La dura vida del joven

 Seguramente habréis oído la noticia del parricida de Elche, que con quince años se cargó a su madre, después a su hermano de diez y esperó pacientemente unas horas a que llegara su padre para descerrajarle más tiros con una escopeta. Luego escondió los cadáveres en el cobertizo y se puso a jugar durante varios días.

Parece que el detonante fueron las malas notas y un posible castigo sin wifi. Para el asesino debió ser un trauma pues parece que estaba enganchado al Fortnite, que no es precisamente un videojuego que evoque paz y amor. 


No voy a hacer un análisis de las causas de este suceso porque ni tengo información ni formación para ello. Los psicólogos que lo estudien podrán dictaminar con más conocimiento de causa. Sin embargo, sí me permitiré reflexionar un momento sobre la vida que estamos construyendo para nuestros jóvenes, y que de alguna manera es el caldo de cultivo en el que se ha cocido este chico.


Para empezar, desde hace ya bastantes años hemos transformado la infancia de nuestros niños en un país multicolor donde todo está permitido. Les hemos acostumbrado a conseguir todo lo que quieren y lo que no quieren, lo que necesitan y lo que no necesitan, sin límites. 

Seguramente habréis oído decir a algún abuelo, incluso con orgullo, que él malcría a sus nietos, que les da todo lo que le piden y les consiente todo. “Que lo eduquen los padres” afirman, “que yo estoy para disfrutarlos”.

El problema es que los padres tampoco los educan, porque cuando vuelven de trabajar y los recogen de casa de los abuelos, están tan cansados (el padre y la madre), que poco pueden hacer por el hijo salvo bañarle, darle la cena y a ver si hay suerte y se duerme pronto o al menos se entretiene mirando alguna pantallita (no importa si el niño es muy pequeño) y así no da guerra.

Es lógico, en la sociedad moderna, para tener qué comer, un lugar donde vivir y las cosas asociadas, un coche (o dos), la wifi, el móvil, la fibra, el iphone, el netflix, etc, etc es necesario que los dos trabajen un montón de horas, difícil compaginar eso con criar un niño con todas las consecuencias que ello acarrea. Como dije en alguno de mis posts anteriores, en algún momento nos dejamos engañar con esto de la vida moderna…


Así pues, ¿quien educa a los niños?, ¿en el cole? Ja. En el cole esperan que vengan educados de casa y, con suerte, allí les pueden enseñar algo. Cada vez menos, no sea que se traumaticen con el esfuerzo. 

De hecho, la autoridad de los profesores ha ido disminuyendo con el paso del tiempo y la posibilidad de que un profe imponga un castigo a los niños incumplidores prácticamente ha desaparecido. Pueden encontrarse con algún padre furibundo que les recrimine su actitud y tener un serio problema. 


Por si fuera poco, los niños son tan escasos que allá donde vayan se juntan diez mayores y un niño que es el centro de cualquier reunión y objeto de todas las atenciones. Todos son regalos, mimos y caprichos.


El resultado es que los niños viven una infancia irreal que no les prepara para la vida puesto que no tienen que luchar para conseguir nada, porque todo se les da y no se acostumbran a manejar las frustraciones que la vida les tiene preparada cuando cumplan unos pocos añitos más.  


Y las frustraciones llegan pronto. Cumplen doce o catorce años y los niños ya no son tan graciosos como cuando tenían tres. Comienzan a rebelarse y los adultos tratan de ponerles límites quizás un poco tarde, cuando ellos, los niños, ya no están tan dispuestos a aceptarlos.


Yo creo que la sociedad, todos, hemos abdicado de la responsabilidad de educar a los niños. Educar no es solo llevarles al cole, educar es preparar para vivir. No hace tanto, no solo los padres eran educadores. Los abuelos eran educadores, los tíos eran educadores, incluso cualquier persona mayor podía constituirse en educador si, por ejemplo, veía a un niño maltratando un árbol y le llamaba la atención. Hoy nadie se atreve a educar. El niño te puede salir por peteneras y acercarse el padre y montarte un pollo adicional.


Pero es que además de no habérseles inculcado unos límites claros desde bien pequeños (lo cual es claramente un hándicap para ellos), crecen, algunos estudian y ni con esas son valorados porque ahora como todos somos muy listos, cualquiera sabe de cualquier cosa y ninguneamos al más pintado por muy médico que sea, sobre todo si es joven.


