente de que la broma te va a salir por un pico, pero qué narices… para eso has estado currando todo el año

  • Es que no me termina de convencer -responde ella

Sientes un cierto alivio por lo de la pasta, pero automáticamente te agobias porque algo habrá que coger y dices:

  • Es el que más nos ha gustado de lo que quedaba 

  • No quedaba nada. Eso te pasa por dejarlo todo para lo último. 

Intentas obviar el mensaje reconduciendo la situación

  • Pero, ¿es el que más nos ha gustado o no?

  • Sí, eso es verdad, pero está un poco lejos de la playa -dice ella


De repente, te das cuenta de que quedan solo dos habitaciones y que llevas dos horas buscando en la “wes” y estás hasta el gorro de ver fotos y leer opiniones y quieres coger algo YA

  • ¿Qué más nos da? Cogemos el coche -dices

  • Y luego ¿donde lo dejamos, listo?. Seguro que está todo hasta el culo de gente -ella ya tiene una visión premonitoria de las vacaciones.

  • Quedan solo dos habitaciones -dices desesperado...

  • Bueno, cógelo. Siempre tenemos que ir donde tú digas -dice ella presionada


(para que no se me acuse de sexismo, el párrafo anterior es igualmente válido si en vez de María Otilia ponemos Genaro o Struder y donde dice él se sustituye por ella (o elle) y donde pone ella se sustituye por él (o elle))


Consecuencia: como temes más quedarte sin hotel que el disgusto de ella (o él o elle), das tres clicks, el servidor parece quedarse pensando un rato y sin saber por qué, la “wes” se vuelve a la página inicial, sin hacer tu reserva. Pones desesperado otra vez el nombre del hotel y ves que ya solo queda una habitación. Va a darte un infarto, sin duda. 

Vuelves a intentar el proceso de reserva: seleccionas el hotel, las fechas, las opciones, pones el DNI, el número de tarjeta de crédito, la fecha de nacimiento, el agujero en el que te aprietas el cinturón, y tras unos segundos en los que, ahora sí, estás seguro de que te dará el infarto, te sale el mensaje de reserva correcta y la descarga del justificante. Si no tienes mayor problema, ya tienes la reserva hecha. Comienzas a notar como te baja la presión arterial (que ha llegado a 22-12) y te entra un relax y un alivio que ni en el mejor de los spas. Has tenido suerte: una vez más has evitado el ictus.


Llega el ansiado día de emprender la huida de esta sofocante, y agobiante ciudad y emprender el soñado viaje hacia la libertad durante ¿cinco días? ¿una semana?. Sí, es poco, pero es que el presupuesto no da para más… pero nos lo vamos a pasar de miedo.


Por las fechas, calculas que las carreteras hacia el lugar elegido estarán hasta los topes, pero tú, queriendo evitar los atascos eliges una hora prudencial para iniciar el viaje y llegar al hotel justo para instalarse y salir a tomar algo. Las seis de la mañana estará bien. 

Cuando estás en la M-40 empiezas a creer que todo el mundo ha pensado lo mismo que tú y cuando coges la carretera de Valencia, ya estás seguro. Total un viajecito de cuatro horas se convierte en seis porque aparte de atascos puntuales, el lugar de destino está hasta los topes y como no tuviste la precaución de coger aparcamiento en el hotel (entre otras cosas porque era otro pico), has tardado veinticinco minutos en encontrar aparcamiento.


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