El poder del consumidor (II)


 ¿Cuál será el futuro de las tarjetas de crédito? Es un futuro brillante. Se han incorporado en el móvil, en los smartwatch y pronto se incorporarán en nuestra huella digital (Imaginaos la jugada: son 20 euros, por favor pulse el botón para pagar

A la vez, se comienzan a poner trabas a pagar con dinero en efectivo.

¿Evolución lógica? No se podrá pagar con dinero y encima nos cobrarán lo que les dé la gana por pagar con tarjeta. Basta que bonifiquen a los comerciantes cuando cobran con tarjeta.

Es decir, si ya somos rehenes del pago con tarjeta, en un tiempo seremos sus esclavos

Hemos transferido a los bancos un poder que teníamos, pero lo hemos hecho voluntariamente. No somos víctimas de su maldad porque ellos van a lo que van: a ganar dinero

Y lo que es más importante: tenemos el poder de revertir la situación. Somos más que ellos y sólo tendríamos que tomar la decisión.


Otro ejemplo: la compra en hipermercados

De esa misma época, en la España de los 90, florecieron los hipermercados y grandes superficies. Para competir con el pequeño comercio y compensar su proximidad (puesto que para ir a los hipermercados había que coger el coche), ofrecían una enorme variedad de productos a unos precios considerablemente más bajos que el pequeño comercio. Como detrás de estas grandes superficies estaban fuertes grupos empresariales con potente músculo financiero pudieron aguantar durante años unos márgenes bajos.

Esos precios imbatibles y la gran variedad de productos, llamaron poco a poco la atención del consumidor y, sin darnos cuenta, dejamos de comprar en el barrio y nos acostumbramos a comprar en los hipermercados.

Andando el tiempo, y cuando ya habían cerrado todos los pequeños comercios del barrio porque nadie compraba en ellos, los hipermercados fueron subiendo sus precios pero ya no había otro sitio donde comprar. 

Aún así, todavía nos queda algún grado de libertad y no debemos acostumbrarnos a comprar siempre en el mismo sitio pensando que tiene buenos precios. Hay que estar siempre comparando no sea que abusen de esa fama de baratos que consiguieron al principio y, en realidad, subiendo paulatinamente los precios, ahora sean más bien caros.

Es decir, aún hoy, comparando precios podemos combatir la inflación.


Este proceso ha seguido evolucionando con las compras por Internet. Han llegado empresas aún más grandes y poco a poco han cambiado los hábitos de consumo. Ir al hipermercado ya era un poco pesado y viendo fotos en un ordenador es más cómodo comprar porque te lo traen a casa.

Así que las empresas por Internet se han llevado el gato al agua. Se iniciaron con precios bajos y una variedad infinita, de tal forma que nadie que tuviera un establecimiento (sea grande o pequeño), podía competir. ¿Cómo vas a competir con una oferta de productos que abarca todo lo habido y por haber en un único sitio? ¿Cómo vas a competir en precios si estas megaempresas tienen un poder de negociación con los proveedores inmenso?


A medida que los hábitos del consumidor (es decir, nosotros) han ido evolucionando hacia la compra en Internet, nuestra dependencia de ellos ha ido aumentando. Se han cerrado multitud de establecimientos y comercios físicos y ya, para comprar muchas cosas, solo se puede hacer por Internet, o al menos es inmensamente más fácil. 

Las grandes empresas de Internet han ido subiendo los precios, porque ya no necesitan ese incentivo para atraer clientes y encima han desaparecido muchas de las alternativas de compra que antes teníamos (tiendas de barrio, supermercados, ferreterías…)


Volviendo con el razonamiento de antes, nos hemos vuelto esclavos de la compra por Internet, pero no por culpa de la maldad de otros, sino por nuestra propia voluntad. Les hemos dado parte de nuestro poder y ahora no podemos quejarnos. Pero, como antes, y esto es lo importante, podemos revertir la situación modificando nuestros hábitos de compra o, dicho de otra forma: si las grandes empresas no cumplen su parte del pacto de rentas, podemos presionarlas a través de qué o cómo compramos.


La comida preparada a domicilio es otro de los hábitos recientes que se ha impuesto. Comenzó siendo un recurso útil durante la pandemia y ahora se ha instalado definitivamente en las grandes ciudades. No resulta caro y es muy cómodo. Pero pensemos un poco que implicaría si se generalizara.


  • Poco a poco se sacaría de la sociedad todo el conocimiento relativo a la cocina, haciéndonos incapaces de mezclar leche con cacao, por lo que los chefs, que ahora ya son muy valorados por la sociedad, se transformarían en seres míticos, dioses mitológicos capaces de crear la alquimia que mezcla sabores.


  • Las cocinas desaparecerían de los pisos. Ya es bastante frecuente la cocina separada del salón sólo por una barra (signo inequívoco de que en esa casa se cocina poco). El siguiente paso es su desaparición


  • Las croquetas de la abuela también desaparecerían de nuestras vidas y sólo podríamos probar un sucedáneo cuando las encargáramos y nos las trajeran en una caja elegante con la leyenda Croquetas de la abuela escrito en caracteres góticos.


  • No sabremos lo que estamos comiendo, por mucho que lo ponga en la caja


  • Será cada vez más caro y difícil encontrar los ingredientes por separado, arroz, azúcar, harina, huevos, aceite...


  • Todo ello nos hará completamente dependientes (una vez más) de las multinacionales que nos traen la comida a casa.



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