Adiós vacaciones, hasta la próxima (y II)


(Viene del anterior)

 En el hotel tienes que hacer cola porque la recepción está saturada: son muchos los que dejan el hotel y muchos más los que entran, así que María Otilia (o Genaro o  Struder), los niños, las maletas y tú tendréis que armaros de paciencia.

Por fin te has instalado en la habitación. Sin duda la foto la hicieron con un gran, gran angular porque tú la notas significativamente más pequeña. Además, esperabas que fuera una grande ya que la pediste con dos camas supletorias para los niños, pero te das cuenta de que no, que es una normal y ves que la segunda cama impide abrir la terraza, La arrastras con fuerza porque necesitas salir a la terraza y respirar el aire del mar.

Naturalmente, cuando sales te das cuenta que el mar está justo del otro lado del edificio y que por muy alto que sea el hotel, desde la terraza no podrás ver el mar, a menos que te bajes un vídeo de youtube y lo veas en el móvil. 


Lo que si puedes ver es un parking inmenso para los que han decidido pagar el suplemento, así que desde la planta doce solo ves unos rectangulitos colocados regularmente con colores aleatorios, muy chulos, pero que los puedes ver igualmente en Madrid. Tú te imaginabas tomando una cervecita en tu terraza mientras veías los cambiantes colores del horizonte hasta el anochecer. Ahora te das cuenta que lo más que podrás ver son los letreros luminosos del hotel de enfrente. Total, piensas, ni María Otilia (o Genaro o Struder) ni los niños me dejarían tomarme una cervecita tranquilo/a/e, así que… da igual.


Superada la decepción de la habitación y, como no has cogido pensión completa pensando en que eso te daría más libertad y posiblemente te pudiera salir más barato (craso error), salís todos a la búsqueda de un restaurante chulo en el que comer. Al poco tiempo, llegas al convencimiento de que aunque hay montones de restaurantes todos están hasta los topes y rebajas la exigencia inicial de restaurante chulo y lo sustituyes por restaurante a secas. Después de tres cuartos de hora dando vueltas, encuentras sitio en un chiringuito de la playa, bajo una sombrilla, en el que hace un calor de mil demonios (¿pero dónde está la brisa del mar?) y justo al lado de un grupito numeroso que están pegando unas voces que harán sangrar tus oídos en cualquier momento. 

La brisa del mar no la catas, pero el humo de un cigarrillo viene a tu nariz claramente. Miras con disimulo y ves a una señora (señor) fumando a quince centímetros de ti y te preguntas angustiado/a/e ¿pero no estaba prohibido fumar en las terrazas y había que respetar la distancia de seguridad?


Luego reparas con aprensión que María Otilia (o Genaro o Struder) y los niños miran la carta y empiezan a decir que esto de aquí no, esto otro, vaya asco, y tú empiezas a temer que no haya nada que les guste y haya que ir de peregrinación a otro restaurante. Tú por tu parte, has echado un vistazo por encima a la carta y te da igual cualquier cosa, tienes hambre y te comerías un trozo de pan duro si es lo que ponen, pero te llama la atención los precios. No estás seguro de si es el precio o el número de referencia del producto. 


Miras ansioso al final de la carta a ver si aparece un menú, que siempre sale algo más baratito. Lo encuentras y lo dices en voz alta, por si cuadra entre el personal. No ha habido suerte y habrá que comer a la carta. Tú piensas que eso significa, además de pagar más, media horita adicional al tiempo del menú, tiempo suficiente para que tus jugos gástricos terminen de deshacer las paredes de tu estómago. 


Haces unas rápidas cuentas mentales: siete días a dos comidas al día (afortunadamente el desayuno es en el hotel), significan catorce comidas. Por favor, que se pasen ya. Quiero volver.


Por fin, a las tres y media empiezan a traer comida y la devoras. Durante un buen rato disfrutas comiendo, incluso comienza a soplar una ligera brisilla, miras el mar y reconoces que ahora es agradable estar allí. Además, el vino que has pedido ayuda significativamente a que la visión que tienes del entorno sea mucho más placentera. 

Después de la comida, el café y una copita (por supuesto, estás de vacaciones, ¿no?) te traen la cuenta y si no fuera por la anestesia que supone el vino y la copita, te habría dado allí mismo el infarto que no te dio reservando el hotel. Pero gracias al alcohol (bendito alcohol) todo te da lo mismo y sin inmutarte, pones la tarjeta de crédito encima de la bandejita tapando la factura, en un símbolo del inconsciente que no quiere hacerse consciente de la cantidad.


Cuando por fin habéis salido del chiringuito (ya no sabías como poner el culo en la silla) y los efluvios del alcohol van desapareciendo, vuelve a tu cabeza que habrá que repetir el proceso trece veces más. Comienzas a añorar Madrid justo en ese instante. Te consuelas diciendo: “Bueno, al menos tendré algo que contar en la oficina”


Pero te vas acostumbrando y al cabo de unos días de playa, chiringuitos, aperitivo, comida, copita, etc. le vas encontrando el gustillo. Eso a pesar de que en algún sitio te han traído el bonito a medio hacer, en otro te han cobrado más vino del que has pedido, y en otro te han cobrado a precio de delicatessen unas croquetas artesanas que han resultado más de bolsa que un abuelo a por el pan. 

Pero, en cualquier caso, siempre te aseguras que, cuando pones la tarjeta de crédito encima de la bandejita, estés lo suficientemente anestesiado como para que no te importe lo que dice el ticket que tapa.


Y cuando ya vas vislumbrando el final de tus vacaciones, estás convencido de que podrías vivir así el resto de tu vida y que no quieres volver a Madrid por nada. Pero toca hacerlo y tu ánimo se va ensombreciendo minuto a minuto hasta llegar al culmen en ese temido instante de meter las maletas en el coche tras hacer el check-out del hotel.


Toca de nuevo volver al trabajo, las vacaciones se pasaron en un suspiro. Vuelves cansado y sin fuerzas. Es más de lo mismo. 

De repente se abre un abismo ante tí. Pero no quieres caer en una depresión y piensas: Bueno dentro de once meses tendré vacaciones y, por lo menos, algo puedo contar en la oficina…

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Comentarios

  1. Un placer, como siempre, leer tus escritos. Espero que hayas pasado un buen verano, en la playa, en el pueblo o en casa, tranquilamente.

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