3ª Lección vírica - Necesitamos nuevos líderes

Cuando la manada habita en una zona en la que abundan los alimentos para todos, quien ejerza el liderazgo no tiene demasiada importancia. No importa hacia donde se dirija el rebaño porque allá donde vaya, hay alimento. 

Tampoco hay competencia entre clanes o tribus puesto que el alimento abunda, así que si el líder es el apropiado o no, no hay mucha diferencia.

El problema viene cuando hay que atravesar un desierto con poca agua y menos alimentos. Ahí el grupo bien liderado tiene muchas más posibilidades de sobrevivir que los mal dirigidos. Para empezar, un líder poco preparado puede atravesar el desierto por la zona más ancha, sin ser capaz de encontrar un oasis o simplemente perderse. En definitiva una muerte segura para todos.

Entre los seres humanos pasa lo mismo. Durante años hemos vivido en un vergel y no importaba mucho hacia donde nos moviéramos porque siempre había recursos en abundancia. Fueron los años posteriores a la segunda guerra mundial en los que tras las dolorosas experiencias del siglo XX, los líderes aprendieron que no daba igual la dirección a tomar y que los errores se podían pagar en las propias carnes (y si no que se lo digan a Moussolini o a Hitler)

Aunque salpicados de crisis, fueron décadas de prosperidad económica, de avances sociales, de progreso tecnológico y mejoras en la calidad de vida (eso no era difícil porque en muchos casos se partía de niveles muy bajos). Los hijos vivieron mucho mejor que los padres y no digamos los nietos (ahora puede ocurrir lo contrario)

Pero tantos años de progreso, nos incitaron a pensar que todo daba lo mismo, que el bienestar y la calidad de vida habían llegado para quedarse entre nosotros para siempre. Así se llegó a pensar que daba igual lo que se hiciese y quien dirigiese a las empresas o los países y que todo seguiría prosperando. Se ignoró esas sabias palabras “cambia si quieres que todo siga igual”

Fueron años en que cualquiera valía para dirigir cualquier cosa. Los financieros, muchas veces sin conocimientos del sector en el que trabajaban, se hicieron con el timón de las grandes empresas. Y en los países, políticos sin experiencia ni conocimientos de gestión comenzaron a llegar a los puestos de gobierno. 

Durante un tiempo, nada pasó, porque atrávesabamos un vergel. Realmente daba igual quien dirigiera una empresa o quién dirigiera un país, incluso se podía prescindir de los dirigentes sin que pasara nada. Sin embargo, llegaron los primeros síntomas de agotamiento del vergel y nada cambió.

La crisis de 2.008 fue el primer aviso de que el vergel había llegado a su fin, los líderes de entonces, no acostumbrados a gestionar en crisis (probablemente no acostumbrados a gestionar, a secas) hicieron lo que decían los teóricos: gastar pasta para reactivar la economía (teorías keynesianas), y se hizo sin cabeza. Recuerdo que se levantaron calles en perfecto estado para volverlas a pavimentar y se reasfaltaron carreteras que no lo necesitaban, se llenó España de cartelones que costaban un dinero anunciando el gasto que se iba a hacer (en algunos casos el cartel costaba más que el gasto que anunciaba).

Al final de aquella historia, España quedó sumida en una crisis de la que no estoy seguro que hayamos salido cuando ha llegado este nuevo gran golpe provocado por el coronavirus.

Sin embargo, mucho me temo que debido a la inercia adquirida durante las décadas anteriores, el estilo de liderazgo no haya cambiado, y aquí nos encontramos: con un desierto que atravesar y sin líderes que sepan la dirección que tenemos que tomar para atravesarlo por el camino más corto y con el mayor número de oasis (y si lo saben no nos lo cuentan)

En el desierto, ya cualquiera no vale para cualquier cosa, como pasaba antes. Necesitamos gente que sepa como funciona la brújula, que sepa interpretar los vientos, las nubes y el sol. Ya no nos valen cantamañanas, vendedores de humo que llenan su boca de palabras bonitas pero huecas y sin compromiso alguno del que las pronuncia. 

Ahora necesitamos líderes para los que las palabras signifiquen algo, que sepan donde estamos y adónde queremos llegar. Necesitamos una nueva estirpe de líderes que motiven y saquen de este pesimismo perenne en el que se encuentra sumida la sociedad. Que la llenen de objetivos y, consecuentemente, de ilusión.

Los antiguos, a los que a menudo miramos con aires de superioridad, eran conscientes de la necesidad de que los líderes estuvieran correctamente formados. Por ejemplo, los humanistas allá por los comienzos del siglo XVI, dedicaron sus esfuerzos a la formación del príncipe (príncipe entendido como el principal, el que manda). Así tenemos a Erasmo de Rotterdam, Tomas Moro e incluso al propio Maquiavelo preocupados por la educación del príncipe humanista, del que dependía la prosperidad de la ciudad o el país. Ahora en cambio, los distintos partidos no eligen como líder al más capacitado, sino al que sea capaz de recolectar más votos, es decir al más atractivo de acuerdo a los parámetros actuales que, como bien sabemos, prima más las apariencias que el fondo.

Así pues, nuestra responsabilidad como gobernados es ser conscientes y estar lo suficientemente preparados para distinguir entre el capacitado y el vendedor de humo. No dejarnos arrastrar por el canto de sirenas de las ideologías ni por las promesas sin contrapartida ni por las bellas palabras utópicas y poner los pies en el suelo, sabiendo que lo que está en juego es nuestro bienestar actual y futuro. 

La democracia tiene muchos defectos, pero tiene una virtud y es que un pueblo adecuadamente formado, puede elegir a sus mejores líderes. Desgraciadamente lo contrario también es cierto y un pueblo no preparado puede elegir líderes que les despeñen por un barranco (volvamos a recordar el ejemplo de Hitler). Así pues, seamos conscientes y preparémonos.

Para concluir, quisiera terminar recordando que no hay una forma sencilla de distinguir a un buen general de uno malo en tiempo de paz, pero en tiempo de guerra, la diferencia entre ellos es la misma que hay entre la vida y la muerte. Pensémoslo cuando elijamos a nuestros líderes.

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