El poder del consumidor (I)


 Hace unas semanas dedicamos un post al poder que tenemos sólo por ser humanos y estar dotados de inteligencia. También decíamos que ese mismo poder nos otorgaba una gran responsabilidad.

Analicemos ahora en que se traduce ese poder (y esa responsabilidad consecuente) aplicado a los hábitos de consumo.


Como todos hemos podido darnos cuenta, la inflación se ha disparado. Se dice que para contenerla, es necesario un pacto de rentas y tiene su sentido, pues si los sueldos y márgenes empresariales siguen a la inflación, ésta se consolida y comienza una espiral que puede ser muy peligrosa para todos. Si se compensa la inflación con pagas no consolidables, los precios podrían bajar una vez que hayan desaparecido los factores coyunturales que la han producido: guerra de Ucrania y ruptura de las cadenas de suministro por el covid. En cambio, si las subidas en los salarios, pensiones y márgenes empresariales se consolidan, la inflación se vuelve crónica.


Por tanto, se demanda un cierto sacrificio para los asalariados, pensionistas y empresarios. Es decir, todos los actores económicos.

En base a lo anterior, algunas ideologías, muy en boga en la actualidad, nos cuentan que las grandes empresas no están reduciendo sus márgenes de forma consecuente a ese plan de rentas y que por tanto, son culpables por no cumplir su parte del pacto y que nosotros somos víctimas de su maldad.


El problema de las ideologías es que mezclan verdades con medias verdades, con omisiones y con falsedades, todo ello cuidadosamente seleccionado, de tal forma que el conjunto tiene un aspecto saludable. Y lo hacen para conseguir un fin que se nos oculta, pero que podemos presumir consiste en la defensa de los intereses de ciertas élites. 

No importa cuál sea la ideología, todas defienden los intereses de unas élites u otras. De lo que puedes estar seguro es que no defienden tus intereses.

En el caso que nos ocupa, que las grandes empresas quieran mantener sus márgenes violando ese plan de rentas seguramente sea cierto, pero que nosotros seamos víctimas inocentes, seguramente, no.


Las ideologías en boga en la actualidad no hacen más que quitarnos la responsabilidad de lo que ocurre y nosotros las aplaudimos encantados porque pensamos “naturalmente, no es culpa mía''.

No nos damos cuenta de que al quitarnos la responsabilidad de lo que pasa, también nos quitan el poder de hacer algo para enmendarlo y que, de esta manera, aprendemos a sentirnos indefensos y así perdemos el control.


Pero eso no es así. Tenemos un gran poder. Reflexionemos un momento sobre el tema concreto del consumo y la inflación.


Para empezar, los métodos que siguen las multinacionales (grandes empresas en general) para introducir un producto o servicio nuevo es siempre el mismo:


  1. Ofrecen el producto o servicio de forma gratuita o a un precio irrisorio


  1. Cuando el mercado (es decir, nosotros) se ha acostumbrado al producto, comienzan a cobrar una cantidad baja. 


  1. Cuando el mercado (es decir, nosotros) se ha acostumbrado a pagar un precio bajo por el servicio y lo ha asumido como normal, comienzan a subir el precio de forma paulatina


  1. El producto o servicio que hasta hace poco no existía, ya se ha transformado en imprescindible para todo el mundo.


  1. Cuando ya son dueños del mercado (es decir, de nosotros) ponen el precio que les sale de las narices y nosotros (es decir, el mercado) nos tenemos que aguantar.


Con algún ejemplo se verá mejor.

Las tarjetas de crédito.

En los años 90 (es decir, hace más o menos 30 años), que existían muy pocas tarjetas de crédito, te regalaban una hasta comprando un paquete de detergente. Los bancos te ofrecían tarjetas en todas tus cuentas. Tú les decías que no, que para qué. Ellos te respondían: es gratis y si alguna vez te quedas sin dinero estando por ahí, la usas.

Fijaos, si lo pensamos seriamente, en lo absurdo de una tarjeta de crédito. Si tienes dinero, ¿para qué necesitas un crédito? y si no tienes dinero ¿cómo vas a pagar el crédito que te dan?


Pero los bancos tuvieron paciencia. Pasaron años sin cobrar por las tarjetas. Dejaron que los nuevos hábitos del pago con tarjeta se implantaran en el mercado.

Cuando todo el mundo tuvo una tarjeta de débito o crédito, comenzaron a cobrar una cuota testimonial y cuando nos acostumbramos a pagar por las tarjetas, ya cobran lo que les da el punto. 


Es obvio que estas prácticas solo las pueden hacer las grandes empresas, porque solo ellas pueden aguantar el tirón de prestar un servicio o vender un producto durante mucho tiempo con márgenes bajos o negativos.

Un pequeño comercio se arruinaría antes de conseguir cambiar un hábito. No tiene el aguante financiero.


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