Pero es que nuestros jóvenes, además de haber perdido ese respeto social que debería conllevar el conocimiento adquirido con esfuerzo, no tienen una clara perspectiva de futuro. 

Pueden haber hecho una carrera de la leche y estar trabajando para el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y lo mismo no llegan a 1000 euritos al mes. Es posible que si trabajas de cajero en el Mercadona ganes más (siendo precisos, con seguridad, ganas más, pero claro, no es fácil trabajar en Mercadona). 


Y suponiendo que en una pareja los dos tengan la fortuna de trabajar, y deciden vivir juntos (uno solo no puede independizarse hoy día porque los sueldos de los jóvenes no dan para eso),  al poco tiempo se encuentran los egos de dos personas que tuvieron todos los caprichos desde pequeños y a los que les dieron todo hecho, y, de repente, se encuentran que hay que hacer cosas por el otro (es decir, hay que sacrificarse). 

El resultado es que las parejas (por no hablar de matrimonios, institución obsoleta porque implica compromiso) duran más bien poco. 

Y si dura, lo de tener hijos da bastante pereza puesto que han aprendido desde bien pequeños que lo que cuenta en la vida es disfrutar. Eso de tener hijos, en cambio, suena bastante sacrificado, a lo más, un perro.


Pero lo anterior es en el caso de que puedan trabajar, lo más normal es que no encuentren un trabajo digno y tengan que alternar el alcohol de los botellones con el sofá aliñado con videojuegos en los que viven una vida irreal, mucho más interesante que la suya, diseñada por unos guionistas americanos


En definitiva, hemos privado a los niños de una educación decente al no ponerles límites, dándoles todos los caprichos sin tener que hacer nada a cambio para conseguirlos. Les hemos apartado de nuestro lado dándoles una pantalla para que estén entretenidos y no molesten, les hemos dado una enseñanza que persigue más el adoctrinamiento que la formación como seres humanos, les hemos ninguneado cuando consiguen cosas, les hemos privado de objetivos vitales por los que luchar abocándolos a un futuro gris y sin esperanza, a un mundo en descomposición por el cambio climático y con crecientes desigualdades.

Y por si todo ello fuera poco, les hemos privado de una formación espiritual o religiosa o si uno no es creyente, filosófica que les permita, sino encontrar, al menos buscar un sentido menos superficial a la vida (algo más que consumir, fardar y follar), privandoles del acto más específicamente humano: pensar


Y después de todo esto nos preguntamos, como si nos acabáramos de caer de un guindo, por qué la primera causa de mortalidad entre los jóvenes es el suicidio y por qué hay tantos problemas psicológicos entre ellos y que sólo los que tienen pasta pueden medio manejar con la ayuda de psicólogos.


Hemos olvidado que los niños y jóvenes serán los médicos, jueces, ingenieros y arquitectos del futuro. Serán nuestros gobernantes y los que tendrán que pagar nuestras pensiones. Ojalá me equivoque, pero me temo que todavía no hemos visto todas las consecuencias de nuestro comportamiento hacia ellos.


No quisiera cerrar este post de forma tan negativa. Puedo hacer pintado las cosas de negro, pero siempre se está a tiempo si no abdicamos de nuestra responsabilidad de educar a los niños. Es una responsabilidad que empieza en los padres, sigue en los abuelos, pero descansa en la sociedad en su conjunto.

Si nadie hubiera plantado olivos hace treinta años, ahora no tendríamos aceite.


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Comentarios

  1. El hombre por definición es un espíritu encarnado, es una nueva sustancia, no es un cuerpo animal al que se le ha introducido un alma, es como digo, una nueva sustancia con esas dos características espiritual y carnal.
    El ser humano, hombre o mujer, que se animaliza, reniega de su parte espiritual se acaba convirtiendo en algo muy inferior a los animales dado que los animales tienen un instinto regulado y el hombre animalizado sí que tiene el instinto pero no lo tiene regulado, no lo tiene limitado.
    Lo que lo convierte en un ser devastador.
    "... Vosotros cuando veáis que estas cosas suceden alegraos y regocijaos porque el Reino de los Cielos está próximo"

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    1. Gracias M por tu comentario. Es posible que tengas razón en lo que dices, pero aún así, ¿tendríamos que sentarnos y esperar? o si podemos hacer algo para mejorar la situación, ¿no sería lo lógico que lo hiciéramos?

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