Furgonetas llenas, tiendas vacías

 


Si vivís en una gran ciudad, ya os habréis dado cuenta de que las calles están llenas de furgonetas haciendo su reparto de paquetes. El otro día, por casualidad, vi una de ellas con las puertas abiertas. Estaba a rebosar de paquetes, y eso que la furgoneta era grande. 

La velocidad a la que las furgonetas se han ido llenando de paquetes ha sido parecida a la velocidad con la que las tiendas de barrio, ya seriamente tocadas por las grandes superficies, han ido desapareciendo de nuestro entorno. 

De hecho hay una nueva tendencia en las grandes ciudades, la de convertir los locales comerciales en viviendas. Viviendas que en muchas ocasiones, al tener acceso a la calle, podrán transformarse en pisos turísticos. 


No sé si somos conscientes de la gran transformación social y económica que implican las furgonetas llenas. Es un poco más serio de lo que nos parece. Pensemos un poco sobre ello…


En primer lugar, pensemos en términos de empleo. Las pequeñas tiendas de barrio han proporcionado empleo a millones de personas durante muchos años. Ellas constituían pequeñas empresas de unos pocos empleados. El empleo que proporcionaban era generalmente de buena calidad, con contratos fijos y exigían un conocimiento del negocio en el que se basaban. 

Hace unos años si se te rompía algo, te bajabas a la ferretería de al lado y normalmente venías con un tornillo, una tuerca, una herramienta o un accesorio que resolvía tu problema por dos motivos: uno porque te daban la solución y otro porque te decían como utilizarlo.

Si trasladamos el problema a la actualidad, cuando se te rompe algo, te tienes que ver unos diez videos en YouTube con la esperanza de que alguno te muestre una solución. A veces cuando todo tiene buena pinta y el problema que describe se parece al tuyo te acaba remitiendo a un profesional con el que contactar. Cuando te has tragado no sé cuantos tutorials, te coges el coche y te vas a un centro comercial para perderte en una enorme superficie buscando una pequeña herramienta que nunca encuentras. Como tampoco encuentras a un empleado al que pedir ayuda o está rodeado de clientes, sigues dando vueltas a ver si por fortuna encuentras lo que buscas.


Esa cualificación del ferretero, del zapatero, del dependiente de la tienda de ropa, del librero, etc, han desaparecido por completo al igual que su contrato fijo (o autónomo de cierta calidad) y han sido sustituidos por miles de repartidores con un sueldo precario, con un contrato lamentable (si es que lo tienen) y con la única cualificación exigible de que sepan leer, escribir y conducir.

Así pues, en este primer punto del empleo, se han sustituido cientos de miles de empleos (si no millones) de las tiendas de barrio por miles de puestos de repartidores.


En segundo lugar, pensemos en términos económicos. La riqueza en aquel tiempo en el que había millones de tiendas de barrio en todo el territorio nacional, se repartía más uniformemente. El propietario de la tienda ganaba mucho si la tienda iba bien, y los empleados tenían su sueldo, mayor o menor, trabajando cerca de casa. Ahora la riqueza se ha concentrado en los propietarios de las empresas de distribución, que para más jodienda son multinacionales extranjeras, mientras que sus empleados son mal pagados y explotados. Los propietarios de las empresas de reparto también se quedan con lo suyo mientras que los repartidores se quedan las migajas para malvivir.

Resumiendo, en términos económicos, el nuevo modelo de comercio ha aumentado considerablemente la desigualdad social, haciendo desaparecer una gran parte de la clase media, propietaria de pequeñas tiendas o encargados de tiendas grandes: Hay unos pocos muy ricos (los propietarios de las grandes empresas, que ni siquiera están en España ni pagan aquí sus impuestos) y una gran cantidad de empleados de bajo poder adquisitivo.


En tercer lugar, repasemos el terreno social. Los barrios, antaño llenos de vida y escaparates, gente paseando yendo de compras y relaciones sociales que se establecían entre los vecinos en las propias tiendas o entre los vecinos y los dependientes al ser atendidos, ha desaparecido completamente. Todo ello ha sido sustituido por una pantalla de ordenador o de móvil en la que cada usuario selecciona su producto, averigua sus cualidades (antes preguntaba al dependiente) y confía en que lo que está leyendo en Internet sea aproximadamente cierto. Todas las plataformas te piden que escribas la opinión para que hagas gratuitamente el trabajo que antes hacía el dependiente y asesores e incluso resuelvas las dudas de otros posibles compradores.

Las personas mayores han sido desplazados de este juego y ya no tienen donde hacer la compra y sus barrios se han transformado en lugares inhóspitos y sin vida.

Resumiendo, se han sustituido millones de relaciones sociales por una pantalla de ordenador y un móvil. 

Gracias a esto, el barrio está muerto y solo hay gente que va o vuelve a casa. No hay nadie que paseando vaya de compras, porque si te resistes a pasar por la compra por Internet, solo te queda el recurso de coger el coche e irte a un centro comercial.


Por último, centrémonos en la ecología. Miles de millones de paquetes viajando por todo el mundo, cada uno con su correspondiente caja, sustituyen a la compra directa en tienda. No nos olvidemos de las devoluciones, porque hay otros cuantos miles de millones de paquetes que vuelven a sus lugares de origen tras no cubrir las expectativas del cliente o ser deteriorados durante el transporte.

¿Cuántos millones de toneladas de CO2 son enviadas a la atmósfera cada día para transportar todos esos paquetes?¿Cuántos millones de árboles deben talarse para fabricar las cajas?¿Cuántas veces habéis oído hablar a los políticos de los peligros de esta nueva forma de comprar?¿una o ninguna?


Sólo hay unos pocos ganadores con este nuevo estilo de vida, pero ganan tantísimo dinero que no saben que hacer con él. Algunos están pensando en comprarse un terrenito en el planeta Marte y construir una ciudad allí (lo bueno del asunto es que aunque parezca chiste, es verdad)


Si hay tan pocos ganadores y tantos inconvenientes y perjudicados por esta nueva forma de comprar, ¿por qué los poderes públicos, se supone vigilantes del bien común, no toman cartas en el asunto y suben los impuestos a estas grandes multinacionales a la vez que los bajan al pequeño comercio de barrio? ¿No será que se han vendido a estos pocos beneficiados? porque si no lo han hecho, lo parece. 


Por eso cuando oigo hablar a los poderes públicos de cambio climático y vida sostenible me entra la risa, porque vamos justo en la dirección contraria y ellos, que podrían hacer mucho, no hacen nada.


Pero aquí, a la hora de buscar responsables de lo que está ocurriendo, no se salva nadie, (traté este tema de la responsabilidad en mi post La verdad sobre el cambio climático) porque si los poderes públicos son unos vendidos al postor más poderoso, nosotros, cada uno de nosotros, estamos cambiando nuestro estilo de vida y nos estamos dejando conducir, cual borregos, al lugar donde no deberíamos llegar, lo que en realidad, nos convierte casi en tan culpables como ellos.

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