Matando lo sobrenatural (más)

 En la última publicación defendíamos que eliminar lo sobrenatural de nuestras vidas y de nuestra cultura era un error garrafal y para justificarlo recurríamos a los siguientes argumentos puramente antropológicos: 

  1. los grupos humanos aislados desarrollan ritos espirituales

  2. Nuestra cultura, exenta de espiritualidad, parece desarrollar serios problemas tanto a nivel individual como colectivo.

Como se ve, no se recurre a argumentos religiosos, ni a dogmas, sino que aportando hechos antropológicos (y por tanto, siguiendo un razonamiento científico), todo parece apuntar a la necesidad de la religión como factor esencial y distintivo del hombre.


En esta publicación aportaremos alguna otra prueba basada en la historia de las civilizaciones.


Las civilizaciones más antiguas que florecieron, la asiria, la babilonia, la egipcia… todas fueron civilizaciones religiosas. 

Conocemos la gran herencia de la civilización egipcia con sus enormes pirámides y construcciones. 

Nada de ello hubiera sido posible si los faraones no hubieran sido considerados dioses o descendientes de dioses.

La única forma de aglutinar millones de voluntades, ya sea por convencimiento o a la fuerza, es a través de ideas trascendentes que van más allá de las imposiciones físicas.


Los avances científicos y tecnológicos que se propiciaron con la construcción de las pirámides nunca hubieran sido posibles sin esa espiritualidad que lo llenaba todo. Sin ese culto a los dioses y a los muertos.


Grecia, cuna de la civilización occidental y Roma, de cuya cultura somos hijos medio mundo, tenían un repertorio bastante abundante de dioses a los que se recurría para cada faceta de la vida. Esa fe inquebrantable en los dioses les proporcionaba una energía, una seguridad que les permitía abordar con éxito las mayores aventuras tanto a nivel individual como colectivo.

Una anécdota que refleja esto es la que se cuenta del emperador Juliano (el Apóstata) que en una campaña militar contra los persas (siglo IV) y tras consultar con los augures, le aseguraron tan buenos resultados que él, sin dudar ya ni un momento en su victoria, quemó las naves que traían víveres para su ejército. 

Naturalmente, él murió en la campaña y su ejército fue desmantelado en suelo enemigo.


Pero, la mayor parte de las veces, cuando la audacia no se transformaba en locura, los romanos tenían la seguridad que aportan unos dioses propicios para alcanzar la victoria, y a menudo la conseguían.


Lo mismo ocurrió con los musulmanes que extendieron su influencia en el mundo como la pólvora en muy pocos siglos. Todos aglutinados en torno a Alá y a Mahoma, su profeta.


Y por último, qué decir sobre el cristianismo que no se haya dicho ya, que ha configurado los valores de la sociedad occidental e inspirado la declaración de los derechos humanos de la ONU tras la Segunda Guerra Mundial. 

En torno al Dios cristiano se formaron reinos que florecieron y predominaron sobre el resto. El cristianismo se extendió a una velocidad sorprendentemente rápida en la propia Roma entre tantos dioses, primero de una forma clandestina (a pesar de ser duramente perseguido) y después de forma oficial.

¿Por qué esa rápida expansión? Porque el cristianismo otorgaba la dignidad de hijo de Dios al que quisiera recibirla a través del sacramento del Bautismo. La misma dignidad adquirían hombres y mujeres, amos y esclavos, nobles y plebeyos, reyes y vasallos, y en esos tiempos de mucha opresión y mala vida significaba mucho, lo significaba todo.

Un cristiano podía ser oprimido y sometido por el poder terrenal (el cristianismo nunca invitó a rebelarse contra el poder establecido) pero nadie, ni siquiera un rey, podía quitarle su dignidad de hijo de Dios ni la vida eterna si hacía los méritos suficientes para conseguirla (méritos que esperaba recibir por la gracia de su Dios).


A diferencia de los dioses romanos, viciosos y caprichosos, el Dios cristiano era un Dios justo y bueno que amaba a sus hijos. Más que eso, era el Amor, la Bondad y la Justicia, si eso no se percibía materialmente en la vida terrenal es porque ésta era simplemente un destierro de la auténtica vida a la que el cristiano estaba llamado, la vida eterna.


Esa igualación en dignidad permitió algo impensable en el siglo XV, época bastante bestia, en la que la fuerza bruta dominaba el mundo y en la que la guerra era una forma de vida. Una mujer, Isabel la Católica, fue reina de España y mandó tanto como Fernando. “Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando

También, y a pesar de la leyenda negra que rodeó a España, e inspirado en los principios cristianos se promulgaron las primeras leyes en defensa de los indígenas (poco después del descubrimiento, a principios del siglo XVI) y eso que los conquistadores estaban muertos de hambre y luchaban por su vida y la de su familia.


La leyenda negra sobre la conquista de América daría para muchas publicaciones consecutivas, pero en ésta que trata sobre la influencia de la visión trascendente en las civilizaciones, me limitaré a decir que la evangelización fue una de las grandes motivaciones de España (aparte de la ambición y el poder, naturalmente) y se ve con claridad en la conquista de los actuales estados del sur de Estados Unidos en la que ya sin recursos para colonizar ni para conquistar (no había gente), los misioneros se adentraron en esa zona y fundaron muchas de las actuales ciudades como Los Angeles, San Francisco o San Diego.

Esa visión trascendente de los misioneros les impulsó a jugarse la vida, llegar donde llegaron y hacer lo que hicieron.


El pegamento que supuso el cristianismo, que aunó voluntades en torno al rey (servir al rey era servir a Dios), permitió la formación del imperio más grande de la historia de la humanidad. Felipe II poseyó un imperio en el que nunca se ponía el sol. Sin embargo, el propio Felipe II se consideraba a su vez un vasallo del Dios cristiano y a pesar de su poder y riqueza, murió en una austera habitación en el impresionante Monasterio del Escorial que construyó, construyeron, en honor a su Dios.


Desde entonces España ha tenido reyes de todo pelaje. Algunos tan miserables como Fernando VII (que traicionó a sus padres, a su pueblo, a los liberales, a su juramento… traicionó todo lo traicionable), y otros reyes menos escandalosos, pero todos tenían que rendir cuentas ante su Dios (si es que lo tenían). Algunos, como el propio Felipe II, no se sentían muy seguros de su buen hacer en vida y dejaron encargadas más de sesenta mil misas por su alma tras su muerte.


La cultura anglosajona, actualmente (y no sabemos si por mucho tiempo) dominante en el mundo, tanto desde el punto de vista económico como militar, también ha sido una cultura religiosa, cristiana específicamente. Con frecuencia olvidamos que en el dólar, la moneda más segura y reconocida internacionalmente, aparece la frase “In God we trust” (en Dios confiamos).


Todas las culturas necesitan verdades inmutables que no sean discutibles. Si todo se puede cuestionar no habrá forma de ponerse de acuerdo. La ventaja del cristianismo es que esas verdades inmutables incluyen el amor, la bondad y la justicia absoluta.


En China, por ejemplo, la verdad incuestionable es el partido comunista y lo que su comité dice, en Corea del Norte, lo incuestionable es Kim Jong-un. Cualquiera se atreve a decir algo en contra de él allí…


El problema que tiene actualmente nuestra cultura occidental es que, a pesar de sus evidentes raíces cristianas, está, no solo olvidándolas, sino renegando de ellas. Ahora cualquier cosa se puede cuestionar y de esta manera es difícil ponerse de acuerdo en algo.

Si no hay principios inmutables, una ética que nos trascienda, que proceda de algún punto distinto de nosotros mismos, tenemos un problema, porque se puede convencer a un colectivo de casi cualquier cosa, por muy aberrante que sea. 

Ese es uno de los problemas de la democracia, que si los electores no están preparados y no votan en conciencia, pueden votar casi cualquier cosa.


En esta publicación he defendido que el sentido de la trascendencia, con sus verdades inmutables y no opinables, ha alimentado la motivación de las distintas culturas a lo largo de la historia. Todas las civilizaciones que han tenido un cierto protagonismo (con sus aspectos positivos y negativos, porque ojo, no estoy diciendo que la visión trascendente propicie sólo cosas buenas en las civilizaciones, sino que es necesaria para que prospere, y me atrevería a decir que cuanto mayor es la calidad de esa visión, más tiempo prospera) se han apoyado en principios trascendentes.


Esta es otra prueba de que necesitamos la trascendencia. ¿Qué pasará ahora que estamos intentando matarla? ¿Sobrevivirá nuestra cultura occidental a ese hecho o estamos ya viviendo una época decadente que significa el principio del fin?


La cultura occidental ha tenido un gran peso en la historia de la humanidad y como tal, aún conserva una gran inercia que puede apoyarnos unas cuantas décadas más, pero si todo se puede cuestionar y no hay nada en lo que estemos de acuerdo, ¿cuánto tiempo aguantaremos antes de que otra cultura con ideas más claras nos supere?

----

Monografías de Siguiente Nivel


Compendio de Autoayuda

Trucos ecológicos

Suplantator el Extraterreste

La solución definitiva

Lecciones víricas

Historias de Villarriba y Villabajo

Cuentos de Navidad

Comentando Libros

Ya llegó el fin del mundo

Palabras olvidadas

----

Estos son los objetivos y estos otros los sueños 

de Siguiente Nivel. Si se parecen a alguno de los tuyos, 

ayuda a su difusión, compartiendo, comentando 

o marcando “me gusta” en las publicaciones 

o en la página.

----

Las ideas aquí expuestas no tienen porque estar en lo cierto. 

Son solo una visión de la realidad. Es poco probable que alguien se encuentre 

en posesión de la verdad, por eso Siguiente Nivel es una invitación a que 

cada uno desarrolle su propia verdad a través del estudio y la reflexión.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuento de Navidad 2.023

La verdad sobre el cambio climático

Noche mágica de Reyes